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Los últimos días de diversión



Dios, ese día no tan lejano sentado en su trono de nubes en movimiento, cubierto por esa túnica fantástica que usa y que emite brillos fulgurantes, y estos al salir hacia el espacio interminable que lo rodea, en la oscuridad total, se transforman en estrellas fugaces. Que vuelan, estallan y en segundos desaparecen.

Tenía los auriculares de los wolk-man colocados sobre su larga e imponente cabellera blanca que flameaba eternamente.
Prolongándose entre las estrellas.
Confundiéndose con la Vía Láctea.
Frente a él, no a gran distancia, había una enorme pantalla de televisión, milagrosamente flotando en la nada.
Su mirada cósmica observaba con fiereza las imágenes que iban pasando.

Bombardeos sobre poblaciones civiles inocentes en venganza por criminales ataques terroristas.
Y viceversa.
Programas donde gobiernos democráticos, manejados por una caterva de facinerosos, elegidos en alguna elección o en ninguna, les ofrecen falsos discursos a sus pueblos.
Analfabetos o que no interpretan los discursos por desconocer el significado de las palabras.
Le dicen en ellos, que pueden ser muertos de hambre felices.

Y los conducen desde una computadora en red.
Donde navegan (en el mar del cyber-espacio) los especuladores.
Y se ahogan sin solución en su agua inexistente, los que producen (los que sudan la gota gorda, trabajando).

Y les cuentan que la globalización constituye un sistema de redes, que organizan el comercio, las inversiones de las corporaciones transnacionales, las corrientes (curros) financieras, el movimiento de personas, y la circulación de información que vincula a las distintas civilizaciones.

Pero no, que estos sistemas, solo son “funcionales”, a los intereses de los países poderosos y de los poderosos señores que manejan esos paises..

El resto que se cague.

Escuchó decir a un economista yankee, en CNN: “Mi mercado es mío, y el suyo, si usted quiere ser un buen liberal en comercio, lo comparte conmigo”
Y al primer ministro de una nación de reciente ingreso a la elite económica, a costa de, ponerse junto a ellos para atacar sin motivos un país donde abunda el petróleo.
Pero pobre.
Y sus habitantes pertenecen a la secta de Mahoma, y usan turbante.
Asentir.
Con cara de pelotudo, pero serio. Decir que si.
Bajo el bigote.
Con la misma cara que enfrentaría las cámaras para lamentar terribles atentados cercanos a su palacio presidencial, mintiendo a los suyos.
Que no había porque asociarlos con el ataque al país petrolero.

En un programa deportivo reporteaban a un ex futbolista, deformado de gordo y con dificultad para articular normalmente las palabras producto de sus adicciones múltiples.
Tardó un momento para identificarlo a Diego, logró reconocerlo cuando contaba como había hecho un gol en el Mundial de Méjico ‘86.
Suspiro profundamente, miró con detenimiento su mano derecha, y los ojos se le humedecieron.
Luego siguió con el zapping.
Y encontró escenas de sexo, y sadismo perverso en horarios no restringidos para las criaturas.

De vez en cuando al Creador del Cielo y de la Tierra, le aparecía un gesto de incomodidad en el majestuoso rostro barbado.
En su mano acostumbrada a disparar rayos, y hacer aparecer fenómenos insospechados en la naturaleza, que él creó en siete días, tenía un control remoto (mando a distancia).
Y al cambiar los canales (a pesar de su insistencia), todos los programas, eran producciones “sólo” del país que se había adueñado del planeta o de sus sicarios locales poseedores de sus medios masivos para comunicar.

Y por la “cajita boba”, ahora con conexión satelital simultánea a todos los enchufados, transmiten sus órdenes y consejos.

Y llaman paz mundial, a la resignación de los países sometidos.

Miró hacia abajo con detenimiento, hacia el humilladero, y así quedó un espacio de tiempo infinito.
Pensativo.
El supremo apoyo su puño magnífico en el mentón, y con la otra mano corrió unas nubes que le impedían ver con claridad.
Esto desató vientos huracanados.
Y volaron techos.
Para tener más precisión de lo que allí ocurría, se saco los auriculares, y ahora si, pudo escuchar con certeza los aullidos de dolor.
Y el estruendo infernal de las explosiones, y el desgraciado ruido de las construcciones humanas desmoronándose, sobre quienes las habitan (por efecto de las bombas).
Su creación terrena, de tan imperfectos y libres con que fueron concebidos, rápidamente se encaminaba a un estadio terminal de auto destrucción.

Ya no le proporcionaba diversión contemplarlos, lo hería verlos matarse sin códigos, ni piedad, entre ellos.
Y destruir irreversiblemente el planeta que con tanto amor, él les regaló, para que allí encontraran la felicidad.

Ya no.
Repasó en su cabeza las órdenes que les envió desde el Monte Sinaí, escritas en tablas de piedra hace miles de años, y para su disgusto había olvidado algún mandamiento que dijera: “Honrarás a la naturaleza de la que formas parte”.
Lo lamentó, pasando su mano milagrosa sobre los párpados.
Igualmente.
A las instrucciones que “sí” les envió, a los hombres, nunca las habían tenido en cuenta.
Ya no había vuelta.
Ya no se cagaba tanto de risa por la torpeza de los humanos conviviendo.
Padecía.

Miró a sus agentes oficiales, en las suntuosas catedrales y torres en que residen, negociando con sus poderosos amigos políticos, y banqueros.

A obispos, cardenales y hasta el propio representante de él en la Tierra, defendiendo (si muchos argumentos válidos), a otros de su misma jerarquía en la iglesia, acusados de acoso sexual, violaciones y otras inmundicias.

Y ahora el gesto fue de desazón, de congoja.

Haciendo como que no con su cabeza, miró el resto del Universo. Buscando alguna solución.
Al moverse, sus firmes bucles produjeron formidables tormentas, con relámpagos y truenos, y abundantes lluvias.
Y los consecuentes desastres naturales que ellas acarrean.

Con pesadumbre, y la mirada colérica de siempre, repasó las acciones de los condenados a vagar por la Tierra ayudando a los hombres.
Convertidos en ángeles.
Sus acciones se habían paralizado.
Se los encontraba solamente en cabarets y puterios.
De juerga.
Consumiendo sustancias estimulantes, y alcohol. Hasta no saber ni como se llamaban.
Con casacas que portaban el logo del infierno, y de algunas multinacionales famosas.

Para más desgracia sus ojos se posaron en la zona donde Sudamérica se trasforma en Caribe, y en ciudades entre montañas, con verdes cafetales y extensas plantaciones de coca.
En las calles.
En el hormiguero urbano.
Caminaban niños pobres (también ángeles creados por él), de ojos puros y corazón dañado. Con ridículos nombres de niños ricos.
Portando armas temibles, y matando por encargo.
Sin emoción, sin odio.
Con la seguridad de no llegar a viejos.
Sicarios.
En el país más criminal de la tierra (“Pero estas cosas no se dicen, se saben...” – Dice Fernando Vallejos).

Nuevamente se ensimismó en uno de sus silencios sublimes, que podía durar la misma eternidad, o un instante inapreciable.
Y habló.
Y su atronadora voz nuevamente, produjo tormentas cósmicas, y agujeros negros.
Y tembló el Universo.

- Todo fue en vano...!, la idea superó las posibilidades de los hombres...!, ... no tienen solución...!


Casi gritó, desdichado.
Sabiendo que Satán, para su desgracia y la de su creación, estaba ganando el partido.
Por goleada.

Y sin consuelo, pensó que pronto se quedaría sin diversión.
Que el final de su obra estaba cerca.

Y afuera en las calles, comenzó a llover.

(2004)

Para el "gomia" Jaime Roda Bruce (de Castellón) Con afecto.

Texto agregado el 01-04-2004, y leído por 435 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
12-04-2004 Me encantó tu forma de reflejar la realidad. rofo
06-04-2004 ¡Chámigo: qué imaginación! Pero lo más importante que detrás de las imágenes hay ideas, y una visión honda de la realidad histórico-social contemporánea. Eres un excelente narrador. Gracias por lo que compartes...que te habrá llevado años de via y reflexión. Un gran saludo. islero
01-04-2004 Muy bien hecho, coincido con Jroda, besotes AnaCecilia
 
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