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A tiempo completo

No es tu madre
ni tu amiga,
ni tu esposa,
ni tu hermana,
la que te limpia,
te soporta,
te sirve
sin recibir ni una mirada
como paga
no es nada para ti
y es todo:
¡es tu mucama!

Llega a las carreras. El trabajo en casa de los Rodríguez estuvo hoy un poco pesado y la retrasó. Apenas le queda tiempo para ordenar los víveres y hortalizas en su lugar. Todo debe ser lavado y empaquetado en porciones exactas para facilitar las labores de la semana. Termina la faena de ganar terreno en el sector culinario. ¡Como quisiera descansar sus piernas un poco! Pero aún queda trabajo por hacer, ya pronto llegarán los niños de su paseo vespertino de todos los sábados con papá. Abandona la cocina y se dirige presurosa a los dormitorios, recoge la ropa sucia, arregla las camas, ordena zapatos, libros papeles... ojalá fuese así de sencillo ordenar afectos, ideas, ilusiones perdidas. Regresa, va al lavadero y selecciona las prendas que meterá a la lavadora. Mira su reloj. Tranquila, falta poco... es la frase que la anima a continuar, ha sido un día largo y agotador. Completada la carga, baja la tapa de la lavadora y regresa a la sala donde, escoba en mano, da una pasada al lugar cuidando de no causar agravio alguno al principal morador de este recinto: un televisor pantalla plana enorme con sendas cornetas que vale de dos a cuatro meses de su sueldo. Lo ve con cierto respeto, suspira. Mira el control remoto. ¡Tantos botones!, nunca supo cómo programar los canales o siquiera reproducir una película en el "dvd player". No lo intentó a conciencia, no ha tenido tiempo para hacerlo; además, los chicos se molestarían si necesitaran usarlo y encontraran que ella, en lugar de ocuparse de los quehaceres, está apoltronada viendo esas películas de la época de oro del cine mexicano cuya copia pirata lleva a todos lados en el bolso que tantas veces la hace sentirse homóloga de Mary Poppins.
Adalberto, el chico alto de la plaza, el que siempre usa una colita para recoger su larga y brillante cabellera, también la hace sentir como Mary Poppins, pero de una manera distinta… No lo conoce, escuchó su nombre por casualidad en una ocasión en que los celos la obligaron a acercarse lo suficiente para enterarse de que la linda chica que brincaba sobre él y lo abrazaba era su hermana y lo llamaba de esa manera… Adalberto… Nunca han cruzado palabra alguna, no es necesario, sólo se miran y sonríen, cada domingo cuando pasea a Lilith, la golden retriever color miel de los González, luego de asear su casa. Los domingos hay buen trabajo: Los Arrieta, Los Méndez y Los queridos González. Donde las dos primeras familias es solo sacudir el polvo y hay buena paga, puntual y rendidora. Con los González es aún mejor: pasear a Lilith y respirar el mismo aire que Adalberto, dueño de Lobo, un imponente pitbull de un color negro acerado, aterrador y bastante alocado por el que Lilith es capaz de arrastrarla a través de todo el bulevar. ¡Sí definitivamente los domingos son días para disfrutar del trabajo! Tanto, que de sólo pensar en no toparse con él siente en su pecho una gran congoja. ¡Pero no, Adalberto siempre llega, siempre está! Mañana también estará, como siempre, para regalarle su linda sonrisa.
Mira alrededor, recoge unas revistas de Don Luigi -se llama Luis, pero hace tanto que lo llama de es manera que a veces hasta olvida quién es- y se asegura de dejarlas a la vista. Es que este Don Luigi es un buscador compulsivo, siempre busca, ¡vaya que busca y revuelve todo a su alrededor en su afán por encontrar el objeto buscado!... pero nunca encuentra. Antes se disgustaba, hace muchos años, ahora sólo espera. Espera a que él, con esa mirada de niño consentido, sin palabras solicite su ayuda, entonces ella dejará lo que ahora la ocupa e irá directamente para entregarle su ansiado tesoro y dar fin a la búsqueda desenfrenada e infructuosa. Su recompensa son esa mirada infantil y un largo suspiro de agradecimiento. Ya la sala está lista. Oye el ascensor detenerse en su piso y la risa de los chicos. Vendrán con hambre. Regresa a la cocina.
Coloca en el micro el arroz con pollo que quedó del almuerzo. A Don Luigi no le gusta que se desperdicie comida, a ella tampoco. Sabe cuánto duele en los gemelos, en las caderas, en las manos, en la espalda, cada porción de alimento desperdiciado. Se abre la puerta y el alborozo de los niños inunda la sala. Encienden el televisor y ya no hay más gritos.
Don Luigi aparece asomando medio cuerpo por el arco de la cocina-comedor y saluda:
– ¿Qué hay?...
– Hola, Don Luigi, ¿cómo andas?.. Él responde con un guiño. Vuelve a quedar a solas con su necesidad de que termine la jornada… sus gemelos, caderas, manos y espalda comparten ese anhelo.
Vuelve Don Luigi escoltado por una hermosa sonrisa. Siempre ha tenido una sonrisa hermosa.
– ¿Puedes hacer algo?
Muestra una chaqueta beige bastante malograda por el pantano y algo que huele a excremento de perro recién expulsado.
– ¡Qué asco!... ponlo allí, ¿qué has estado haciendo?
– Yo, nada… Un bastardo jugueteaba con su perro… un pitbull negro, enorme…
Vuelvo al corazón.
–… ¡son un peligro, ambos… el animal, apenas me ha olido y comenzó saltar hacia mí… el imbécil del dueño apenas podía controlarlo, entre sus propias risas y la fuerza del monstruo que tiene por mascota, hicieron que dejara de sujetarlo y me ha tumbado en una plasta de mierda! Atiné a partirle el hocico y un ojo con un hierro que hallé a mano.
Otro vuelco. Mañana es domingo.
– ¿Y cómo era?
– ¿El perro? ¡Ya te he dicho, un pitbull horrendo!, Lobo, creo que le llamó… horrible, de verdad, tan negro que en la oscuridad apenas podrás ver sus ojos.
– Que no… el dueño, ¿cómo era?
– ¡Ah! Otro de esos indefinidos que usa melena y le da por imitarlas a ustedes poniéndose moños. Estuvo a punto de llevar lo suyo, pero es fuerte y tiene buenos reflejos. Además, no quise que los niños se asustaran y llegó una tontalla gritando (con voz afeminada) “Adalberto, hermano, ¿qué pasa? ¡Como si fuese muy difícil darse cuenta de que el tal lobo me revolcó en la mierda!
Mañana es domingo. Adalberto está bien, Lobo está herido. Mañana no habrá paseo matinal… Vuelco… quiere llorar… hay que poner la mesa. A Don Luigi no le gusta la comida fría. Pone todo en orden… menos sus ideas, sus nostalgias y temores están en desorden.
¬– ¡Vengan a comer!
– ¿Te pasa algo? Oye, no encuentro mis anteojos… (mirada infantil). ¿Lavarás la chaqueta?, es mi favorita.
Mañana es domingo. No habrá paseo. Lilith extrañará a Lobo, ella a Adalberto. Será un día triste. Mañana es domingo y hay que trabajar
– Sí, pierde cuidado, Don Luigi, para el lunes estará limpia
– ¡Eso es lo que me gusta de ti, te ocupas de todo! ¿Estuviste donde los Rodríguez hoy? ¿Dónde están mis pantuflas? (mirada infantil).
¬– ¡Vengan a comer! Sí, Don Luigi, como siempre.
Vienen los chicos. La nena trae entre sus manos un periódico, adora hacer crucigramas, aunque siempre necesita su ayuda.
– Mami, ¿me ayudas?
– Claro, nena…
Va al dormitorio. Regresa con los anteojos y las pantuflas. Coloca los primeros en las manos de Don Luigi y deja caer las segundas a un lado de la silla en la cual ya se ha sentado su esposo.
– ¡A ver, mami! persona empleada en el servicio doméstico… seis letras
– ¡MUCAMA!... Y rompe a llorar... ha sido un día duro… sus gemelos, caderas, manos y espalda lo saben. Mañana es domingo y hay que trabajar. Llora… Mañana es domingo… sus gemelos, caderas, manos y espalda también lloran su tristeza de mucama a tiempo completo.

Texto agregado el 11-12-2007, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-07-2011 Mucama a tiempo completo, que vida, muy buen relato. loretopaz
 
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