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Durante el transcurso del día no piensa más que en él, en estar entre sus brazos, en tenerlo sólo para ella. Pero es imposible, ella lo sabe, y él lo sabe. Más de un obstáculo los separa y de momento el encuentro tiene que demorarse. Ella no se resigna a no tenerlo, y se da cuenta que es inútil, que nunca lo tendrá, que no va a dormir con él, ni va a abrazarlo ni acariciar su largo pelo negro. Que nada de lo que planearon va a suceder porque hasta la distancia se complota contra ellos.
Ella decide que no hay más que hacer.

Ya es pasado el mediodía y llueve como si el cielo supiera que ella va a morir.

Al entrar en la casa oscura, lo primero que se ve es la cocina comedor, un lugar limpio y cálido en el que se siente muy a gusto. Después de sacarse el abrigo y dejar el bolso sobre la mesa, va a la habitación. Enciende la tele y la video. Vuelve a la cocina y del bolso saca el video, el que le regalaron para su cumpleaños: “Unplugged” de Alice in Chains. Hace casi dos meses, el cantante de Alice, Layne Staley, murió de sobredosis, exactamente el mismo día en que se murió Kurt Cobain.
Cierra la persiana, las puertas, todo es completa oscuridad. Pone el video, empieza con “Nutshell”; al mismo tiempo se sube a la cama y se va sacando, lentamente, la ropa, hasta quedar casi desnuda. Se desliza dentro de las sábanas azules, pensando en la forma casi real en que lo siente cada vez que está en la cama. Se tapa hasta el cuello. Se saca el corpiño y se toca los pechos, como si fuese él. Pero no es él, y lo siente.
En la mesa de luz, los cigarrillos junto a un florero con rosas blancas. Rosas frescas, de una fragancia tan fuerte. Ella piensa que son las últimas flores que va a contemplar, que va a oler. Un cigarrillo la tienta, y mientras suena “Down in a hole” lo enciende y llora.
Durante toda “Down in a hole” ella fuma y llora sin cesar. Cuando el primer cigarro se consume, rasposo en su garganta, enciende el segundo. Le da una, dos, tres pitadas y luego lo funde en su antebrazo, sintiendo cómo la piel se contrae al contacto con el fuego. El cigarrillo perfora la piel y ella llora, pero no por el dolor del cuerpo, sino por ese otro dolor que se desarrolla, constante y continuo, dentro de sí.
El cigarro se consume en sus brazos, varias marcas negras como las que supiera ver en los brazos de alguien que la hubiera comprendido. El dolor del cuerpo ya no duele, la traspasa y la supera. Ella está quemándose, literalmente, como el sol, como en esa canción que tanto la emocionaba. Se quema porque ese es su destino, el de arder. Arder en pasiones, arder en la autocompasión, en la bruma espesa de una mañana fría. Arder en el sentido más estricto del fuego contra la piel, como ahora. Y se despierta y se da cuenta de que, realmente, no tiene a nadie.
Se levanta y va a la cocina por un vaso de jugo de naranja bien helado. Camina desnuda por la casa, está sola y eso la hace sentir segura de sí misma y de su decisión de alejarse para no volver. No hay vuelta atrás. La soledad no le duele, la acompaña del modo en que ella necesita, de un modo pasivo, y en su dejadez, la soledad la ayuda a encontrarse.
Vuelve al cuarto y al calor de las sábanas. Alice in Chains es, definitivamente, la mejor banda de sonido para morir. Así lo piensa y así lo siente. Ha vuelto de la cocina con un cuchillo filoso y el pastillero que contiene toda la colección de pastillas que la habilitan como desequilibrada. Si en algún momento tuvo la duda de seguir con las pastillas o no fue por el mero hecho de sentirse segura sabiendo que, al tenerlas, podía disponer de ellas como le plazca a la hora de necesitarlas de verdad. Ahora, siente, es ese momento de real utilidad. Anestesiar el dolor.

Adentro tiene una coctelera, una marea incesante que va y viene sin detenerse en ningún momento, y la arena queda marcada, y esas marcas se borran a cada instante para generar nuevas y efímeras marcas posteriores. Los nombres en la arena se evaporan como la luz entre las rendijas de una persiana atenuada por las nubes.

Se siente un personaje de una novela, como que alguien la escribe y decide cuándo debe sufrir y cuándo tener un respiro de tanto trajinar. Las piernas le pesan, las siente bolsas de tierra mojada, los brazos adormecidos por las quemaduras, la cabeza encendida y a punto de recalentarse, los ojos rojos como cerezas, el pelo revuelto y pajizo, cayendo impávido sobre sus hombros y sus pechos.
De nuevo en la cama, sigue sin parar de llorar y se tapa toda. Al los pocos minutos saca la cabeza debajo del abrigo, tantea en la mesa de luz por el cuchillo, y lo sostiene, lo contempla y lo compara con el blanco de sus muñecas. Lo apoya, siente el frío de la hoja contra la piel, e intenta rasgarla, pero una fuerza invisible se lo impide. Llora más fuerte, más desesperada. La cobardía que tanto temía está apareciendo, se siente una suicida frustrada. Mira las marcas en los brazos, las quemaduras que ayudan a la redención, y decide quemarse más, que el fuego aún no fue suficiente. Otro cigarro encendido, el rito recomienza, piensa en tantas cosas que ya no puede pensar. El olor a quemado se siente, se percibe por sobre el humo del tabaco y la nicotina, aparece el olor del perdón.
Con candor renovado, toma el cuchillo y, ahora sí, perfora la piel, la corta limpiamente, en un tajo firme y oblicuo, la sangre emana y ella cierra el puño con fuerza, tan fuerte que clava las uñas en las palmas de las manos. La mano que sujeta el cuchillo se afloja, y decide que no, que no va a morir. Algo ha cambiado.
Corre a la cocina, a la heladera, y saca la botella de agua casi helada, la vuelca sobre la muñeca emanante de sangre y pretende coagularla. Toma un repasador, lo anuda a modo de torniquete y, de a poco, la sangre deja de fluir. El rastro rojo sobre el piso es evidente, amplias gotas circulares con pequeños rayos estridentes en la loza amarilla. El amor no es eso, no es este dolor, este sentir que la vida se extingue como el calor de la sangre. Sabe lo que el amor no es, pero no sabe qué lo define. Y tampoco parece querer saberlo.

Luego de que la sangre para de salir, se dispone a ordenar ese desastre. Se toma un par de pastillas para calmar la crisis de llanto que la invade. Se da cuenta de que ese no era el momento, que ahora va a tener que esconder las heridas y quemaduras de la vista de los otros. Pero no de ella, ella se siente bien, casi orgullosa de tenerlas. Deja de llorar y se viste, lentamente, con la muñeca vendada con el trapo. Saca el trapo, lo desanuda, y mira la piel ahora vuelta a unir, las manchas de sangre seca. Ahora descubre que tiene sangre seca en el pelo. Va al baño y se enjuaga, se hace un vendaje más prolijo, que no se note bajo la manga de la remera gris de mangas largas con dibujos de Pink Floyd.
Ya todo está limpio, como si nadie hubiese comenzado a morir en aquel lugar. En verdad, su muerte comenzó, sólo se detuvo por un momento, pero ahora sabe que puede hacerlo, que puede quemarse, consumirse, cortarse, y decidir sobre sí misma. Eso la hace fuerte, la llena de vigor, y la hace sentirse orgullosa de sí misma como nunca en mucho tiempo.

El video termina con “The killer is me”.

Texto agregado el 24-03-2003, y leído por 819 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-03-2005 para mi, la clave es la sangre, seca después de todo. el poder dominar o detener la vida o la muerte, te hace creer que a vos los hilos divinos no te mueven, aunque no estoy muy seguro...quizá dios sea la vena y también el cuchillo... saludos! (te sigo leyendo) LucasRanoj
14-12-2003 Perfecto, me gusto mucho, además, mi grupo favorito es Alice in Chains... me encanto, ¿que quieres que te diga? te felicito Agatha
08-04-2003 La muerte puede ser mas larga que la vida. He incluso no hay peor muerte que la que te deja con vida. me han gustado algunas situaciones, y frases, aunque no entiendo como alguien podreia actuar asi ante una situacion como esa. destodo
25-03-2003 Sencillamente de lo mejor. Tus letras transmiten todo, todo el dolor y la insuperable agonìa de vivir. Lo voy a imprimir, si me lo permites, para vivirlo una y otra vez al tiempo que muero de a poco con cada lectura. Mi silencio gammboa
24-03-2003 Me hiciste viajar chica azul...fui de la pieza a la cocina,tomé jugo,me quemé y derramé agua helada en las heridas. El relato tiene ritmo,se sostiene por si mismo;posee tensión suicida... hay dos expresiones que me parecieron sobervias "Alice in chains es, definitivamente,la mejor banda para morir" y "Ya todo está limpio,como si nadie hubiese comenzado a morir en aquel lugar".Tu relato es un Hotel cinco estrellas.Besos tylerfenix
 
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