Y se acordaba de que su nombre era Itzel, así fue en un principio, Itzel, luego salió con que se llamaba Denhi, que tenía dos nombres, Itzel y Denhi, más bioen, Denhi e Itzel, DenhItzel le nombró él para fines prácticos.
Y le dijo ella que estudiaba en la Autónoma, Historia, para ser precisos. Y él embelesado. Historia, suena interesante. Y al primer momento le hace plática y ella accede y en pretensiones de hablar de dos que tres culteranismos intermitentes los dos cosieron a Karl Popper, le dieron oxígeno a los restos de Tucídides, a Salustio, Tito o Jenofonte sacaron a bailar y a otros más no mencionaron, no al menos en la primera plática. Porque Bertrand Russell o Salvador Borrego se quedaron en un tintero de ilusiones donde se quedaron las cosas que él (yo) quería tanto decirle a esta encantadora amiga repentina.
Y pasearon un rato, bromearon y siguieron con la Historia. Hegel para el devirtúo y la inutilidad, se tomaron una nieve entre un parque plagado de pancartas de ayuda comunitaria y de eventos capitalinos de esos que rellenan sábados por la tarde. Este sábado era un sax, con bosanova y baile suave. Y la lluvia chisporroteaba y ellos adentro del kiosco y él no se atreve a acercarse y ella lo ve como si él fuese un poco raro, sumido en ese traje que él se cargaba que parecía de cajero de banco y continuaron nadando entre héroes perdidos y sueñan y se vuelven un enredo.
Luego van a un Sears donde él se percata que nadie lo sabe, que está con una chica, ni sus padres ni amigos, solamente la cómplice, que no informó, bueno a su madre sí, que estaba con un muchacho. Y ella salía del baño y él la esperaba. Montones de ropa interior femenil dan fe de su contusión sentimental.
Prosiguen unas calles, él al final del día ha de llevarla a su casa. No es secreto de nadie, es firme obsoleto, que intenta besarla. Ella no está lista y lo ve con ojos d ternura, como los gatos cuando miran con necesidad. Y él piensa que fue un tonto, pero que quiere volver a besarla y es ella la chica que por ese instante puede comprar heliotropos y adornar con absolutos los arcángeles de la distancia.
Él la besó dos veces más (una recordando a Marcoise, la otra por testimonios de Gramsci) y se alejó en un taxicab que iba a la Central de Autobuses. Ella quién sabe qué se quedó pensando pero él, dando su corazón al sentimentalismo dialéctico, propone no olvidarla, pide el taxista gire a la derecha y se dispone regresar a su ciudad, un poco más vacío, un poco más cronista y un poco más fiel, a sus propios registros anales. |