Los ojos se me van cerrando muy tenuemente, una caja brillante frente a mí, sobre aquella mesa ratona, demuestra su destreza entre payasos malabaristas e intelectualoides equivocados. A mi derecha se desplaza una partida de truco en la cuales se ven enfrentadas mi hermana y mi madre.
Dirán porqué me mezo en esta hamaca sin nada que hacer; sucede que afuera llueve, melancólicas lágrimas muerden mis deseos de salir, de vivir; el llanto suele ser contagioso.
-Truco.
-No quiero.
Parece que el partido de al lado tampoco va muy bien, me sumerjo en mi entresueño, una mediática historia entre un sex-symbol y una fotógrafa retirada por un escándalo en aquel famoso cabaret. Los segundos son interminables, a veces parece que la aguja gira en sentido anti-horario.
Todo se repite, todo se continúa, la redundancia misma se hace redundante, valga la redundancia, siendo esta última afimación, también redundante
-Querés que te traiga un poco de agua.
Simulo una onda a media sonrisa payasezca que graciosa intenta mostrarse frente a la gracia de mi mamá. Le digo que no, me enternece ese vaso vacío y seco.
No puedo ir a la plaza, se suspende la obra en el teatro al aire libre, nadie quiere jugar al fútbol con tanto barro sobre los tobillos. Los días de lluvia son así, irrealizables; inutilizan cualquier proyecto, los hacen inviables y todos los “ins” que se te ocurran. El “se suspende”, el “hoy no da”, el “con este tiempo que querés que hagamos” se agolpan con la lluvia en la ventana. Eso es la lluvia, una ventana, de un lado yo, del otro, mis proyectos, mis amigos, mi felicidad. Cristal, potente, aislante, paradójicamente líquido, líquido como el agua, nunca me gustaron los líquidos, siempre preferí la libertad de los gases, flotando entre habitaciones cerradas sin importar las circunstancias.
Me ahogo, la garganta se me cierra, intento escupir, pero no consigo lugar; me ahogo en el mar que la lluvia creó dentro de mi; litros y litros de agua llenan mi cuerpo, hacen presión hacia fuera, mi piel ya esta bastante tensa y bajo mis ojos encontraron la única fisura.
Parece que ganó mi hermana, porque la esta gastando a mi vieja, me olvido por un momento de mi encierro y de aquel actor famoso que encontraron con azúcar impalpable bajo la nariz.
Me pongo a jugar al chin-chon, siempre pensé que la lluvia me traía mala suerte, escalera con todos palos diferentes. La perdedora de truco toma revancha y nos avalancha cortando en la tercera vuelta, enganchándonos con pares de doces y dieses en la mano.
Tiro las cartas -¡¡¡Nunca me gustó este juego!!!- me voy a reposar en la dulce cama.
Caigo rendido y me da la sensación que el techo quiere caer con migo, las paredes se me acercan, la habitación se estrecha, el oxigeno se va consumiendo, trato de abrir la ventana, pero desde lo de Marta que no se puede. Intento tranquilizarme, pero Jesús en su cruz me mira y se ríe de mí, lo bajo de un librazo, pero me arrepiento y lo vuelvo a colocar en su lugar.
Veo la ventana, un gorrión intenta resguardar con sus extremidades a los pichones; cuando llueve las alas no vuelan, protegen; cuando una mariposa se moja, deja de aletear y muere.
El pecho se me va cerrando armonizándose con el medio, la respiración se hace un ejercicio, me canso del inhalar. Saco el broncodilatador del bolsillo, un par de disparos directo a los pulmones, espero que sea suficiente.
Todo se hace pequeño menos las paredes que crecen, corro, no se hacia donde pero corro. La desesperación fragiliza mi columna vertebral, que le pasa corriente a todo el cuerpo.
Angustia, llueve angustia. El techo del galpón, que duerme en el patio, es de chapa; es un redoblante a mil internalizandose en mi cerebro mojado.
Saco nuevamente el broncodilatador.
Me encierro en el baño, la canilla gotea, todo el mundo hoy gotea.
Es “la persistencia de la memoria” de Dalí, todo derritiendose, el tiempo transcurre por debajo del armario, nada es sólido, todos tenemos la forma del envase que los contienen. Sigo corriendo, aunque mis piernas se incrustan en el piso de cerámico. El amanecer se despierta a años luz de aquí, mientras el ocaso entra sin pedir permiso y el mar se come de a poco a la montaña. Brújulas nos señalan la hora exacta, es nuestro norte estructurante, un sur anhelante. El calor agobiante se morfa nuestros deseos de actuar, derrite todo nuestros placeres.
El pecho y todo a mi alrededor se va cerrando, mil disparos no serán suficientes, los pulmones proclamaron independencia y firmaron ya el acta, la lluvia de angustia continúa.
El paisaje se vuelve nebuloso, veo representarse un muro frente a mí. Lo golpeo, se erige potente, no lo puedo destruir y nunca lo podré. De repente, creo visualizar un picaporte; lo tomo, el muro se hace puerta; la suelto, se hace nuevamente muro; me divierto un rato más con este jocoso juego; decido abrirlo, se transforma nuevamente, pero esta vez en lluvia, como el cuadro de Dalí, que muere bajo mis pies.
Un relámpago abre mis ojos, estoy tirado boca abajo en el baño, mi madre y mi hermana me ven sorprendidas e indignadas, me levanto, empiezo a caminar, se escurre un impermeable entre mis dedos, me paro frente a la puerta, dudo un momento, la abro, salgo a correr bajo la lluvia en busca de mi destino; recordatorio mental, me dedicaré, a partir de hoy, a escribirlo por mi mismo.
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