Me es dificil, Ana Karen, me es dificil comunicarme contigo a través de monólogos y, más aún, si no estoy segura de que escuchas lo que hablo. Siento tantos vacíos en la profundidad de mi cuerpo y tengo tantas esperanzas por debajo de las lágrimas que me duele no recibir una respuesta. A veces creo que te pierdes en el infinito sólo para hacerme sufrir, sólo para obligarme a permanecer en el vacío, en la espera.

No creo en los grandes monólogos, lo repito, porque ni siquiera sé si te tomas el tiempo para escucharlos, entenderlos. Una tercia de palabras a manera de respuesta: "Hola, te escuché", sería suficiente, después de cada frase, para que yo siga con la siguiente y la siguiente y la siguiente; de lo contrario, no sé si me has escuchado, no sé si me has atendido.

A veces buscamos canales para purificarnos de todo aquello que se cultiva en nuestro cuerpo, en nuestra alma porque, en ocasiones, las cosas explotan desde dentro y le dan un sinsentido a la vida, nos obligan a perdernos en lo etéreo, pero, también, y de manera contraria, esas explosiones podrían hacernos revivir; son aquellas dolorosas detonaciones, tus recuerdos, las que me han mantenido viva.

Es difícil pensar en algo hermoso porque todo lo que me viene a la mente es oscuro y triste; y en realidad no sé por qué, no sé cuál es la razón de estos melancólicos pensamientos que salen de mi cabeza.

Tú sabes que confesarme es algo que no hago seguido, Ana, pero después de soñarte durante varias noches se me ocurren un par de maldades que son dignas de repensar, de hacértelas saber. (La conciencia me pesa porque nunca antes te lo dije.) Te pregunto: ¿Es pecado sentirme atraida por una mujer que ya no está conmigo, que jamás podrá contestarme? No lo sé y, supongo, tampoco tú lo sabes, ¿verdad? Tal vez me dirás: la atracción simple no tiene nada de malo. Lo malo, te contestaré, viene cuando el sentimiento crece y consume desde dentro con una intensidad peligrosa, preocupante, con un calor que abraza durante las noches y me obliga a imaginarte desnuda frente a mí, rozando mis tejidos y mis pasiones más profundas, mis rincones más íntimos. ¿Sabes, Ana?, así es cada noche.

Me gusta imaginar que me visitarás a escondidas, como en secreto. Como se visitan los amantes, te escucharé decir. Te acercarás a mí, me besarás detrás de la oreja y dibujarás una sonrisa leve en aquella cara redonda, morena. Entonces, te invitaré a tocarme con tus pequeñas manos, pero me rechazarás, te alejarás y me darás la espalda, comenzarás a reir y a burlarte de mi estupidez. Después, con mis brazos, te obligaré a voltear y verme de frente, así podré besarte los labios mientras tomo tus manos para meterlas por debajo de mi playera, justo debajo de mis senos. No cerrarás los ojos y yo me sentiré pequeña frente a tu seguridad, entonces, sabré que todos tus movimientos han sido calculados. Mis pezones se erizarán al tiempo que los roces suave con tus dedos. Te permitiré desabrochar mi pantalón para explorar mi entrepierna y, unos segundos más tarde, yo haré lo mismo. A ciegas, reconoceré tus pliegues y la profundidad de tus selvas. Percibiré humedad en tu entrepierna al tiempo que los vellos, a lo largo de todo tu cuerpo, se erizararán. La canción de Alien comenzará a sonar en el estéreo cuando me hayas despojado de toda la ropa. Yo te besaré como desesperada desde el cuello hasta el abdomen y te invitaré a hacer lo mismo. Querré mirarte desnuda, completamente desnuda. Mis manos parecerán torpes al desabrochar los botones de tu blusa; me mirarás desde arriba en aquella batalla contra la prenda y volverás a reir. Luego, mi piel se estremecerá cuando tus pechos, libres, se presenten frente a mi vista tibios, como invitándome a vivir justo en medio de ellos. Entonces te abrazaré fuerte y me aferraré a ti, a tu vida. Nuestras miradas permanecerán observándose sin tregua, de frente, en un reto. Te tenderé en la cama y te cubriré en un abrazo desnudo. Abriré tus piernas y, suave, lameré tus labios y probaré tus líquidos, saciaré mi sed hasta obligarte a reaccionar en un clímax frenético de olores, de sabores, de espasmos. Algunos minutos más adelante, mi cuerpo aumentará su temperatura y sentiré tus manos en cada rincón, en cada centímetro de mi oleaje. Reiré sin saber por qué. Tú tampoco entenderás mi risa, pero no detendrás tus movimientos, tus peticiones que, a manera de gemidos, le pedirán al tiempo que permanezca detenido en la eternidad.

Me gusta pensar en ello, Ana, y me gusta llorar y gritar sobre tu tumba a pesar de que nadie entienda por qué lo hago. Al final, todo se convierte en silencio e impotencia; me dejaste sola. A pesar de ello no te culpo, nunca te enteraste de los incendios que me provocabas, de los líquidos derramados en mi entrepierna cada vez que me mirabas, que me estrechabas la mano, que me regalabas un beso en la mejilla. Aún recuerdo el olor de tus cabellos y el sonido que el viento provocaba al rozarlos. Lo sé, tú ya no estás aquí, te encuentras muy lejos, decidiste tomar tu triste derecho a la muerte y matarme, de manera inconciente, en mi triste obligación a la vida. Ahora permaneces recostada en una cama desconocida mientras yo, sobre tu tumba, sigo tus pasos hacia la misma soledad fermentaba.