Estoy preñado de dolores. Esta vida tan azarosa que nos va sembrando por todas partes, tirándonos por la borda para que hagamos camino entre las zarzamoras, lanzándonos a las aguas correntosas, sin que exista en nuestro acervo la más mínima idea de bracear.
Vida caprichosa que coloca en caminos divergentes a los que se ama y nos ata a la mala hierba, con la que tenemos que convivir como si fuese un designio. Recuerdo a tantos que ame sin condiciones y que partieron por rumbos diversos. Y son tantos más los que se me han pegado a los huesos como un tumor, succionándome, angustiándome, haciéndome creer a pie firme que el averno no es algo metafísico, sino la realidad que se nos pega como una segunda piel.
Convengo que es posible que tenga mucha culpa en esta pesadilla que me asola día a día, que no supe decir te quiero, que no supe dar un beso, que no me arrodillé para pedir perdón y que mi indiferencia fue la pancarta para alentar a la huida. Por eso, en plena preñez de tormentos, atisbo una lucecita en el horizonte, ella me encandila, me ayuda a abrirme paso entre las zarzamoras, aprendo, sobre la marcha, a flotar en las aguas correntosas.
Y con respecto a la mala hierba, he construido con mis propias manos una excelente herramienta, la forjé con certezas, con desprecio y prolijidad, es acero de buena ley que aleja con su sola presencia a los cizañeros ramajes que me obstaculizan el paso. Y como la geometría no es mi especialidad, sueño que los caminos divergentes, en algún lugar tendrán un punto de encuentro, así como el corazón del hombre sabe perdonar, así como uno aprende a reconocer errores. Así como se aprende a decir: te quiero...
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