Me levanté temprano ese sábado decembrino para ir a la boda de mi amiga Virginia, que se casaba en Choroní a las cuatro de la tarde.
Llegué al terminal de Maracay y me dirigí a los tropicales autobuses que van a Choroní (si algún día cambian esos Blue Birds el viaje perderá atractivo). Me asomo... full! ¡C’ de la M’!, quedaba un puesto atrás, al lado de un grupo de amigos que ya tenían, a las siete de la mañana el bochinche armado. Ni modo, quería llegar temprano para aprovechar un bañito en la playa, así que me senté ahí.
Antes de que el autobús saliera, se sube una china con sus potecitos de arroz (con todos los sabores: cerdo, camarón o pollo) “Alo chino, alo chino... balato, sabloso” ¿Y quién le compró? Los que iban al lado mío, claro. Arroz chino, que inmediatamente, al arrancar hacia Choroní, se entremezcló con traguitos de caña clara y ron, que tomaban alegremente y por rondas en una botella plástica de refresco. “¿Quieres un trago chama?” me dice el que tenía al lado. “No, tranquilo” respondí.
Cuando nos habíamos adentrado en las curvas del camino, algo no se veía bien en sus caras. “Coño” pensé, “menos mal que estoy sentada en el puesto de la orilla”.
Al rato, una de las muchachas saca la cabeza por la ventana y ¡bluaaah! “¡Ahí va el primer arroz chino!” le grita el amigo, mientras el otro (el gordito etílico) agrega: “vi cosas anaranjadas, ese era de camarones”. Carcajada colectiva en el autobús. El chofer, observando la escena por el espejo retrovisor, se detuvo a ver si todo iba bien, echó una mirada tipo “tate quieto” y continuó.
En el momento en que estoy en una profunda dialéctica filosófica: “por qué el chofer repite sin pausa el mismo CD de salsa (otra vez... Maelo Ruíz)”, el gordito, con cara de náusea total, se asoma por la puerta trasera y suelta el menú... ¿Sería con cerdo o con pollo? No quise verificar. “¡Chino express!” chalequean los amigos pasándole rápidamente la botella a ver si se compone.
Ya a esas alturas, llegando al destino y con el tercer y último menú devuelto (me ahorro esta vez los detalles), sólo esperaba que en la boda de Virginia no sirvieran nada parecido al arroz. |