La suave brisa del mediterráneo mecía las copas de los olivos arrastrando un profundo aroma de azahares y flores silvestres. El sol meridiano hacia resplandecer la blancura volcánica de las piedras entre la verde espesura de las plantaciones cuidadas. Desde el Egeo, la silueta geométrica de la isla de Knosos se presentaba como una floración marina de cuarzos y jades.
Parado sobre la proa de la pequeña barca Papías sollozaba en esta contemplación emocionado, quizás, frente a la nueva oportunidad que le brindaba la vida, quizás, atormentado por los fantasmas del pasado o quizás, dolorido por el forúnculo punzante en su nalga derecha que le impidió sentarse durante las treinta y seis horas de viaje. Por aquellos años la civilización menoica estaba en pleno apogeo y desde toda Grecia llegaban viajeros atraídos por las historias de éxitos repentinos y prosperidad instantánea que circulaban de boca en boca por los puertos comerciales. Tras décadas de formación en las principales escuelas filosóficas atenienses, Papías había sido instruido en las más disímiles corrientes del pensamiento metafísico. Había convivido con peripatéticos; mayeuticos; sofistas; atomistas; y naturalistas. Con ellos compartió decenas de simposios y veladas culturales en los círculos mas selectos y pudientes de la sociedad ateniense; hasta aquella funesta noche en que, tras una opípara cena ofrecida por Solón para agasajar al gobernador de Creta en el templo de Artemisa, a Papías le llego el turno de orar acerca del tema propuesto:”Política en las colonias”. En un momento dado de su disertación y, para poner énfasis en uno de los puntos centrales de su exposición, papias golpeo con su puño cerrado la mesa de los oradores y media docena de cubiertos de plata cayeron de la manga de su toga desparramándose entre los comensales dando uno de los delicados cuchillos de postre, tras un rebote, en el ojo del gobernador. La atónita audiencia estalló en cólera y el sabio fue vituperado y expulsado del templo bajo una lluvia de insultos, platos, sillas y gelatina de naranja. Las excusas presentadas por Atenas ante el gobierno autónomo de Creta no fueron suficientes y el hecho derivo en el asedio y bloqueo de la isla en la que fue conocida como “La guerra del Tuerto”.
Apabullado por la humillación y el destierro, Papías se retiró a las alturas del Peloponeso donde vivió recluido durante un lustro viviendo como asceta acompañado solamente por su fiel cabra Sofía, a quien dedicó sus primeros poemas recopilados por sus biógrafos en el volumen “Odas de amor a mi pelusa tibia”. Durante esta etapa de profunda meditación se fueron amalgamando los principios de su sistema filosófico integral. Estableció los tres estadios del conocimiento humano que rigen hasta nuestros días: Planteo, Desarrollo, y Venta. También de aquella época data su particular inclinación a dar respuestas abiertas para las preguntas cerradas como cuando sus discípulos, ávidos de conocimiento le preguntaron – “Maestro, ¿la razón existe en el ser, o el ser en la razón?”- a lo que respondió con un profundo –“¿Quién sabe?”-, tal predisposición a la polémica le valió la envidia y el rencor de varios sabios que se convirtieron en sus acérrimos enemigos, como aquel nigromante asirio con quien mantuvo un prologado debate en el mercado de Esparta que es recordado como “La parábola del Gatuzo” cuya parte central transcribimos a continuación.
Nigromante: Este gatuzo será para quien pueda resolver el misterio de los tres cofres.
Papías: Enuncialo Mago, pues has encontrado alguien para quien no existe enigma con velo ni mujer con piernas cerradas.
Nigromante: Vale sabiondo de burdel, ahorrate la pedantería y responde:
En el primer cofre está la respuesta del tercero; en el segundo se oculta el lugar hacia donde dirige el primero; y el tercero guarda la respuesta del segundo. ¿Qué hay en cada cofre?
-Papías: No ofendas mi inteligencia Nigromante. A este acertijo lo puede resolver uno de los monos culo rojo de los que viven en el país de los nubios.
-Nigromante: Pues no nos dejes en ascuas, ¡ilumínanos!
-Papías: Atiende, en el primer cofre se encuentra la verdad, pues hacia ella nos llevan todos los caminos del pensamiento; en el segundo se oculta el alma humana, ya que allí reside la verdad desvelada………
-Nigromante: ¿Y en el tercero?
-Papías:(tras un prolongado y nervioso minuto de silencio) Ehhh…….. ¡Metete el gatuzo en la boquilla del orto!
La parábola, la fábula y la sémola fueron artes menores cultivadas intensamente por Papías que no ocultaba sus pretensiones populistas y, más de una vez, antes de comenzar sus discursos saludaba al publico desde un pulpito elevado cruzando sus antebrazos sobre el pecho y haciendo cuernitos con ambas manos, gesto que sus seguidores adoptaron como saludo ritual y bautizaron “el saludo de la cabra” en honor a Sofía, a estas alturas, casi una primera dama. Pero aunque era reconocido y amado por las masas plebeyas solo el dominio de las artes mayores y su reconocimiento le darían la trascendencia que todo sabio buscaba. La retórica; la metafísica; el álgebra; la política; la física; la aritmética; pero sobre todo la inexpugnable filosofía eran las ciencias a dominar para poder ser considerado en las altas esferas y poder así fundar su propia escuela. Denodado por esta ambición y consciente de su exclusión de los círculos atenienses, decidió emigrar en busca de un lugar emergente y sin memoria donde constituirse y desarrollarse. Knosos era una metrópolis nueva que habá crecido como un puerto comercial pujante cuando Creta fue destruida durante La Guerra del Tuerto y carecía de escuela filosófica propia, y Papías, era esperma fecundo buscando un útero fértil.
Al llegar, al sabio le urgía resolver dos temas igualmente importantes; conseguir un predio de enseñanza y reclutar discípulos. Lo primero lo solucionó gracias a las gestiones que una prostituta hitita, compañera de viaje, que atendía regularmente al presidente del Nicosia Gym un club del ascenso de la liga knósica, quien le cedió las instalaciones del vestuario de damas a cambio de desagotar diariamente las letrinas.
A sus séquitos los fue reclutando uno a uno en las ferias y prostíbulos de la zona portuaria. Allí convergían los peores y mejores exponentes de la civilización helénica, así, unos se unieron por propia voluntad, y otros, totalmente borrachos no tuvieron opción; fueron cinco, y su número no fue decisión del azar sino fue que en la mente del sabio ya estaba preestablecida la figura del pentáculo. Ellos eran:
Edema de Próstata. Sanguinario guerrero mercenario quien, tras ser considerado héroe durante las guerras médicas, cayó en desgracia al atravesar con su lanza, accidentalmente, a una reencarnación de Hermes después de una borrachera. El dios, ofendido, lo condenó a vivir entre los centauros como yegua madrina y le tatuó en las ancas el rostro de Afrodita. Al terminar su condena Edema retomó las armas vendiéndose al mejor postor para cualquier servicio y fue muy requerido en los campamentos de avanzada para levantar la moral de los combatientes. Los bravos guerreros le demostraron su aprecio dedicándole fogosos poemas de amor que la literatura helénica recopiló bajo el título “Próstata profunda y misteriosa”.
Ileas de Patmos. Hijo de un militar aristócrata y de una doncella consagrada a Afrodita, al nacer fue ofrecido al Dios Ares quien lo devolvió con una nota dónde se leía claramente “Inaceptable”. A los cinco años fue expulsado de la escuela de infantes por no aprender a jugar con arcilla y ninguna institución quiso hacerse cargo de su educación. A los catorce años se enamoró perdidamente de una amiga de su abuela, y a los diecisiete fue encarcelado por abusar una pordiosera octogenaria. Pasó doce años en prisión y allí fue bautizado como “El Desarrugador”, trabó amistad con un falso profeta maricón quien decía adivinar el futuro leyendo los vellos púbicos de los jóvenes reclusos. Tras su liberación, fue deportado como inútil social y escoria viviente.
Freón de Ducilo. Comerciante inescrupuloso y especulador que transitaba de feria en feria en busca de la sabiduría para re-venderla. Antes de desechar un cargamento de ostras del jónico en mal estado, prefirió comer los moluscos fermentados él solo hasta acabarlos. Tardó quince días, y la intoxicación resultante le causó un semestre de diarrea y un estado de meteorismo permanente. Probó todos los métodos conocidos para evitar los desagradables síntomas de las flatulencias; usó calzones aromatizados, se introdujo un filtro de totora con gránulos de incienso en el esfínter, tosía constantemente argumentando mal aliento, pero todo resultó inútil. Primero le fue prohibido el ingreso a espacios cerrados; luego la prohibición se amplió a los espacios públicos: y, finalmente, fue obligado a vivir a no menos de veinte kilómetros de cualquier conglomerado humano. Algunos filólogos encuentran aquí el origen de la palabra ostracismo, fue considerado por muchos historiadores como el primer contaminante artificial.
Andrea de Lesbos. Fue desterrada de su homófoba isla natal a la temprana edad de siete años cuando, escondida en un cobertizo, sus hermanas la descubrieron jugando con muñecas. Vagó doce años por las ciudades corintias disfrazada de luchador olímpico. Al verla bañarse desnuda después de una pelea, Zeus se enamoró perdidamente de ella y se transformó en foca para poseerla secretamente en sueños, al despertar, Andrea sonrió maliciosamente recordando como se retorcía la foca al ser penetrada por un basto de combate. Aún así, el amor no le fue esquivo, durante una temporada de la cosecha del higo blanco Andrea sirvió como caballerizo de un terrateniente macedonio y, como era de esperar, cayó perdidamente enamorada de la esposa de su amo quien a punta de espada y para salvar el honor, expulsó de sus tierras a la pareja y se casó con su cuñado.
Anemias de Dodona. Hijo del sacerdote mayor del dudoso oráculo de Psion, fue un prometedor escriba de epopeyas contratado por Alejandro para testificar sus campañas. Su padre y sus seguidores profetizaban el porvenir interpretando las manchas difusas de orina que quedaban en las túnicas masculinas tras los escurrimientos espasmódicos de rigor. “El goteo de un hombre es el reflejo de su alma”, rezaba en el frontispicio del Templo de Psion. Tras la magnífica victoria en la Batalla del Gránico Alejandro sufrió un intento de envenenamiento descubierto casualmente por Anemias cuando encontró a un cocinero moliendo vidrios en un mortero, quien adujo en su defensa, estar probando nuevas texturas para el paté de avutarda. A partir de ese momento, Alejandro nombró a Anemias catador oficial con el grado de Coronel Etílico y éste, fiel custodio de su general, probó durante los años de campaña, una a una las más de trescientas bordalesas diarias que se consumían en los campamentos. Al término de la incursión al Helesponto, Anemias padecía de alcoholismo crónico y una pérdida total de la memoria episódica; al descubrir Alejandro que su escriba no recordaba lo que lo que debía redactar para la historia, lo dio de baja deshonrosamente. Anemias había olvidado por completo hacía dónde debía regresar y se vio obligado a vagar por los reinos en busca de su origen.
Papías fue un prolífico pensador y los cinco volúmenes de su obra capital “Epístolas a los Atlantes”que comprendían detallados tratados del pensamiento universal, son una muestra de ello. Lamentablemente las abultadas cartas les fueron devueltas por el correo al no encontrarse el destinatario y Papías, indignado, las quemó en el fogón de la cocina.
Conocedor profundo de los desvaríos del alma humana, estableció los cinco sentidos del espíritu en sus célebres “Discursos a los Reclusos de Efesio”que sus discípulos recopilaron para la posteridad. El Pentateuco papiano se dividía en los siguientes discursos:
- Discurso I. “La Siesta.” O de la modorra.
- Discurso II. “Prima Ariadna.” O del despertar de la pasión.
- Discurso III. “El Grillo Percutor.” O del insomnio.
- Discurso IV. “El Juego del Ludo.” O del aburrimiento.
- Discurso V. “Me Cago en Sófocles.” O de la ira.
Diodoro Sículo cita en sus escritos tras la muerte de Alejandro el trágico desenlace de la civilización menoica atribuida a catástrofes naturales pero, en realidad, fueron los discípulos de Papías quienes desataron la ira de los dioses al no cumplir las promesas de sacrificio hechas antes de la partida del filósofo.
La historia cuenta que compungido ante la presencia de una duda durante un desayuno ritual, Papías reclamó silencio a sus discípulos quienes se encontraban debatiendo a viva voz el reparto de las tareas hogareñas. Buscando encontrar la serenidad que demanda el pensamiento dialéctico, se retiró de la sala cruzando el umbral, después el patio, esquivó las guías pendulares de las parras florecidas y se encaminó por el angosto sendero de piedra hacia el muelle de la finca. Allí encontró a la pequeña barca amarrada a una estaca, ondulando sobre el oleaje con el pequeño mástil zigzagueando entre el mar y el horizonte y la vela apenas asegurada a su cabo. Recogió un poco su túnica y de un ágil y corto salto trepó al castillete de proa, después se sentó en el taburete y apretó los dedos de su mano izquierda sobre la boca juntando los extremos de su labio inferior, y apoyando el codo sobre el muslo. Así quedó reflexivo con la mirada fija en un punto del piso embreado de la nave que el agua filtrada cubría y descubría a cada movimiento, alternadamente.
La mañana se hizo tarde y la congoja de la incertidumbre iba dejando lugar al orgullo de la certeza. Lejos de advertir que el amarre había sido raído por los filosos dientes de Sofía y que sólo un par de hebras lo ligaban a la isla, tampoco notó cuando un levante del este desató la vela, y mucho menos aún, que la barca se alejaba de la costa hermanando la deriva con el atardecer; mientras el sol, hermeneuta del espíritu, adormecía la miserable osamenta del filósofo.
Unos aseguran haberlo visto pasar por el estrecho de Bósforo, otros dicen que alguien que correspondía con su descripción, fue descubierto alimentándose de cangrejos en las costas de Persia. Hay quien jura por la memoria de sus ancestros, que lo vio en Borneos rodeado de jóvenes nativas danzando desnudo en la playa.
La historia, mujer caprichosa, ha dejado caer en brazos del olvido la vida de este filósofo de lo terrenal quien en vida, escribió su propio epitafio aún sin tumba:
“Viajero, dile a Knosos que Papías no ha muerto, se fue de putas.”
FIN
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