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La cita es maldita. Religiosamente cumple con el ritual. Un correcto traje, pero que por su color y su textura delata el paso del tiempo lo acompaña sin conocerle ninguna deslealtad. La barba alargada como vencida por el traquinar de los años lleva un color gris que en perfecta combinación con el saco le da un aire de antaño, pero es menos importante que su compañero indiscutido, único e inquebrantable : su paraguas, claro que no es un paraguas de esos nuevos que vienen ahora de china o algunos de esos países orientales, esos que son chuiquitos y de colores, que si uno se encuentra de pronto con la lluvia se percata que no cumplen con su cometido, no este es de esos paraguas viejos, esos grandes con el mango alargado y redondeado como un gancho, y por su puesto como todos los paraguas viejos, este es de color negro. No interesa si es un día soleado o si se avecina una tormenta, siempre va con el, son inseparables, creo que si así no lo fuere no me hubiera percatado nunca de la tragedia de este hombre, de su eterna repetición, de su perfecta espera y de cómo funciona finalmente su extraña relojería. Que gente “rara” hay mucha, y más en la calle, pero este era distinto, primero por que tenia donde vivir, es decir no era un vagabundo corriente, y segundo, por que andar con un paraguas en pleno enero lo hacia definitivamente distinto a cualquier otro personaje.
En un principio pensé que era una manera extraña de coquetería, luego que solo era un hombre muy precavido, conciente de los cambios repentinos del clima, y más tarde que sufría de un trastorno obsesivo o una fobia evidente al agua. A si conjeture una y otra vez, hasta que un día lo pude ver en toda su humanidad desnuda, estaba sentado en un bordecito cerca de la esquina, en una especie de anexo del hospital de niños que hay a unas cuadras de mi casa, estaba apoyado en su paraguas lo sostenía desde su generoso mango y se ayudaba trabando la punta de metal entre dos baldosas, la otra mano le cubría los ojos y parte de la cara, fue solo un momento, su gesto era claro, nítido, era de desesperación, de espera impotente, y para mi todo cobro sentido, el traje, la precisión, la insistencia, y el elemento central, el más desconcertante: el paraguas. En el barrio sin embargo abundan las especulaciones, la de la locura simple y llana, como de costumbre, es la que gana más adeptos, por mi parte ya no tengo dudas. Cuando salga de su letargo, cuando escape de su laberinto, sabré los detalles de una cita eternamente inconclusa.

Texto agregado el 08-12-2007, y leído por 172 visitantes. (2 votos)


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