CÍRCULO DE SUFRIMIENTO
LUDIVINA
Ludivina camina sonriente cuando está en el interior de su mundo inventado y versal
Camina despistada, soñando que va dejando tras de sí una estela de pequeñas luces centelleantes de azul índigo. Camina pensando que esas motas de su minúscula e invisible divinidad llegan a las gentes, que, tocadas por esa varita mágica de lo especial, sonríen a su vez y siguen su camino cantando y claqueteando. Alguien le dijo una vez que su aura era diferente, que podía construir un puente hacia lo desconocido, que el azul índigo que su aura irradiaba la ponía en contacto con lo sobrenatural. Y ella lo creyó ¿Por qué no?
Ludivina asienta la mayor parte de su optimismo en la certeza variable de que algo especial la sustenta. A la esencia intangible, impalpable y relativa de su especial talante, se auna el hecho de que esta tampoco sea advertida por la gran mayoría de los mortales que la circundan. Ludivina es una pequeña niña de treinta y dos años. A través de sus escotes y sus tacones, se puede adivinar a un pequeño trasunto de Heidi con trenzas y rodillas sucias.
Sin embargo, este angelical y ensoñador ser, posee un estigma especial que la hace ser mucho más terrenal de lo que ella desearía. Así como a cada cerdo le llega su sanmartín, así a cada ser básicamente espiritual, le llega el momento de medirse con lo mundano y material, que, al fin y al cabo, es lo único científicamente explicable.
Las vertientes cardinales de lo humano son varias, como decía Gasset, pero para contar esta historia he de centrarme en una :El amor mundano. Dejaré entonces a Ludivina en el anonimato en el resto de sus vertientes y pondré toda la atención en el amplio caudal que nos van a dar sus tribulaciones amorosas.
Atraída desde su más remota pubertad por los donceles más bellos del lugar, tuvo que esperar hasta ya muy entrada la adolescencia, para dejar de ser un patito más o menos feo, y pasar a ser un cisne del montón. Entonces, bajó su mirada a la tierra y comenzó a fijarla en chicos que también eran príncipes azules del montón. Adquirió un torpe manejo del arte de la seducción y empezó a tener sus primeras conquistas.
Obviaré para ayudar a la claridad y brevedad del relato, a todos aquellos que , habiendo pasado por su vida, no dejaron siquiera una triste huella en su corazón voluble.
Quién sabe si por un mal entendido samaritanismo, eligió, de entre todos los caminos que podía recorrer, el de redimir a hombres de escasa catadura moral, donjuanes de medio pelo e incluso a donjuanes profesionales. De haber tomado otra senda, quizá la historia que ahora estaría contando sería la de una mujer treintañera, casada felizmente con un hombre tranquilo y de posibles, formando la familia tipo burguesa y yendo a veranear al apartamento de Oropesa, con los suegros y los churumbeles.
Sin embargo, al especial talante de Ludivina se ha unido siempre un especial tino para dar siempre con el hombre equivocado en cualquier lugar, equivocado o no.
Saliendo todavía de las brumas de la pubertad, cuando de pleno entraba en la adolescencia acneica, creyó enamorarse por primera vez de una manera adulta. El objeto de su recién estrenado amor maduro, era un joven unos años mayor que ella, cuyo mayor y más misterioso atractivo era el de resultar atractivo a las tiernas adolescentes, sin causa física ni psíquica aparente. La Ludivina adolescente, todavía con ilusiones intactas, cayó también bajo su intrigante hechizo, creyendo que en ella, él al fin había encontrado lo que tanto ansiaba. Error. Una noche de sábado, llamémosle J y Ludivina se besaron apasionadamente durante horas. ¿Preludio de un bonito romance? Segundo error. Con ese primer amor materializado, llamémosle J, inició Ludivina su particular peregrinaje por un círculo nefasto, que todavía hoy no ha logrado cerrar. ¿Qué extraños sucesos introdujeron a Ludivina en su particular vía dolorosa circular? Al día siguiente de ese primer beso, Ludivina volvió cándida, bella en su felicidad, burbujeante y nerviosa, al lugar de la primera cita. Los minutos pasaron, las horas fueron comiendo la tarde, y , llamémosle J, no aparecía. ¿Le atacaron unas repentinas y virulentas anginas? ¿Quizá lo había atrapado en casa un sordo dolor de cabeza? Después de una interminable espera, acechada por el miedo a algo indefinible que entonces tomó cuerpo, supo por un amigo común que, llamémosle J no solo estaba en un inmejorable momento de salud, sino que además , así se lo estaba demostrando a otra muchacha en el bar contiguo. Y así empezó todo. Despreciada y humillada, Ludivina hubo de replegar sus alas de cisne herido, y volvió a casa llorosa, destrozada y digna.
El tiempo pasó, horas que parecieron días, días que parecieron años, hasta que otro llegó. Llamémosle J solo plantó la semilla de su inusual destino, y volvió a ella cuando ya era demasiado tarde para cualquier satisfacción, para cualquier venganza. Ludivina ya se había enamorado de otro, con un sentimiento que superaba con creces al anterior.
El Príncipe llegó a Ludivina sin corcel blanco y sin rubios y deslumbrantes tirabuzones. El Príncipe tenía el pelo negro, los ojos negros, profundos y misteriosos y la boca más carnosa y deseable que Ludivina hubiera conocido hasta entonces. Vestía de riguroso negro y unía a su atractivo físico, una voz y un dominio de la palabra que entretejían una tela de araña sonora alrededor de Ludivina. Ella, pequeña mosca torpe de ropajes sonoros sencillos, se quedaba allí, hipnotizada, amarrada irremisiblemente a la tela, sin osar mover un músculo, balbuceando palabras inconexas intentando volver a la realidad.
Ludivina había topado con el máximo reto, con la mayor calamidad para una mujer, con el peligro supremo. Ludivina había topado con el Donjuán profesional.
Antes de claudicar de lleno a su cautiverio en la tela, intentó con escasa fuerza, hacer un pequeño agujero para escapar. Fue inútil, al primer beso, a la primera caricia, le acompañó una larga lista de cumplidos románticos, que hicieron que la pequeña mosca se entregara ya sin resistencia. El mundo de Ludivina se llenó del amor pasional de las películas, del amor visceral de las fotonovelas, del amor platónico, idealizado y a duras penas tangible, todo ello poblaba sus días y sus noches . Después de la primera cita, estaba enamorada con esa intensidad dolorosa que solo es posible a los veinte, con esa mezcla de realidad y ficción que solo es posible en un corazón todavía muy puro y casi sin estrenar. Ella se sabía mosca ante una astuta y atractivísima araña, sin embargo su conciencia no podía apaciguar ese amor desbocado. También oyó las voces premonitorias que le advertían de la trampa, pero tapó sus oídos con cera de abeja, y dejó que esos dolorosos y certeros cantos de sirena se desviaran de ella. No tardó en desenmascararse la peculiar afición del Príncipe por las conquistas.
El romance seguía su curso, Ludivina aleteaba más que caminar, pero las sombras acechaban, sombras femeninas cargadas de afeites. Un día , Príncipe la llamó por teléfono para concretar una cita. La mosca desplegó orgullosa sus alas ante las sirenas que seguían cantando, y acudió pronta y enamorada al encuentro de su galán. Cuando llegó al lugar de encuentro, sus alas se replegaron y comenzaron a derretirse junto con la cera caliente de sus oídos. Doce de la noche de un sábado cualquiera en una ciudad cualquiera. Un chico guapo cualquiera besa con fruicción a una chica pelirroja cualquiera en la barra de una bar cualquiera. Chico guapo era Príncipe, y la pelirroja era una no muy atractiva desconocida. Ludivina observó la escena con estupor, ni siquiera se acercó a Príncipe para gritarle airada. Dejó sus alas derretidas en el suelo, y desapareció caminando pesadamente.
La mosca había sido devorada, ya no podía volar. Recogió todo su amor y lo guardó en una caja que introdujo en un contenedor para deshechos orgánicos. Y siguió su camino, apagada y sin fuerzas casi para caminar, le dolían demasiado sus alas.
Ante esta situación, otra persona con menos fe, otra persona más atada a las leyes inefables de la realidad, habría intentado recomponerse lejos de su torturador. Sin embargo, comenzamos a tener conciencia de la incapacidad o el rechazo terco de Ludivina para aprender de sus propios errores. Y así, Ludivina siguió frecuentando los lugares dónde el Príncipe ejercía sus poderes, ataviada esta vez por un ropaje aparentemente opaco de indiferencia. Pero, sus residuos amorosos tardaban en descomponerse, y después de un corto espacio de tiempo, recibieron nueva vida, y renacieron sin asomo de podredumbre. Príncipe volvió a ella, le dijo que la quería e incluso que deseaba una relación seria.. Ludivina solo fue capaz a medias de mantener su manto de indiferencia, y cayó de nuevo en la tela de araña, esta vez con plena conciencia y discretamente armada. Sólo acertó a rechazar su propuesta de noviazgo, y siguió allí, asustada y plena por dentro, y simplemente aferrada a sus besos y sus hechizantes palabras por fuera.
Príncipe, como ya he anticipado era un extraño ser por su perfección.¡Ah!, pero¿ acaso alguien se libra de imperfección, por pequeña que esta sea? Aquel personaje perfecto de cuento siguió queriendo a Ludivina, y a otras muchas, con toda la intensidad posible dentro de su proceder sinvergüenza. ¿Podía atesorar tanto amor dentro de sí?¿Quizá su único defecto era su asombrosa capacidad para amar? ¿Era un misionero del amor en tierras femeninas insatisfechas? ¿Simplemente era un donjuán experto y de dudosa moralidad? Todo esto y mucho más. Nunca sabremos si una cosa llevó a la otra, si esa otra cosa era innata, connnatural a él, si Príncipe estaba bajo algún hechizo de una bruja malvada: Príncipe estaba loco. Su capacidad de seducción era asombrosa, quizá alentada por aquella locura que no tardó en manifestarse y que lo hacía especial. Príncipe era un ser paranoico, inventaba sus propias realidades siempre a favor suyo, obviamente, por lo que sus amigos más cercanos dudaron de si era tan inteligente que podía aprovechar su supuesta locura para sus fines, o simplemente era cierta.
En el particular mundo de Príncipe todo tenía cabida, y era capaz de desvirgar a una joven ingenua y entregada y dos horas después comentar con Ludivina que nombres les pondrían a sus hijos: El primero se llamaría Hugo. Y todo esto sin despeinarse, sin que su desodorante perdiera frescor y sin dejar de desprender ese aire sincero perfumado con Armani.
Me permitiré ahora hacer una pequeña digresión, interrumpiendo el curso natural de los acontecimientos para tratar un tema que hasta ahora he obviado, y no por razones de pudor o de censura, sino por la escasa, casi nula frecuencia del mismo en el periplo de Ludivina hasta sus veinte primaveras. Ludivina llegó a manos del Príncipe virgen, y virgen también escapó de él. Anteriormente sí había experimentado con otros muchachos la variedad sin penetración, cunnilingus, y la llamada variedad de tocamientos torpes.
Para la Ludivina ingenua que caminaba despistada por el mundo, el amor y el sexo todavía no estaban muy conectados. Fruto de una educación trasnochada y católica, tardó en descubrir que el amor y el sexo unidos, eran maravillosos, aunque de difícil consecución, y que el sexo sin amor, no estaba nada mal y no tendría repercusiones sobre ella en el más allá; en el más acá todo sería otro cantar. Resumiendo, Ludivina pensó que entregaría su flor a un hombre del que estuviera perdidamente enamorada. Y ese hombre debía ser Príncipe, aunque él nunca lo supo, ocupado como estaba siempre en buscar nuevas moscas que llevarse a la boca.
Poco a poco, sigilosamente, Ludivina desapareció sin pena ni gloria de la vida de Príncipe, mientras este aumentaba a velocidades supersónicas el número de sus conquistas a gracias al ingenuo cuento de que iba a rodar una película. Ingenuo cuento que se tragaron todos sus cercanos y media ciudad, incluida la rapaz y astuta prensa. El casting preparado para tan importante evento sirvió sobre todo como proceso de selección de nuevas mosquitas. El Príncipe se alejaba cada vez más de Ludivina, al tiempo que se alejaba del mundo real. Para cuando el gran engaño fue descubierto, la mosca torpe ya había escapado, aunque su corazón de insecto poco ducho en el amor, siguió malherido un tiempo largo. La mosca escapó al fin de la tela de araña principesca con su flor intacta.
Y entonces pasó al la fase post-idealización del amor. Los hombres solo eran unos cerdos, no seres especiales enviados a la tierra para procurarle felicidad. Y rompió mentalmente todas esas novelas, películas, etc, donde el final era tan irreal como el fueron felices y comieron perdices. Sin embargo, una vez superado su desengaño, decidió que buscar a alguien del que estuviera enamorada para la primera vez era harto improbable, a no ser que quisiera permanecer virgen toda la vida esperando que ese momento mágico se produjese. Y como estaba en la fase: ¡El amor no existe, todos los hombres son iguales!,decidió explorar el camino del sexo sin amor.
Dispuesta a dejar de lado cualquier vestigio de romanticismo, aprovechó una temporada que pasó en la costa lejos de su rutina diaria, para dar el importante paso de perder su virginidad. Dudo entre varios, abierta a los nuevos aires frívolos y exóticos de la costa, y entre el producto nacional y las hordas nórdicas, eligió para el gran momento a un gigantesco holandés. El Holandés Errante, después de varios días tomando copas con Ludivina, la invitó una noche a su apartamento. Y en menos que canta un gallo, Ludivina dejó de ser mocita con algo de dolor y nulo placer, ya que el Holandés , además de Errante, también estuvo bastante errado. ¡En fin, dichoso del hombre que sabe hacer disfrutar a una mujer, porque pertenece a una especie en peligro de extinción!
El tiempo pasó, Ludivina se enamoriscó de unos y de otros, alguno se enamoriscó de Ludivina, paro aun tardaría dos años después de la experiencia neerlandesa en volver a compartir cama con un hombre: Feotón. Feotón era un ser poco agraciado, pero viril y encantador, a la par que un experto en las lides sexuales. Con él conoció Ludivina lo placentero que podía llegar a ser el sexo, y con él vivió una de las pocas historias amorosas no dolorosas de su vida. Por lo cual, debo dejarlo al margen , porque los principales protagonistas de este relato no son hombres encantadores, viriles, inteligentes, tiernos y respetuosos, sino sus congéneres destalentados, inmaduros, crueles, despreciables, caterva de ineptos, cretinos, pusilánimes, malencarados, mediocres, estúpidos, gañanes.. En fin, lo siento, me ha dejado arrastrar por la emoción del momento .
Sé que un narrador omnisciente debe respetar ante todo la objetividad, ustedes perdonarán. Prometo de ahora en adelante, no dejarme llevar por mis impulsos y ser absolutamente imparcial.
Retomemos la madeja y desenmarañémosla. Después de la extraña, por bonita historia vivida por Ludivina con Feotón, que terminó por la crueldad de la distancia, pasó otro largo año sin sexo y sin amor, Pero estaba en su destino que Él apareciera, y así fue , Él apareció.
Y con Él llegó el AMOR con mayúsculas, un amor maduro de verdad, un amor consciente, un amor que borró todo lo anterior. Sí, ese amor de las mariposas en el estómago, el de las campanitas tocadas por angelitos buenos, ese amor de ¡muero por ti!, ese amor de ¡tu piel es como la seda, tus ojos mi sol! y demás horribles metáforas creadas por poetas de lo hortera. Esta vez al más puro sentimiento se unió el más puro y salvaje deseo. Por primera vez, Ludivina se enfrentaba al AMOR-PASIÓN con mayúsculas.
Él, a sus ojos, era más divino que humano. Su rostro, cincelado con maestría por las sabias manos de la madre natura, era hermoso y de rasgos clásicos. Su cuerpo, modelado con esmero y elegancia por largos años de trabajo en la construcción, recordaba a esas esculturas clásicas de nuestros años de infancia, los geyperman. A pesar de esa apariencia de dureza, de ese destino juguetón que desde los dieciocho años lo había llevado por los caminos de los trabajos más ímprobos, Él era un artista y la llamaba Flor. Se habían conocido un año antes en las playas donde Ludivina compartía amor con Feotón. Su atracción fue instantánea, aunque no se pudo materializar hasta un año después cuando Ludivina volvió a hacer un paréntesis en su aburrida vida de provincias para buscar de nuevo el solaz y el sustento. Se reencontraron, buscaron la materialización de las fantasías reprimidas de sus cuerpos, y de sopetón, Ludivina tropezó con el AMOR . Hicieron el amor después de una año deseándose, y decidieron vivir juntos ese verano para dar rienda suelta a su pasión. Sin embargo, el miedo cobarde que acompaña al amor, raptó a la pasión, la amordazó y la escondió debajo de la cama. Todo era maravilloso, compartían confidencias, risas, juegos, palabras bonitas y miradas bobas, pero sufrían en silencio en un alarde extremo de masoquismo con ese AMOR tan bonito, tan puro, sin mácula, que les tenía todo el día y la noche en un estado de excitación extrema que ni duchas frías ni flagelaciones varias pudieron mitigar.
Un mes vivieron juntos, compartiendo cama sin sexo, jugando al gato y al ratón con sus sentimientos y su libido, poniendo a prueba la capacidad de castidad de dos seres humanos en la flor de la edad, castigándose sin tregua esquivando el momento mezquino y animal de la unión sexual, profesándose un amor casi místico y no humano, rozándose y apenas tocándose, besándose, anhelando sus cuerpos....¡Basta, basta, por el amor de Dios que lo hagan ya!, ...Perdón, una vez más he de disculparme por mi intromisión en la historia, disculpen mi debilidad ¡soy humano!
“Ella le quiso, a veces , él también la quería, ¿cómo no haber amado sus grandes ojos fijos?”. Con la pasión encadenada por un miedo cada vez mayor, el amor se iba convirtiendo poco a poco en un poema de frustración y desencuentros, en un amor de bolero.
Ludivina es un ser algo torpe en el juego amoroso, como el lector adelantado y avezado ya habrá podido constatar. Si hasta entonces había dado pequeños pasitos en su círculo de sufrimiento, esta vez, iba a dar un paso de gigante. Por fin, podría emitir un grito desgarrador que surcara el viento y se perdiese en la eternidad. Al fin iba a vivir de pleno su papel de mujer destrozada por los hombres malos, por fin podría asumir su papel de víctima, que, según su criterio, era mucho más literario que el de verdugo, por fin tendría la excusa perfecta para seguir siendo un ser torpe, pero libre siempre. En fin, que metió la pata hasta el fondo.
La banda sonora alegre, repleta de notas coloridas, optimistas e intensas de ese periodo estival, fue oscureciéndose a medida que llegaba el otoño. Los días se hacían más cortos, la espera más tensa, los dos amantes célibes perdían la paciencia, se deseaban más y más en secreto, mientras separaban día a día otro centímetro sus cuerpos. Ni el más torpe y cursi de los poetas habría podido inventar jamás historia de amor tan absurda. Ella dudaba, Él dudaba, la distancia aumentaba al tiempo que sus miedos se convertían en grandes fantasmas. La pareja de cretinos, sin honor que defender, sin obstáculos que salvar, inventaron la tortura perfecta para pasar agradablemente los dulces días de un verano que podía haber sido feliz, pero que se convirtió en un folletín malísimo, de guionista nefasto, eso sí, interpretado por ellos de manera magistral.
Ludivina lo adoraba, Él estaba loco por ella, vivían juntos, estaban solos, eran libres, no tenían enfermedades venéreas ni dudas acerca de su orientación sexual, su cociente intelectual era incluso elevado al de la media. Sumando todas estas circunstancias, el resultado inefable debía ser amor, felicidad, en fin , uno más uno siempre han sido dos, ¿por qué en este caso, dio cero? ¿alguien me puede explicar qué pasó?
El punto y final lo puso una escena lúbrica entre Él y otra que no era ella. Después de una conversación en la que Ludivina, dudando de todo, no supo o no pudo decirle a Él lo que sentía, Él decidió poner el broche final con una venganza pasional, afortunadamente sin sangre, la violencia psicológica es mucho más eficiente y soterrada. Ludivina lo esperaba en casa cual mujer enamorada espera a su maridito al final de una dura jornada laboral, pero él se retrasaba y, vencida por el sueño, se retiró al lecho testigo de sus desencuentros. El ruido de la puerta al cerrarse la despertó ya muy entrada la mañana. Él volvía, tarde y borracho, como mandan los cánones tras una disputa entre enamorados ¡ilusa! Pronto distinguió una voz femenina que venía de la habitación de la lado. Paralizada, simuló que seguía dormida. Una mano cerró sin mucho cuidado la puerta de su habitación, y dentro quedó, prisionera, obligada por su honor a no manifestarse y a ser testigo mudo y auditivo del encuentro que se iba a producir en breves momentos en el sofá-cama del salón. Obviaré el relato de esta hazaña sexual por no herir la sensibilidad del lector.
Y, una vez más, Ludivina huyó de ese escenario al tiempo que empezaba a tomar conciencia de lo peculiar de su destino. Ahorraré a los sufridos lectores las páginas y páginas que podría escribir relatando el padecimiento de la sin par Ludivina tras la traición y pérdida de su gran amor. Tras este batacazo, Ludivina huyó más lejos que nunca, hasta otro país. El periodo que pasó en el extranjero fue un bálsamo de felicidad para ella y allí fueron cicatrizando sus heridas y cerró su círculo de sufrimiento ¿para siempre?
La estancia en otras tierras fue como el paso al otro lado del espejo. De repente se convirtió en una chica de otra especie, un tipo de chica que ignoraba que existiese en ella: una chica con novio. Cuando comenzó la relación, ella estaba tranquila, porque sabía que más temprano que tarde terminaría de manera catastrófica y se iba preparando para ese inevitable momento. Sin embargo, pasaban los días y los meses y su expresión de tranquilidad iba transformándose en mueca de asombro. ¡Nada malo ocurría! El Caballero Andante de las Gafas con Cordón la quería, la trataba como a una reina y nunca miró a otra.
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué Ludivina muchas veces no podía evitar sentirse triste y , por qué no decirlo, en ocasiones ,aburrida? Ella quería muchísimo al Caballero Andante de las Gafas con Cordón. Su vida al otro lado del espejo tenía algo de mágica, a pesar de que amor y dinero nunca vienen juntos, como dice la sabiduría popular y en ocasiones estuvo en el umbral de la pobreza. Pero no era esa la causa fundamental de la desazón que a veces la atacaba a traición. ¿Cuál era la causa? ¿Quizá que estaba más cerca que nunca de la familia tipo burguesa que veranea en Oropesa? Ludivina descubrió que pensar en una pareja por tiempo ilimitado le provocaba una irreprimible ansia de atravesar como un rayo el espejo y no parar de correr hasta llegar a la Patagonia Sur. No fue necesario porque su estancia en ese lado del espejo tenía fecha de caducidad, y eso calmaba sus cobardes deseos de huida. E intentó, y casi, casi, lo logró, olvidarse de la realidad y sumergirse de lleno en el mundo del espejo mágico y de la chica feliz con novio. El papel no estaba hecho a su medida, nunca habría sido nominada para un oscar, pero lo salvó con mucha profesionalidad. Y, queridos lectores, me veo obligado a salirme del camino trazado por las normas del buen narrador e introducir de nuevo una breve digresión.
Todos estamos de acuerdo en el amor que Ludivina profesaba a El Caballero Andante de las Gafas con Cordón, y viceversa. Todos estamos de acuerdo en alegrarnos por que al fin Ludivina encontró un hombre de su talla que la hizo feliz. Todos estamos de acuerdo al pensar que merecía que en su destino se cruzase un hombre así, un hombre de verdad. El Caballero Andante de las Gafas con Cordón era diez años mayor que ella, padre separado de un precioso bambino, inteligente, culto, atractivo y fenomenal en la cama. Entonces, ¿por qué Ludivina deseaba a otros en silencio? Nunca le fue infiel, pero ¿lo habría sido de haber podido?¿no pudo por qué no podía ser infiel? Quizá el lector comience a perder parte de su fe en Ludivina y se esté preguntando ahora: Ludivina ¿ángel o demonio? Dejaré que el lector saque sus propias conclusiones, el narrador no está aquí para juzgarla, sino para ensalzarla y adorarla. Los seres humanos somos débiles, esclavos de nuestras pulsiones, siervos de hormonas, feromonas y olores, adictos a la seducción, narcisistas que buscan constantemente la admiración de otros. Así es el género humano, a pesar de siglos y siglos de progreso y evolución. Quizá en el macho esa parte animal que todos llevamos dentro, esté menos depurada, y por eso los machos no cesan de buscar hembras con buenas caderas que incuben sus genes para que no se pierdan. Y buscan dejar sus semillitas en el mayor número de hembras posible ¡es su naturaleza! No lo digo yo, humilde narrador, sino los expertos. Y las hembras, por su parte, buscan un solo macho con buenos genes para fabricar pequeños seres humanos de la mejor calidad , y su naturaleza les impele a quedarse con ese macho y sus genes de cinco estrellas para que las proteja a ellas y sus pequeños cachorros animales racionales del salvaje mundo y sus peligros. Esta sería la versión sin evolucionar del matrimonio tipo burgués con churumbeles felices que veranea en Oropesa. Claro que, para ser fieles a la Naturaleza, ellos deberán ser infieles a sus mujeres-hembras, y seguir buscando más y más mujeres para dejar su huella indeleble en la evolución de la especie.
Ludivina descubrió al otro lado del espejo que sus impulsos eran muy poco femeninos, que no deseaba veranear en Oropesa y que le gustaban otros machos. Nunca le fue infiel a su Caballero Andante de las Gafas con Cordón, nunca se arrepintió de ello, pero descubrió algo que ya intuía y era que estaba en dura lucha con la biología. Las cosas se ven más claras en ese lado del espejo. Para ella lo más complicado era ser esa chica con novio que deriva en mujer con marido, retoños y plan conjunto de pensión. Como ya he adelantado, Ludivina no podía quedarse más que un tiempo en esa otra dimensión y tuvo que volver a la dimensión gris siendo una chica triste que perdía a su chico por la distancia. Nunca abriría un plan conjunto de pensión con El Caballero Andante de las Gafas con Cordón. Escapó de las garras de la inefable naturaleza con el corazón triste y el espíritu vacío. Un bonito cuento que terminó porque un mar les separaba. No fueron felices ni comieron perdices, es decir, no compraron piso, ni malvivieron a causa de una hipoteca, ni tuvieron hijos deliciosos que se convirtieran en arrogantes y estúpidos adolescentes. No, no hicieron todo eso, pero se siguieron queriendo el uno al otro con el recuerdo de un amor bonito, sincero, especial y sin sombras de créditos hipotecarios, de olor a pañales y rutina. Y colorín, colorón, este cuento terminó y Ludivina-chica sin novio de nuevo- volvió a su ciudad natal al otro lado del espejo, habiendo cerrado y lacrado su círculo de sufrimiento.
¿Ustedes creen? ¿Realmente exorcizó su mal con esa perfecta , romántica e indolora relación? Si así fuera, aquí terminaría la histora, el cuento terminaría de verdad y no de manera retórica. Entonces ¿Por qué sigo escribiendo? No se vayan todavía, lean, lean.
Con la maleta gastada, volvió Ludivina a su hogar y siguió con su vida sin que durante mucho tiempo apareciera algún otro hombre interesante en su vida. Un año después de su vuelta del país de las maravillas, volvió a pasar unos días a la aldea costera dónde vivía Él.
Y se encontraron por casualidad, y tampoco supieron qué decirse esta vez. Se volvieron a perder porque no está en el destino de Ludivina encontrar lo que quiere cuando lo quiere, ni encontrarlo y mantenerlo, es parte de su naturaleza circular. Y el tiempo siguió rodando y girando y de nuevo volvió al lugar que la vió nacer y se encontró de sopetón con un terrible dolor de muelas, un enorme flemón y con un nuevo romance que no andaba buscando. Nunca se buscan ni se encuentran nuevos romances con un moflete del tamaño de una pelota de tenis. Pero Ludivina sí, ella es experta en ligar poco, mal y en los momentos más insospechados.¡Es su naturaleza! Estrella de mar era un chico con mucho sentido del humor ¡cómo si no podía haber besado a aquel tremendo engendro con flemón que era Ludivina! Así aconteció. La realidad supera siempre a la ficción. Y así empezó una nueva historia que parecía iba a ser una historieta sin importancia hasta que se complicó. La culpa la tuvo su risa fácil. Estrella de Mar conquistó a nuestra heroína a golpe de risas. Tontearon y rieron durante un tiempo hasta que Estrella de Mar hizo La Pregunta: ¿Qué te parece si tú y yo..., en fin, nos gustamos, estamos bien juntos, esto , qué te parece si nos vemos más, si salimos...? Y Ludivina primero palideció, después quitó hierro al asunto y de manera sútil, dejó las cosas como estaban. ¿Por qué? Ella no estaba enamorada, pero sí profundamente interesada en Estrella de Mar ¿Por qué dijo no? ¿Miedo a Oropesa quizá? Una semana después de la propuesta, después de haberse enfrentado a sus miedos, después de no haberlos resuelto, después de pensar dejar el pensar para otro momento, decidió darle el sí, quiero. ¿Otra bonita historia de amor con final feliz, querido lector? Imagínese la escena. Viernes por la noche, Ludivina se engalana ilusionada, se llena de afeites, se coloca el tacón (siempre de cuña, tiene los pies delicados) y sale a la calle en busca de su amor. Llega al bar de siempre y Estrella de Mar está allí. Todo está sucediendo según lo previsto. Beben unas cervezas, hablan, se besan, Ludivina está a punto de decirle SÍ, cuando él toma la palabra. El final feliz está cada vez más cerca. En este momento tendría que entrar la música de violines, la cámara se va acercando, plano general, plano medio, se acerca cada vez más, al fin, primer plano de los enamorados. Falta la última toma antes del The End, que se superponga al beso que selle el amor de los protagonistas. Los espectadores están expectantes y... por fin Estrella de Mar habla: “He conocido a otra”. El rostro de Ludivina se contrae y pasa en décimas de segundos de la desesperación ridícula a la sonrisa digna. Los violines empiezan a desafinar y la banda sonora cambia radicalmente y en la cabeza de Ludivina solo se oye “Be a clown, be a clown...” de Cold Porter. Ludivina vuelve a casa sola, con un amargo sabor de boca y su sonrisa más cínica. Parece ser que Estrella de Mar estaba ansioso por ser un chico con novia, y poco le importaba quien fuera esa novia. Ni que decir tiene que Ludivina se tragó su “sí quiero” y casi le dio la enhorabuena. ¿Podría encontrase en una situación peor? La respuesta es sí. Si puede existir una situación peor, Ludivina suele encontrarse con ella. La noche siguiente fue testigo de la primera cita y el primer beso de Estrella de Mar con su nueva chica y Ludivina no pudo más que sonreir ante esa especie de exhibicionismo sentimental de sus ex -lo que fuesen, ante ella. ¡Todo volvía a la normalidad! Se encontraba de nuevo inmersa en su círculo de sufrimiento, por fin había vuelto a casa ¡Hogar, dulce hogar!
El tiempo pasó, hombres nuevos hicieron su aparición, hombres con rostro y nombre pero sin recuerdo. Incluso reapareció Estrella de Mar, chico sin novia otra vez. Se convirtieron en amantes ocasionales. Esta vez Ludivina cerró su círculo por pura indiferencia. El tiempo había roto todo vestigio de sentimiento y solo pasaba algún tiempo con un viejo amigo.¡ Adiós flemón, adiós amor! Eso era todo. Después de su catastrófico, por no decir patético historial sentimental, Ludivina decidió seguir por el camino de la ausencia de sentimientos, así todo sería más fácil, así podría no cerrar, sino blindar su círculo. Sin embargo, una vez más, Ludivina estaba equivocada y no tardaría mucho en rizar el rizo, en volver a correr a velocidad de vértigo por su círculo y en darse el batacazo mayor que jamás se haya visto sin sentimientos de por medio.
Con la llegada de su treinta cumpleaños, le sobrevino la típica crisis de edad, que se manifestó en la atracción que empezó a sentir por chicos mucho menores que ella. Después de un pequeño escarceo con un jovenzuelo monísimo diez años menor que ella, subió un poco la media de edad y se encontró en brazos de El Hortelano, amigo del primero y tres años mayor. El Hortelano avivó el fuego en Ludivina. Era del sur, joven rebelde y apasionado por la agricultura. El Hortelano se cultivaba día y noche. Su juventud adornada de una aparente madurez buscaba ansiosa respuestas. Ludivina admiraba su buen hacer en la cama y su ferviente deseo de aprender. Cuando terminó la lectura del único libro de su incipiente biblioteca, tras tres meses de ardua lectura, Ludivina lo felicitó casi con lágrimas en los ojos. ¡Qué espíritu de superación, qué ansia de saber! A su corta edad, creía haber sufrido todo lo sufrible y haber vivido todo lo vivible. Con 23 años, varias novias en su haber, un pasado de rebeldía, una temprana independencia y un único libro leído ¿Qué le quedaba por aprender? Sin embargo, aunque ya había llegado muy alto, El Hortelano ansiaba más y por ello no dejaba de cultivarse. Se abonaba sobre todo en el trabajo y por la noche. Era camarero en un local de moda cuando Ludivina le conoció. Además de su impecable presencia y de la sabiduría que emanaba su rostro joven, pero ya curtido por la vida, otras virtudes hacían que fuera admirado, como su sublime manejo de la bandeja. Como todos los hombres que le gustan a Ludivina, a este hombrecito le gustaban muchísimo las mujeres. No perdía ocasión de conquistar desde su reinado bandejil. Se contoneaba de un lado a otro subiendo y bajando la plateada bandeja repleta de peligrosas y pesadas botellas de alcohol al tiempo que sonreía a las féminas mientras les decía con aire seductor :”Hola guapísimas”. Otro de sus grandes atractivos era su capacidad para escuchar. Era capaz de poner toda la atención en las palabras de su interlocutora durante casi cinco minutos y cambiar la expresión de su rostro según el cariz de lo que se le estuviera relatando. Si era algo penoso y doloroso, no había expresión más compungida que la suya, tanto, que casi entraban ganas de consolarlo a él. Tras esos cinco minutos de atenta escucha, El Hortelano pasaba a hablar de su huerta, es decir de él mismo, durante tiempo indeterminado. Era un chico de gran sensibilidad, que se manifestaba sobre todo de noche. Por la noche era cuando El Hortelano brillaba en todo su esplendor. Se calzaba sus ceñidos vaqueros, engominaba sus rizados cabellos morenos y salía a los bares dispuesto a reinar. Miraba a todas las mujeres y creía sinceramente que todas lo miraban a él como objeto sumamente deseable y cuando se sentía observado movía sus caderas con ritmo frenético. Era su danza de cortejo, su danza de amor. Una noche, cuando Ludivina y él bailaban, entre caderazo y caderazo, se besaron. Fue el comienzo de una relación peculiar.
Lo que ambos tenían era de difícil definición, lo único claro era la ausencia total de compromiso. Simplemente, se acostaron durante un tiempo de manera más o menos regular. Podría decirse que lo que compartían era buen sexo enmascarado en una bonita amistad ¿o una inexistente amistad enmascarada por buen sexo? Ludivina siente un profundo respeto por sus amigos y para ella el respeto por un hombre con el que compartía amistad y sexo, era no compartir con ese hombre que tenía sexo con otros hombres. No había porqué dañar los sentimientos o el ego de una persona a pesar de que esa persona no fuese su pareja. Pero la experiencia de la vida había enseñado a El Hortelano que ese tipo de conducta estaba ya algo desfasada, y que besar sin ningún pudor, en la boca y con lengua a otra mujer que no era Ludivina delante de ella misma, cuando solo unos pocos días antes habían estado compartiendo cama, era de lo más natural y sano. Claro que Ludivina no compartía en absoluto esta conducta y aquel desfase generacional hizo que se viera de nuevo abocada a sufrir lo que más aborrecía en este mundo, ver al hombre con que se acostaba liándose con otra en sus preciosas y sensibles narices. Hay que tener en cuenta que Ludivina había crecido con Heidi, Marco, La Abeja maya, Jackie y Nuca, etc y quizá por ello tenía la sensibilidad demasiado exacerbada , y El Hortelano se había hecho hombre con los Pokemon, Los Caballeros del Zodiaco, Las tortugas Ninja, etc, lo que había provocado obviamente que su sensibilidad estuviese gravemente atrofiada. Existen distancias que son insalvables incluso en la cama, y huertas que a duras penas llegan a maceta. Ella creía haber contribuido al abono de esa huerta con su madurez, pero cayó en la cuenta de que las tierras del sur son áridas, yermas y de difícil cultivo. Una vez más Ludivina se marchó de aquel lugar, con el corazón en su sitio pero con el orgullo magullado ¡Los Pokemon habían vencido a Heidi! Y para una muchacha sensible nacida en el setenta y dos, aquello era un duro golpe.
Unos cuantas lluvias y unos pocos fertilizantes después, El Hortelano volvió a ofrecer a Ludivina su huerta arrepentida, dispuesta de nuevo para su cultivo. Las personas durante su aprendizaje cometen errores y quizá no haya que ser demasiado duro y darles una segunda oportunidad, Heidi siempre lo hacía. Así pensó Ludivina. Si había sido capaz de leer un libro entero y comenzar su relectura ¿por qué no iba a tener capacidad de arrepentimiento sincero y realizar también una relectura de su comportamiento? No le fue fácil convencer a Ludivina de ello, pero para ser sinceros tampoco muy difícil, y al poco, volvían a compartir cama. No duró mucho, ya que El Hortelano no tardó mucho en subir de categoría y en aumentar su caché debido a un importante hecho. El hecho fue el siguiente: El Hortelano fue requerido para trabajar y dar categoría con su prestancia a un nuevo local de moda. Lo más granado de la ciudad se daba cita en su nuevo lugar de trabajo, atraído por el bello Hortelano . Aunque las malas lenguas decían que lo que realmente hacía que el bar estuviese siempre abarrotado eran sus esculturales e internacionales camareras. Así, El Hortelano se encontró de pronto sumergido en una de sus más recurrentes fantasías, ser el único hombre entre tías inmensamente buenas. Su huerta se transformó de la noche a la mañana en un magnífico jardín versallés. Aunque al comienzo las cosas siguieron aparentemente igual, iba creciendo en El Hortelano un ego de tamaño XXL que hizo que Ludivina se replantease el seguir cultivando en esa tierra henchida de fertilizantes artificiales. Mientras esperaba las lluvias que no llegaban, nuestra heroína cambió de residencia aunque volvía cada fin de semana a encontrarse con sus seres queridos y con su pequeña maceta. Las nuevas circunstancias habían hecho ver a Ludivina que las tierras que tan cuidadosamente cultivaba, no tenían otra capacidad que la de estar en barbecho, pero quiso dejar que todo fruto muriera en silencio y sin dolor. Claro que El Hortelano no era consciente de ser una maceta en barbecho, y como creía ser un jardín versallés, actuó como tal, con pretensión, arrogancia y grandiosidad.
La historia habría terminado sin más, sin pena ni gloria, sin ningún herido de no ser porque el Hortelano henchido de ego e hinchado de fertilizantes intentó mostrar su poderío en un terreno muy delicado. Convencido de que todas las mujeres querían cultivar su huerta, se lanzó a la conquista de una de las mejores amigas de Ludivina que a la sazón, tenía novio. Pero ni ese insignificante detalle, ni el hecho de encontrarse Ludivina presente fueron obstáculos para El Hortelano y su exhibición de hombría. Los hombres de campo tienen estas cosas, valentía y coraje ante las situaciones difíciles. Ludivina no podía abandonar su huerta sin más, antes El Hortelano tenía que demostrarle que ese preciado terreno podía ser disfrutado por sus amigas más cercanas. Para hacer crecer sus hortalizas El Hortelano debía pisotear antes las fragantes y frágiles florecillas de la autoestima de Ludivina. Maricarmencilla, la amiga de Ludivina, rechazó cortésmente la ofrenda de frutos del Hortelano, y éste fue desterrado para siempre de la vida de Ludivina, dejándole un surco más de desengaño y hastío.
Ludivina cayó rendida ente la evidencia. No importaba qué hombre eligiese y si los sentimientos que nacían en ella eran grandes, pequeños o insignificantes y si esos hombres eran grandes, pequeños y la mayor parte de las veces insignificantes. No siempre le rompían el corazón, pero ese extraño afán que todos sentían por humillarla, los nivelaba y sumía a Ludivina en un profundo desasosiego. Ella siempre creyó que entre Oropesa y las pseudorrelaciones con final pésimo que ella sufría, debía haber un término medio. Sin embargo, el tiempo pasaba, los términos medios solían ser unos cretinos y Ludivina se cansó. Era un ser de extremada sensibilidad para el competitivo mundo sexual del siglo XXI. ¿Cuál sería el camino a seguir entonces? ¿Debía retirarse un tiempo de la lucha en la jungla sentimental y sexual, o para siempre?¿ El celibato? Tampoco le sería tan difícil, pensó y el onanismo siempre estaría allí para acompañarla en las noches de soledad ¿Y el amor? En fin , el amor lo dejaría para la próxima reencarnación, en la que esperaba ser, o bien un alma santa que estuviese por encima de los apremios de la carne y que pasase la vida entre oración y levitación, o bien el diablo encarnado en una mujer sin escrúpulos que no dejase vivo a hombre que se le apareciese. Sin embargo, los caminos de los círculos de sufrimiento son inescrutables, aunque circulares y no estaba en su mano dejar de rodar por esos caminos por mucha fe que pusiese en su retirada del mundo sexual y sentimental.
Ludivina era feliz en su mundo inventado y versal cuando no se colaba en él ningún intruso de género masculino. Claro que la vida en el arcén de la vida emocional era tan tranquila y apacible como aburrida y ese aburrimiento era el diablillo que acechaba a Ludivina y que la instaba una y otra vez a meterse de lleno en la circulación emocional. No importaba que condujese con todas las precauciones existentes. No bastaba que circulara siempre por debajo de la velocidad permitida. No eran suficientes los airbag, la dirección asistida, el freno de mano e incluso el piloto automático. Siempre que volvía a las carreteras sentimentales, sufría algún percance de mayor o menor gravedad. Era una pésima conductora.
Casi sin darse cuenta, gracias a un conductor temerario, volvió a las carreteras. Al principio, condujo por las secundarias, dónde no había demasiado tráfico ya que Peter Pan Sin Ortodoncia no le interesaba demasiado. Pero como el aburrimiento hacía mella en su ánimo, se fue metiendo poco a poco en su papel de mujer pretendida, y como Peter Pan Sin Ortodoncia no llevaba el chaleco reflectante obligatorio, no alcanzó a ver a tiempo el accidente que se avecinaba. La historia con este infantil conductor tuvo varias partes bien diferenciadas, dentro de las cuales hubo otras tantas subdivisiones, de las cuales daré buena cuenta sin faltar a mi obligación como narrador.
- Parte I: El Falso Maromo¹
Ludivina lo había conocido tiempo atrás y aunque él mostró un súbito interés por ella, ella estaba entonces inmersa en otros círculos y no le prestó atención, exceptuando un par de noches en las que se refugió en sus brazos huyendo de sus amantes calamitosos. Lo consideraba un chico simpático, tierno, amable, pero un maromo del montón. No despertaba en ella ningún tipo de sensación, pero se dejaba querer. Cuando El Hortelano se esfumó de su vida, después de unos meses de intensa castidad, Ludivina tropezó de nuevo con El Falso Maromo, y como creía estar a salvo entre esos vulgares brazos, se dejó llevar y mecer por los vaivenes de una falsa sumisión, la de él. Poco duró esta primera parte, pero lo suficiente para que El Falso Maromo se desprendiese de su máscara y se convirtiese en un ser singular que hizo perder los nervios a Ludivina hasta el punto de mandarlo a ese lugar innombrable. Dejaron de verse, y Ludivina dejó de considerarlo un maromo. Salió de su vida cuándo empezaba a interesarle, salió de su vida El Falso Maromo y quedó en su recuerdo el simpático y más atractivo Peter Pan. Tampoco le importó demasiado a Ludivina, no quería nada, no esperaba nada. Después de su brillante periplo, no sólo había perdido la fe en ella misma sino en todo el género masculino. Y si los representantes de ese género no llegaban a su vida para hacérsela más fácil, para no hacerle pensar ni sentir, no quería saber nada de ellos. Por todo ello, Ludivina se alegró íntimamente de que ese hombre que empezaba a resultarle sospechosamente interesante, se alejara a gran velocidad por otra autopista. Siempre que un hombre empezaba a resultarle sospechosamente interesante a Ludivina, la
acechaban los cuervos de una inminente desgracia. Adiós , Falso Maromo; Hola, Tranquilidad.
- Parte I de la II Parte: Peter Pan Sin Ortodoncia vuelve a las carreteras.
Tras la despedida de El Falso Maromo, Ludivina disfrutó de unos meses de intensa felicidad. Su vida era plácida, se divertía con sus amigas, ligaba de vez en cuando, bebía cerveza por doquier, y reía, siempre reía. No le preocupaba Oropesa, ni su círculo, sólo disfrutaba el presente, un presente sin sombra de sentimientos traidores, ni de hombres tóxicos para su ego. Era feliz en su monacal vida intermitente, en su desierto de sentimientos, pero el peligro acechaba. Recibió una llamada de Peter Pan, una llamada que no habría tenido trascendencia de no ser por el mensaje que transmitía. Peter Pan se mudaba a la ciudad dónde Ludivina vivía desde un par de años atrás. Al colgar, Ludivina no sentía nada, salvo un asomo de intranquilidad. De todos modos, la ciudad era demasiado grande, era harto improbable que se encontrasen, y si el encuentro se sucedía, no preocupaba demasiado a Ludivina en esos momentos de calma. El tiempo siguió pasando y al fin Peter Pan llegó a la ciudad y la llamó. Ella seguía en su particular burbuja de felicidad, seguía sin sentir nada, sin esperar nada, así que sin temor quedó con él. Y no ocurrió nada, Ludivina siguió sin sentir nada, sin esperar nada. El Falso Maromo había quedado ya muy atrás, y Peter Pan Sin Ortodoncia se vislumbraba con más nitidez. Siguieron quedando, a ella , él le parecía cada vez más simpático y divertido, tenían muchas cosas en común, lo pasaban bien juntos. ¿Qué podía ocurrir, que naciese una bonita amistad? ¿Qué peligro podía conllevar aquella sana relación? Y lo más importante, era prácticamente imposible que un hombre que físicamente dejaba fría a Ludivina, pudiera causarle algún mal. Peter Pan Sin Ortodoncia era atractivo, pero no era el tipo de hombre que volviera loca de pasión a Ludivina. Peter Pan Sin Ortodoncia, no. Peter Pan Sin Ortodoncia era un niño grande. Le emocionaba tanto conocer a una chica guapa que le interesase como comprar una camiseta con un divertido mensaje. Hacer gimnasia en el agua, apuntarse a un curso de sexo tántrico, disfrazarse con sus amigos treintañeros, comprarse una enorme y colorida piruleta, hacer el amor con tres chicas distintas la misma semana, dirigir un taller de ligue, hacer la quiniela, escuchar a Federico Jiménez Los Santos, ir a un concierto rodeado de quinceañeros, afeitarse sus partes pudendas después de perder una apuesta, tomar unas cañas, encontrar un sitio de moda, encontrar un sitio cañí y nada de moda, ir al teatro, conocer a más chicas, enamorarse...todas estas actividades e innumerables más, las emprendía con idéntica ilusión y arrobamiento. En él no había sombra de Oropesa, pero sí planeaba la gran sombra de Disneylandia y De El País de Nunca Jamás. Y una de las nuevas actividades de Peter Pan era reconquistar a Ludivina. Claro que seguramente su prioridad tampoco era esa, sino apuntarse a un gimnasio a probar los maravillosos efectos del Pilates. Sea como fuere, Peter Pan sin Ortodoncia, en primer, segundo, quinto o duodécimo lugar, quería volver a gustar de las mieles de Ludivina. Y así comenzo:
La Parte II de la II Parte: Por la boca muere el pez.
El tierno galán llamaba a Ludivina todas las semanas, y ella, que seguía levitando en su mundo anestesiado de sensaciones, respondía a sus llamadas y quedaba con él. Y entre caña y caña, tapa y tapa, los dos amigos exiliados en la gran y deshumanizada metrópoli volvieron a juntar sus manos y sus bocas, que no sus cuerpos. Y un buen día, quién sabe si soleado o lluvioso, quién sabe si regido por algún planeta juguetón, Ludivina despertó. La anestesia había cumplido su ciclo vital y expulsó abruptamente a Ludivina al mundo real de las sensaciones, sin goteros, sin calmantes, sin pijama , sin ningún tipo de tratamiento paliativo. Fue un dolor dulce al principio, en ocasiones picante, pero siempre agradable. Paulatinamente, él volvía a recuperar el atractivo que antaño tuvo para ella. El sexual no era el mayor de todos, pero los días, las horas y un traje chaqueta con corbata hicieron el resto. De fetichismos está el mundo lleno, algunos son inocentes y obvios, otros, descarnados y oscuros. El fetiche hasta ahora desconocido de Ludivina era un traje chaqueta. Quizá su juventud rebelde y rockera había desterrado hasta el fondo de sus anhelos a aquellos galanes de cine que siempre fueron sus verdaderos iconos sexuales y que indefectiblemente vestían traje. Y esos lascivos deseos ocultos bajo la estética grunge que prevaleciera en su primera juventud, cansados de su ostracismo, reclamaron el puesto que les pertenecía por derecho en las fantasías sensuales de Ludivina. Peter Pan no era Gregory Peck, sino más bien un Spencer Tracy alto y desgarbado, pero aquella tarde que acudió a su cita con su traje bien planchado, su abrigo largo y su corbata, la fantasía hasta entonces atenazada de Ludivina, se desbordó y Peter Pan se convirtió en Cary Grant en todo su esplendor. La magia de un traje chaqueta unida al temperamento siempre impredecible de Ludivina dio como resultado un inmenso, inconmensurable, increíble e impactante arrebato de pasión. Al no poder ser consumado por las presiones de la vida moderna, las ondas expansivas de aquel vómito de feromonas perdidas fueron haciéndose dueñas de la mente, la cama y el sueño de Ludivina
Al día siguiente, seguía envuelta en incontables ondas llenas de deseo sexual que la perseguían como los mosquitos persiguen la sangre dulce. Y en un determinado momento, mientras tomaba un café, Ludivina sintió casi físicamente como esas ondas la elevaban , al tiempo que perdía pie y la noción de la realidad. Y entonces lo hizo. ¿Qué hizo, amables lectores? Tal vez estén pensando en algún tipo de arrebato místico onanista en público, tal vez en un grito desgarrador...Nada más lejos de la realidad, queridos lectores. Ludivina blandió ese instrumento tan amado por unos como detestado por otros, el teléfono móvil y con un coraje impropio de ella, decidió soltar aquel grito que le quemaba en las entrañas, a través de otro tipo de ondas, las telefónicas. No podía más, necesitaba decirlo, necesitaba gritarlo:¡¡¡DIOS, CÓMO ME GUSTA PETER PAN SIN ORTODONCIA!!! Y lo gritó, en silencio ¿Quién fue el receptor de su mensaje, a quién iba dirigido? ¿Cómo puede alguien gritar sin producir un sonido? Gracias a las nuevas tecnologías, algo tan milagroso se puede conseguir mandando un sms, vulgarmente llamado mensaje, a través de las mágicas ondas de un teléfono móvil. Y así se hizo. Escribió ese desgarrador alarido en su móvil de antediluviana generación, y con solo apretar un botoncito, su estallido silencioso cruzó el espacio sideral y llegó ...al puerto equivocado. El destinatario de aquella explosión de emotividad y deseo no era Peter Pan Sin Ortodoncia, pero los astros jugaron una mala pasada a Ludivina, y en lugar de hacer partícipe de su confesión a su gran amiga Barbie Princesita, envió su grito descarnado al ser que lo había provocado. Una vez más, Ludivina volvía a hacer gala de su increíble capacidad para meter la pata en todo momento y en todo lugar. Cayó estrepitosamente de su nube, las ondas mosquito desaparecieron barridas por una ráfaga de viento helado y se topó con una vulgar realidad que nada le agradaba,¡Acababa de confesarle su pasión a Peter Pan Sin Ortodoncia! Aquello no podía tener sino consecuencias nefastas. Peter Pan seguramente huiría horrorizado hacia los brazos del capitán Cook ante la amenaza de una posible mujer enamorada y de una posible relación. Ludivina por su parte huiría horrorizada si Peter Pan le gritaba lo mismo y le proponía esa relación. Se mascaba la tragedia, se podía oler, sentir, palpar. ¿Qué podía hacer , cómo actuar ante tamaña contrariedad? Decidió optar por la ley del silencio. Enmudecería durante un tiempo, dejaría que las horas y los días fueran desleiendo ese inoportuno mensaje, y con algo de fortuna, quizá se perdiera para siempre en el fondo más remoto del espacio, quizá Peter Pan creyera que ese mensaje nunca había existido . Aunque Ludivina tenía la escondida convicción de que aquellas palabras perdidas iban a ser el epitafio de su pseudorrelación con Peter Pan. R. I. P. Descanse en paz.
Ludivina no quería ni imaginar que estaba sucediendo al otro lado de las ondas mosquito, allá en el remoto país de Nunca Jamás. El transcurso de las horas y los días le dieron la respuesta: Silencio. El barco que transportaba a los dos casi amantes, casi amigos, había encallado en la isla del silencio , y Peter Pan escapaba volando del naufragio ya sin traje, enfundado en sus calzas verdes. Esta huida la enfureció. ¿Por qué? Ella tampoco quería seguir navegando hasta Oropesa, pero tampoco le satisfacía demasiado que Peter Pan demostrara tan abiertamente su indiferencia. El corazón de la mujer es complicado, no desea ser amarrado, mas tampoco consiente ser despreciado. Dos días de silencio después, Ludivina tomó la determinación de dar por concluido el asunto y decidió que ya era hora de publicar la esquela, recibir las condolencias y seguir adelante. Como dice la sabiduría popular “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. El Hado puso en su camino al Americano Impasible y así comenzó:
La III Parte de la II Parte: Ventajas y desventajas de la bigamia.
Algunos lutos duran toda una vida, otros el imperceptible suspiro de una mariposa y , en ocasiones, se pueden superar mejor haciendo uso de una buena plañidera. Si quién sufre ese dolor por la pérdida es una mujer ¡Qué mejor plañidera que un hombre para sobrellevar la crisis de ausencia por otro hombre!
No fue algo planeado, ni la sensible Ludivina urdió ningún tipo de venganza, ella es incapaz de sentir o acometer arrebatos tan viles. Ludivina es una víctima inocente de un destino trágico, una marioneta manejada por los invisibles hilos de la Fortuna(mala, la mayor parte de las veces), una mujer marcada por un sino cruel, una pobre ovejita ingenua que responde con su dulce balar a las muestras de cariño, un carnerillo que no reconoce en su pastor que tanto la cuida a aquel que más adelante será su verdugo. Esta pobre Heidi del siglo XXI se vio abocada por las circunstancias a mantener dos pseudorrelaciones paralelas. ¡Qué triste sino!
He de volver al inicio de esta enmarañada situación para dar al lector una visión detallada y completamente imparcial de los acontecimientos que empujaron a Ludivina ¡pobre víctima propiciatoria! a pasar un mes de su vida entre dos hombres y entre dos camas. Mi obligación como narrador es no faltar un ápice a la verdad, por lo tanto es necesario aclarar que no era la primera vez que dos hombres se juntaban en su vida en un corto espacio de tiempo, si bien, anteriormente, los episodios habían sido esporádicos. Un nuevo reto acuciaba a Ludivina, un reto para el que su educación judeo-cristiana no la había preparado.
El Americano Impasible era un hombre tranquilo, educado, masculino, tierno, amable y calvo. Hablaba un perfecto español a pesar de llevar sólo dos meses viviendo en la vieja Hispania. Un perfecto español que , en ocasiones, ningún español podía entender, un perfecto español...del siglo XVII. Como primera y edificante lectura en lengua española eligió ese libro de fácil lectura para aquellos que se inician este bello y complicado idioma :El Quijote. El Americano Impasible era un viajero, no un turista, así que cuando vivía en un nuevo país se empapaba de su estilo de vida y se mimetizaba con las costumbres autóctonas. Y claro, ¿Qué español no ha leído El Quijote? Pronto fue consciente de su grave error, ya que, aunque americano, no era estúpido y después de unos cuántos “fuérades y vuesas mercedes” no comprendidos por nadie, decidió mimetizarse con las costumbres españolas, simplemente yéndose de tapas. No podía faltar tampoco en su adaptación al nuevo país la cata de la mujer autóctona, y esa mujer fue Ludivina. Y como a Ludivina también le atraía el exotismo de los países lejanos, se convirtieron en un tandem perfecto. Perfecto, hasta que como si de una psicofonía se tratase, escuchó la voz de su antigua relación.
Una semana más tarde del entierro de su pasado más reciente, éste se manifestó a través de la línea telefónica. Era una voz nerviosa la que le hablaba desde el otro lado. Ludivina tampoco pudo disimular su terror ¿Quién no habría temblado ante la aparición de un fantasma? Después del temor inicial, Ludivina recobró el aliento y la calma. Su pseudorrelación no estaba muerta, solamente había entrado en fase de catalepsia. Peter Pan Sin Ortodoncia volvió de su retiro en Nunca Jamás, probablemente porque no encontró a Wendy disponible, como si nada hubiera sucedido. Volvieron a encontrarse y nunca nombraron aquel mensaje que, quizá sí, acabo perdiéndose en el marasmo del olvido. Todo seguía igual...casi. Un personaje nuevo había aparecido en escena, y Ludivina, autora y víctima de este drama no sabía muy bien como adjudicar los papeles.
Ludivina meditó y llegó a las siguientes conclusiones:
a) Peter Pan Sin Ortodoncia siempre estaba yendo y viniendo desde Nunca Jamás, Disneylandia, y, en ocasiones, Port Aventura. Ludivina desconocía los juegos que lo entretenían durante esas estancias y no podía esperar de él que dejara de juguetear con piruletas o con otras muñequitas. El punto en el que se encontraba la relación era La Puerta del Sol, el Punto 0. A veces parecía que iban a adentrarse por la carretera de Toledo, incluso parecía probable que algún día llegaran a Zaragoza. Sin embargo, no tenían suficiente gasolina porque a duras penas podían llegar a Alcalá de Henares. A Peter Pan le encantaba volar con sus calzas verdes y su gorrito de tirolés y Ludivina gradualmente comprendió que era inútil exigir el más mínimo compromiso. Por todo ello, decidió no decidir entre los dos. Al fin y al cabo, eran bastante compatibles, el yin y el yan, la seriedad americana frente a la picardía española.
b) El Americano Impasible trataba a Ludivina como los hombres normales tratan a sus parejas al comienzo de una incipiente relación, pero nunca se habló de esa relación. Y después de mucho deliberar, Ludivina llegó a la tercera y última conclusión.
c) No mantenía con ninguno de ellos una verdadera relación, nunca se había hablado de compromisos por ninguna de las partes. El Yin desconocía la existencia del Yan, y viceversa. Todos parecían felices en el papel que se les había adjudicado, así que ¿Por qué motivo iba Ludivina a romper ese orden perfecto?
Los primeros quince días de pseudorromances fueron excitantes, divertidos, aunque Ludivina sufría de agotamiento perpetuo y estrés pertinaz. Y siempre hay un punto de inflexión, señoras y caballeros, en el que los sentimientos empiezan a mezclarse con los remordimientos. Ludivina, que lastraba desde niña aquel gran sentimiento de culpa universal que tortura a los que han sido educados en una cultura misógina y poco dada a la poligamia, no pudo soportar mucho tiempo la presión de su angelito bueno que le susurraba al oído constantemente que estaba actuando mal. La voz sabia de la razón entraba a debate y ponía las cosas en su sitio. No existía compromiso alguno, todos eran libres y si nada prometía , en nada defraudaba. Esas vocecillas, primero casi imperceptibles, fueron haciéndose las dueñas de sus pensamientos . Se introducían sigilosamente en ellos, comenzaban a susurrar e iban elevando el tono de voz hasta que Ludivina, enloquecida, debía tomar un delicioso somnífero que le permitiese conciliar el sueño en paz. Al mismo tiempo, como coreando al resto, existía también una vocecita que le decía suavemente que no se engañase más, que ella quería a Peter Pan Sin Ortodoncia. Y pasaron los días, tormentosos ; truenos , rayos y relámpagos atronaban en la cabeza de Ludivina hasta que se miró una mañana en el espejo y creyó descubrir humo saliendo de sus orejas. Entonces gritó¡basta! Y tomó la firme determinación de acabar con todo. No se asusten, no se asusten, no pretendió acabar con su vida. Peter Pan Sin Ortodoncia venció, era él y él no podía ser para ella. Ludivina no quería vivir en el País de Nunca Jamás, y Peter Pan no podía dejar de ser Peter Pan. Los dejó a los dos.
El año terminó y un nuevo año vio la luz, encontrando a Ludivina sola, libre de remordimientos, de culpas y de hombres. Sin embargo, una vez más, nuestra heroína no iba a encontrar con tanta facilidad el final de su círculo. Ella es Ludivina y es presa de un destino traidor. ¡Feliz Año Nuevo!
-Parte III: Ludivina retorna a su círculo.
¡Cuántas expectativas! ¡Cuántos nuevos proyectos! Si existe algún momento, además de en el trance de la muerte, en el que todos los seres humanos se nivelan, todos se igualan y piensan casi al unísono lo mismo; ricos y pobres, jóvenes y viejos, guapos y feos, desgraciados o felices, es a comienzo de año. Al tiempo que suenan las campanadas de medianoche, mentalmente hacemos una lista de todo aquello que vamos a cambiar, desde el color de pelo, pasando por el novio o novia o incluso el cambio de sexo. ¡Qué fortaleza interior invade a uno en esos momentos iniciales! Nuestros pensamientos zigzaguean de un lado a otro, pensamientos fuertes, cargados de energía. El mundo va a cambiar, porque nosotros hemos decidido ser mejores personas, dar cariño a nuestros cercanos, apuntarnos a una ONG, sacar a la abuela de la residencia...Claro que antes de comenzar tan ingente labor, debemos preocuparnos un poco de nosotros mismos y realizar primero una metódica labor de limpieza en nuestro cuerpo y nuestra mente. Ese hombre-supermán en el que nos metamorfoseamos en año nuevo, ve a través de su mirada lúcida que atraviesa la materia un futuro resplandeciente, conseguido sólo a base de tesón y esfuerzo; un futuro sólido y benigno que ni siquiera la kriptonita podría dañar. El hombre-superman de nuevo año es capaz de dejar de fumar, de reducir el vino a las comidas, de rebajar el número de cañas a la mitad, e incluso de prescindir de los ansiolíticos. Sin embargo, no terminan aquí los poderes del hombre-superman: El gimnasio es el siguiente paso, antes de pensar en los pobres niños africanos. Cuándo llegue el verano, quizá todavía estemos eligiendo ONG, no queremos que nos engañen, hay mucho estafador ¡pero si se quedan ellas con todo el dinero!...pero habremos conseguido ese cuerpo escultural que nos coronará reyes de la soleada costa. La abuela probablemente seguirá en la residencia . ¡Si ya ha hecho amigos allí, cómo vamos a separarla ahora de sus seres más queridos! Y antes de que el frío nos deje definitivamente, habremos vuelto a comprar un paquete de tabaco ¡pero sólo para tener en casa por si vienen
hombres de medio pelo, es decir, seres que no han logrado ser hombres-superman, y que han seguido encadenados a ese vulgar hábito!
Ludivina, aunque tocada por la varita mágica de lo especial, no dejaba de nivelarse con el resto de sus congéneres en esos momentos álgidos. Mientras tañían las campanas y se atragantaba una vez más con las uvas que tanto odiaba y que no podía dejar de tomar ningún año, esclava de la superstición, también elaboró su lista de propósitos para el nuevo año:
a) No dejaría de fumar.
b) No reduciría el número de cervezas.
c) Los ansiolíticos los seguiría tomando cuando la atacase el insomnio, siempre y cuando pudiera seguir recurriendo a su amiga médico para que le hiciera las recetas.
d) Como hacía tiempo que Paquita y su primo, mendigos y amigos, habían desaparecido de su plaza favorita, y no tenía con quien acallar su conciencia en lo que a caridad se refiere, apadrinaría un niño.
e) Sería más atenta y cariñosa con sus familiares y amigos.
f) Sería muchísimo más borde y áspera con todo hombre que intentara introducirse en su mundo inventado y versal.
g) Cerraría por siempre jamás su círculo de sufrimiento. Nunca volvería a mantener una relación con un hombre que durase más de dos noches.
Su lista era mucho más copiosa, pero para favorecer la fluidez del relato, he de abstenerme de reproducirla entera. Una vez más, dejaré en el arcén del olvido, todo lo que atañe a la vida de Ludivina que no tenga relación con sus caóticas relaciones sentimentales con el sexo mal llamado fuerte.
El frío se instaló en el corazón de Ludivina. Peter Pan Sin Ortodoncia la llamó alguna vez y ella permaneció imperturbable. Esta vez iba a tomar las riendas de su corazón, cuerpo y mente, no permitiría que nadie asolase su paz interior. Las olas de frío se sucedieron durante todo el invierno y Ludivina se abrigó bien y escondida tras abrigo, bufanda, guantes y gorro, paseó por el invierno impermeable a cualquier sentimento. Mas, tras el invierno llega la primavera y el deshielo, y los débiles rayos de sol que ya presagiaban las dulzuras del buen tiempo, fueron también derritiendo poco a poco la gran montaña de hielo de Ludivina. Fue entonces cuando decidió que ya estaba preparada para comenzar una nueva etapa libre de sentimientos otra vez, pero no necesariamente libre de sexo. Y se reencontró con Peter Pan Sin ortodoncia, y más como prueba iniciática que como experimento placentero, yació de nuevo con él. Y fiel a su propósito de no repetir experiencias con el mismo hombre para evitar a toda costa cualquier coqueteo con su círculo de sufrimiento, no volvió a llamar a Peter Pan. Claro que Peter Pan no estaba al corriente de el nuevo proyecto de vida de Ludivina, y él sí la volvió a llamar . Sin embargo, las cosas habían cambiado mucho y Ludivina aunó a su propósito inicial el de tener una bonita relación amistosa con Peter Pan, quizá adornada de algún desliz erótico intermitente. Volvía a no querer nada, a no esperar nada. Peter Pan había demostrado que a pesar de su particular visión lúdica de la vida, podía ser un amigo divertido.
No engaño a los lectores cuando afirmo que Ludivina ya no tenía ninguna visión ni esperanza romántica con Peter Pan, por lo que el nuevo enfoque de la relación la satisfacía y la tranquilizaba. Pero ¿Por qué cuándo Ludivina consigue encontrar la paz, ver una luz al final del camino, caminar sin miedo al daño, confiar en un hombre-amigo, este hombre-amigo recupera por derecho propio la categoría de cerdo sin escrúpulos?
Si todavía algún lector duda de la capacidad de Ludivina para atraer la desgracia, si todavía alguno duda acerca de la elegancia, tacto, sensibilidad y saber estar de Ludivina frente a la potencial burricie de sus contendientes masculinos, sólo tiene que seguir adelante con esta gratificante lectura para comprobar cómo el hombre, y sólo el hombre, está más cerca del asno que del mono.
Después de un mes de cierto distanciamiento, Peter Pan Sin Ortodoncia, volvió a entrometerse con gran energía en la vida de Ludivina. Se habían convertido en unos amigos que se veían de vez en cuando y se besaban y toqueteaban de vez en cuando. Las citas eran esporádicas, agradables y sin futuro. Hasta que un buen día, Peter Pan disminuyó la periodicidad de esas citas. El tiempo que duraban parecían una parejita feliz, caminaban cogiditos de la mano, se hacían arrumacos, aunque ambos tenían claro que sólo eran dos amigos que se hacían compañía. Por una vez, parecía que Ludivina había llegado a un consenso con un hombre. Nunca hablaban de otras posibles, probables, imaginarias o reales relaciones. Como señalan las normas del buen hacer, el tacto y el decoro, si mantienes varias relaciones sin compromiso, debes respetar el anonimato de unas para con las otras.
Esta código de honor, para Ludivina invulnerable, hasta entonces, lo habían vulnerado la mayor parte de los hombres de su vida. Sin embargo, Ludivina era una mujer entera, de firmes convicciones, y nunca, nunca dejaría de seguir los dictados de la más exquisita educación. Parecía que por fin había encontrado a un hombre que compartía sus principios, que no iba a utilizar el recurso rastrero de exhibir ante ella otras conquistas, movido por un afán de venganza, de autoafirmación, de placer por la humillación pública. No, por alguna inexplicable razón, aquel hombre-niño era un hombre de verdad, con mayúsculas. ¡Qué felicidad, qué gran alivio, cuánta esperanza en el futuro de la Humanidad, qué fe en el corazón puro del ser humano! ¡Qué ingenuidad la de Ludivina! ¿Acaso creía que salir para siempre de su ruta circular iba a ser tarea fácil, qué podía escapar sin más de los designios que los dioses tenían para ella? Sí, lo creyó firmemente durante un tiempo. Al fin y al cabo, tampoco le pedía tanto a sus relaciones amorosas, sólo un toque de discreción. En definitiva, Ludivina soñaba con un imposible. Los burros, aunque de noble corazón, carecen de la noción de elegancia y discreción. ¡Pobrecitos, si sólo han aprendido a comer heno y a dar coces! ¿Quién puede juzgarlos por su torpe comportamiento si su único pecado es carecer de unos genes debidamente evolucionados?
En el caso que nos ocupa, Ludivina también olvidó algo de suma importancia: Peter Pan venía de otras tierras, del país de la eterna infancia, un país dónde las normas y códigos de conducta eran sustancialmente diferentes, tanto que no se podían transgredir, simplemente porque no existían. Los niños de tierna edad tienen dificultades para distinguir el bien del mal, y viven felices en la creencia de que sus inocentes juegos no dañan a nadie. Algunos niños precoces inventan sus propios juegos y sus propias reglas, de las que no hacen partícipes a sus adversarios para ganar siempre con clara ventaja. El problema estriba en que si esos niños tienen más de treinta y tres años, sus inocuos juegos pueden convertirse en trampas mortales para sus competidores que desconocen la idiosincrasia de la vida lúdica de los niños treintañeros. Ludivina, sumida en la más profunda ignorancia entró en el juego de Peter Pan Sin Ortodoncia.
Como ya adelantaba, Ludivina y Peter Pan se encontraban muy a menudo y hacían planes como amigos que eran. Quedaban con amigos de ambos, y se comportaban como una pareja enrollada al uso, sin dobleces, sin segundas intenciones, sin futuro. He de reiterar una vez más, aun a riesgo de resultar excesivamente meticuloso, la confianza plena de Ludivina en su amigo. Era probable que él frecuentase a otras Wendys, era posible que Ludivina conociese y frecuentase a otros, pero sentían tanto respeto el uno por el otro que los diferentes episodios de sus vidas, quedarían siempre ubicados en compartimentos estancos. ¿O quizá no?
Organizaron una velada en el teatro, Ludivina, Peter Pan y amigos. Ludivina era la encargada de la compra de las entradas para la obra que habían de ver todos juntos un jueves. El lunes anterior, Peter Pan llamó a Ludivina para pedirle cortésmente que consiguiera una entrada más para una amiga que iba a visitarlo desde su tierra de origen. Al principio, Ludivina temió lo peor: La amistad que lo unía a esa misteriosa mujer podía tener el mismo cariz que la que los unía a ellos. No, enseguida fue consciente de su error. No, Peter Pan no cometería nunca ese tipo de vileza, desconfiaba influida negativamente por sus pasadas experiencias. No, Peter Pan y ella eran muy buenos amigos, y jamás osaría faltar al respeto a Ludivina de esa manera tan burda. No, Peter Pan era un ser cortés, educado y con un tacto exquisito, si esa amiga fuese especial, no iría al teatro y se quedaría con ella en su compartimento estanco. Desechó como pudo aquellos injustos pensamientos, pero nada podía hacerle apagar su lucecita de alarma. Ella era ya perro viejo en esas lides y su olfato cazador de situaciones incómodas seguía un rastro muy fiable. Y llegó el jueves marcado, y la perra cazadora iba poniéndose cada vez más nerviosa, olía a desastre. A medida que se acercaba al sitio de la cita, movía la colita más y más nerviosa, el olor se hacía más persistente y cercano. Ludivina, la Señá Lola y Amparito llegaron las primeras. Al poco, se vislumbraron en la lejanía Peter Pan, amigos y Amiga. Aunque dotada de buen olfato, Ludivina era corta de vista y sólo cuando ya el peligro estaba directamente situado sobre su cabeza, acertó a distinguir como Peter Pan y Amiga Desconocida llegaban hasta ella cogiditos de la mano, lo que no fue óbice para que Peter Pan saludase a Ludivina con un beso en la boca como exigían los cánones que se saludasen los amigos-rollo. Y caminaron todos juntos como la Santa Compagna hasta el teatro: Peter Pan y Amiga Desconocida, de la mano, profesándose arrumacos, Ludivina masticando su rabia tras una perenne sonrisa, y los demás manteniendo el tipo como buenamente pudieron.
Imposible explicar al lector toda la suerte de pensamientos que se dieron cita en la mente de Ludivina, mientras los actores representaban su papel una tarde más ¿Bien o mal? Ludivina no pudo averiguarlo, estaba inmersa en su propio drama. No por ya conocido el dolor, era menor y se unía al desconcierto, no había generado defensas para esa situación con Peter Pan ¿Tú también, Bruto? Cuando terminó la representación, Ludivina cortésmente se excusó y mientras volvía a casa, borró toda huella del paso del visitante del País de Nunca Jamás. Fin de otra historia. En esta ocasión, a Ludivina se le escapaba la causa del,exhibicionismo de Peter Pan. Lo único que tenía claro era que la relación con su amigo-rollo que aparentemente gozaba de buena salud, sufrió un fulminante infarto que acabó instantáneamente con su vida sin posibilidad alguna de reanimación. Y de esta manera, Ludivina se vio de nuevo inmersa en su círculo de sufrimiento ¡Otro propósito fallido del nuevo año! El burro se había desprendido de sus calzas verdes y su gorro de tirolés y había lanzado una tremenda coz a Ludivina. Durante un tiempo le escoció, pero era experta enfermera para ese tipo de dolores y lo sobrellevó con dignidad, e incluso con la amarga alegría de ser, sino artífice de su destino, sí consciente de él. Lo que no esperaba Ludivina era recibir nuevas noticias de Nunca Jamás, y menos, dos semanas después, como si nada hubiera ocurrido. Ludivina se enfadó y calló; Peter Pan habló con su contestador. Y Peter Pan siguió llamando, y Ludivina se enfadó y se aturdió; Peter Pan no habló con su contestador porque Ludivina lo desconectó. Y Peter Pan siguió llamando, y Ludivina ya no se enfadó, pero se aturdió aún más; Peter Pan no hablo con su contestador, le dejó un mensaje de texto. Y Peter Pan siguió llamando, y Ludivina se rió; Peter Pan no habló con su contestador. Y Peter Pan seguía llamando cuatro meses después, y Ludivina comprendió; Peter Pan habló con Ludivina al fin. Y Peter Pan no era consciente de nada, o al menos, fingía una inocencia rayana en la santidad. Y Ludivina comprendió que Peter Pan seguía feliz lamiendo su piruleta y jugando a los médicos con las niñas. Y Peter Pan seguía llamando, cinco meses después, y Ludivina fingía ser una amiguita con la que antaño jugaba a los médicos. Y Peter Pan sigue llamando. Y Ludivina aun no ha vuelto a verlo, aunque sabe que cuando lo haga, le llevará como regalo de despedida una enorme piruleta y un maletín de médico Geyper con todos sus accesorios para que siga divirtiéndose con sus nuevas amiguitas . Pero Ludivina ya nunca jugará con él, quizá le regañe por su travesura y le de unos azotes en el trasero, aunque luego para compensarle le comprará un chupachups relleno de chicle. ¡Cómo enfadarse con él, si es un niño riquísimo! Le dirá adiós con la manita.
Y Ludivina seguirá caminando en su mundo inventado y versal, pensando que va dejando tras de sí algo de su magia de niña índigo. Y quizá otros hombres logren penetrar su aura , pero Ludivina sabe que ya nada será igual y que si encuentra otros burritos tiernos en su camino, les dará alegremente su ración de heno para comer y proseguirá su andar dejándolos en el arcén, sin mirar atrás. Y no llegará a Oropesa, ni volverá a conocer el AMOR con mayúsculas, ni caminará de nuevo en círculo en , y quizá cualquier día, soleado o lluvioso, bailando y claqueteando, irá ascendiendo y echará a volar.
NOTAS
1.Maromo: Vulgarismo que en aragonés designa al hombre normal, del montón,
que no destaca en particular por nada, el hombre que pasa desapercibido, de fisonomía normal rayana en la sosería, cuyos gustos y aficiones tampoco tienen nada de atractivo.
La misma voz en Salamanca y otras latitudes se utiliza para nombrar al hombre cultivado en el gimnasio, ancho de espaldas y de elevada estatura que intimida con su sola presencia, generalmente poco cultivado en el estudio.
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