Imaginate, son ocho las naranjas, amarillas con alas rojas, revoloteando alrededor del Quebracho, pero no te imagines sólo eso, imaginá tres naranjas más, pero rojas con alas amarillas. ¿Puedes verlas, revoloteando alrededor del Quebracho? Vamos se que lo conseguirás, por lo menos comprendé que tal ensueño pudo haber sucedido.
Se levantaba un viejo Quebracho, miles de anillos atravesaban su tronco, miles de años golpeando en la espalda. Este Quebracho, con tanta vejez para soportar ha aprendido a dar naranjas, bellas naranjas que los hombres han querido comer, por los siglos de los siglos.
Hay diferentes tipos de naranjas en este Quebracho, nunca encontrarás dos naranjas iguales, algunas más dulces, otras más amargas. Las hay de un naranja fluorescente, que lamen tiernamente los ojos ajenos, que no pueden evitar acercarse para arrancarlas, para desflorarlas, para saborear su sangre coagulada con la saliva.
Suelen nacer, en ocasiones, naranjas amarillas, que los hombres confunden con agrios limones, y los ignoran, los pasan de alto. Lo mismo, pero al revés, le pasa a las naranjas rojas, demasiadas llamativas, demasiadas pasionales, que repulsan con su actitud a todo ser humano que se le acerque.
Se las pueden encontrar también marrones, tiempos de podredumbres que se revelan a través del color. Ciegas y ancianas no soportan su peso y caen, solo pueden caer, y este proceso continúa hasta cuando tocan suelo. El suelo no existe, es polvo sobre polvo, las naranjas que caen se hacen polvo y duran lo que dura en llegar la próxima camada de polvo, que la oculta para siempre, para no volver a respirar jamás, y las próximas perduran hasta la siguiente camada.
El otro día soñé, eran dos naranjas amarillas, que brotaron de un Quebracho colorado. Solían ser dos muy buenas amigas, o eso es lo que decidí, vieron como son los sueños; solo certezas y pocas conjeturas.
Eran, con sus diferencias, extremo en cercanas, y a la vez lejanas, solo se percibían una a la otra a través de binoculares. Rarezas ocultas bajos sus cáscaras duras e irascibles, que rociaban acido cítrico a su alrededor para mantener alejado a los extraños, paradójicamente.
El otro día lo soñé, se los prometo, eran dos naranjas rojas, en un Quebracho blanco. Valientes se sostenían, hoja contra hoja, una a la otra y saltaron. A una le nacieron alas rojas, a la otra amarillas, una cayó al suelo, la otra no.
Me contó una amiga, el otro día mientras estábamos en el parque –Allí, en ese vacío silencio, marchitaba siglos atrás un Quebracho, de innumerables brazos, de innumerables años, de una existencia infinita. Un día como este ha muerto, se hizo polvo, polvo bajo el polvo, y dejó de estar. Mas sólo cuando uno perfora un hoyo en el suelo, encuentra el resto de sus recuerdos, bajo toneladas de polvo.
Imaginate, son ocho naranjas amarillas con alas rojas, y cuatro rojas con alas amarillas, revoloteando alrededor de un Quebracho que ya no está ahí, que nunca estuvo, pero estará para siempre.
Ahora olvida todo lo que te dije, fue solo una ilusión de un niño pequeño, continúa con el periódico, tal vez un día ganemos la lotería, y olvidemos este horrible lugar.
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