En la carretera, la oscuridad se había apropiado de aquel camino de cemento por completo. A lo lejos, se distinguían tres faroles, demasiados solitarios como para lograr alumbrar. Las luces de los autos se acercaban y se iban a la velocidad con la que una persona parpadea. Con la respiración agitada y ansiosa por la espera, se paró cuidadosamente sobre la tierra y, evitando generar ruido alguno, cruzó. Al otro extremo, lo esperaban los mismos arbustos del terreno de donde acababa de escapar; a pesar de ello, decidió avanzar. Estaba cansado, pero aún así caminaba e intentaba con gran esfuerzo extender la escasa vista que la luna le otorgaba. Durante un momento la claridad que había estado observando con anterioridad se fijó en su rostro. Rápidamente, se ocultó entre los árboles y la luz continuó recorriendo el mismo trazado y en igual dirección. La casualidad lo había sorprendido. Comprendió su tonta preocupación y pretendió pararse. Sin embargo, su pie izquierdo no logró encontrar firmeza donde apoyarse. Se desequilibró y cayó en una declinación profunda, aunque abierta. Rodaba sin control de su ser, sin poder detenerse a gritar, a admirar la oscuridad o a aferrarse de las malezas que lo veían descender.
En el trayecto, su cabeza golpeó contra una mediana piedra, y la velocidad que lo conducía se detuvo, tras el choque de su espalda con un tronco. Llevó sus manos a la cabeza, con cierta dificultad, y un color escarlata se reflejó en ella. Mareado, se sostuvo por el árbol y pretendió visualizar su alrededor. Se encontraba parado en un líquido que llegaba hasta sus rodillas. Entonces, se inclinó y, de alguna manera, este lo absorbió.
Ingresó en una clase de tubo que lo transportaba. El hombre se movía para evitar caer, gritaba, se estiraba… A su vez, una luz se aproximaba a su encuentro. Estaba llegando, cada vez era más grande la claridad. Por su parte, él cerraba los ojos y chillaba con toda su potencia.
Precipitadamente, salió del tubo y sintió que sus piernas no tocaban ninguna superficie. Cuando todo su cuerpo advirtió la brisa del exterior, se halló envuelto en una suave manta. No obstante, sus gritos no disminuían. Alguien lo sujetaba en el aire, pero tenía la mitad de su rostro oculto. Si bien no comprendía qué era lo que realmente sucedía, con un pequeño esfuerzo logró escuchar:
– ¡Felicidades señora!, es un varón.
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