Desde una realidad envuelta en nieblas.
Aunque pretendía hacer un diario, personal, he descubierto que no es posible.
Desde luego, el estúpido de Juan no tiene nada que ver.
No conozco cosa más tonta. Ni tan patética.
Nada que ver con el Juan que describe Eugène, salvo ese punto de inocencia, si es que no es pura imbecilidad.
¿Es Ángel?
En qué hora se me ocurrió hacer caso a Nuria: ¡Busca en los foros!
Está resultando la peor de las soluciones.
Crea problemas donde nunca existieron.
Y son demasiadas horas diarias enganchada al teclado.
El portátil con el que soñé, para avanzar en mis estudios, se ha convertido casi en una pesadilla.
¡Maldito Messenger!¡Condenado Hotmail!
(…)
- ¿Me conseguirías un portátil, de segunda mano?
- Preguntaré, Brigitte. Creo que puede ser. Quizá te lo pueda regalar…
- Puedo pagar, hasta…
- Te lo regalaré.
- No seas tonto, Juan. Además, prefiero pagar…)
(…)
Nunca imaginé que me vería en algo así.
En esta trama, el más inofensivo es Fulcanelli.
¿El más real? ¡Un loco que se cree Alquimista!¡Y pretende ser inmortal!
¡Vaya cuadrilla!
Al menos él no tiene ordenador. O eso dice.
Sólo en persona se puede hablar con él, aunque parezca conocer cada detalle, como si nos observara a todos, y manejara los hilos…
Quizá él también miente.
Ángel es patético también. Pero de otra manera.
Le evito en la misma medida en que me busca.
Pero no puedo abandonarle.
No sé de donde proviene mi empatía en este caso.
Nada racional, por supuesto.
Se comporta de una forma que no entiendo.
Aunque no contesto a sus correos, los leo. No sé si realmente me los dirige a mí, o habla consigo mismo.
Mi rutina, alterada de esta forma, me está llevando a un punto que hasta yo misma veo como peligroso.
Supongo que he caído en una especie de trampa que me supera.
Sin embargo, en el fondo, no hago más que seguir la pauta que me marca Eugène desde su diario.
Eugène y Fulcanelli, y el tubo y …
Un par de páginas diarias, cada noche, responden a mis preguntas sobre el pasado y el futuro inmediatos. Como si fuera magia.
Pero no funciona como el I Ching de que me habló Fulcanelli.
Fue él quien me sugirió encontrar el ritmo.
Un ritmo de lectura.
Y es cierto.
He probado a abrir el diario por una página diferente a la que marca mi lógica interior, y, a parte de una resistencia física absurda, como si el propio libro tuviera la conciencia para negarse u oponerse a mi capricho, sólo he encontrado incoherencias, desorden, frases sin sentido.
Nada parecido a lo que sucede cuando escojo el capítulo adecuado. El que el propio libro parece marcarme con suave desgarro, abriéndose justo por la página que toca.
Entonces, literalmente hablo con ella.
Las páginas están cubiertas con los consejos y las respuestas de una amiga y confidente, adecuadas, y en su punto.
La madre que nunca tuve, y apenas soñé.
Imposible desoir a ese oráculo, mi Sibila privada, y algo más, que llena los huecos de mi alma que nunca creí poder llegar a tener.
Aunque al principio la encontrara molesta.
(…)
Escribe, Brigitte, cuenta.
Busca dentro de tus sentimientos.
Encuentra esa parte oculta de ti, que eres tú, antes de ser.
Por encima de tu ser.
Recompón tu puzzle interior.
Vive y siente, ante todo siente.
Inténtalo.
Sé que es difícil.
Que está fuera de toda razón.
Obedece a tu corazón. Es más que un consejo.
Es una deuda.
Conmigo misma, también.
No podré evitarte sufrir, pero te garantizo el mayor placer.
Te auguro la felicidad, al final del viaje.
(…)
Buenso días / noches, Brigitte,
Escribe Brigitte. Cuéntame. Cántame.
Te has convertido en mi única referencia vital.
Sé que me lees, aunque no respondas a mis mensajes.
Al menos, no has intentado huir de mí.
No del todo.
Entiendo que no sepas qué contestarme.
Aunque tu desconfianza no esté justificada, la entiendo.
Revolveré Salamanca entera un día para encontrarte.
Me gustaría encontrar un motivo que me permitiera hacerlo.
Pero ahora no puedo abandonar a Marta.
Algo que me parecía sencillo, que incluso intenté.
Ahora ella no soporta que esté lejos. Se aferra a mí, y me desarma.
La amé, hace mucho tiempo.
Ahora me da miedo, con su absoluto mutismo, y su necesidad obsesiva.
El psicólogo, lógicamente, no me cuenta nada.
Pero su cara, cuando voy a buscarla al salir de su consulta, habla de desesperación.
La suya y la de Marta.
Imposible disimular esas cosas.
Creo que ella, sin saberlo, también te necesita.
Quisiera dialogar con ella, como antes, contarle, hablarle de ti.
Siento como mío el hueco de sus entrañas, vacías de amor.
Un amor que existió. No lo dudes.
Siento la tentación de arrastrarla conmigo a verte.
Que te reconozca, sin haber siquiera oído hablar de ti nunca.
Creo que sucedería eso.
Pero necesito tu colaboración.
Y piensa que podría, con facilidad, localizarte.
Pero sé que sin tu consentimiento resultaría algo más que enojoso.
Sin duda, desaparecerías para siempre de mi mundo.
Y en este momento, para mí eso sería condenarme a vegetar.
Como ya le sucede a Marta.
Ya ni siquiera intenta disimular en público.
Su mirada está perdida.
Dame permiso para verte, Brigitte.
Contéstame al menos.
Hasta mañana, Ángel.
(…)
No sé qué hacer con Ángel.
Me inspira compasión, pero eso no es suficiente razón para…
Debería cerrar mi correo.
Cambiar de piso.
Desaparecer, para no leer todos los días la misma historia.
Que incluso podría ser falsa.
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