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Inicio / Cuenteros Locales / keilin / El Secuestrador capitulo XII

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Todos vimos como aquella estela de luz se dirigía hacia el techo de la caverna e iba desapareciendo poco a poco, como el camino que todos debían de seguir. Nos abrazamos los seis y tratamos de disfrutar en silencio el espectáculo de la salvación de aquellas pobres alma, silencio que rompió Gisela.

- Me alegro que estén todos bien – nos beso a todos -.
- Ahora – dijo Rocío - ¿nos pueden explicar todo? -.
- No´más que Kari deje al morenazo – respondí -.
- Ay, no me interrumpan – reclamó Karina – Aparte del sustote de aquel mono – señaló donde estuvo el cuerpo del “Secuestrador” no he podido desquitarme con nadie -.
-Bueno – dije – mientras te gastas al moreno a besos, espero que pongas la suficiente atención -.
- Este… yo… creo… que tendrá que esperar un poco la historia – dijo Martín -.
- ¿Por qué? – pregunté -.
- Pues… no se tú, pero yo… - dijo semicantando – ya me quiero ir de este lugar, además así tendría a Karina ocupada caminando y no encima de mí – terminó -.
- Ay, sangrón – dijo Karina – pero en lo de irnos si tienes mucha razón, yo también me quiero ir ya -.
- Pero… ¿por el mismo camino? – dijo Nicolás – No les van a gustar los demonios derretidos del camino -.
- Es cierto, dijo Martín – Pero no conocemos otro camino, no sabemos que tan abajo o tan arriba estemos, así que no hay de otra -.
- Pues vamonos – dije – al fin, creo que ya todo está hecho y será fácil salir de aquí ¿No creen? – asintieron los dos – Pues… ¿ya, no? Órale, vamonos – nos encaminamos por donde habían entrado Martín y Nicolás -.
- Este… muchachos – dijo Martín – creo que debemos apresurar un poco el paso -.
- ¿Ya se te cuecen las habas por… llegar? – preguntó Nicolás -.
- No – contestó Martín muy tranquilo – pero pronto tendremos los pies calientitos – señaló tras de sí -.

Miramos hacia atrás y vimos lava candente brotando de todos lados, se vertía rápidamente por todo el lugar como si fuera agua corriente. Tan rápido como reaccionamos, comenzamos a correr. Entramos a los pasillos seguidos de la rápida lava que inundaba absolutamente todo, se iba secando conforme se iba avanzando. Martín y Nicolás iban al frente, pues ellos conocían el camino, mientras corríamos vimos derribando rocas para tratar de retrasar el avance de la lava, pero era inútil. Llegamos al cuarto del tesoro.

- Maldición – dijo Nicolás - ¿Cómo rayos vamos a pasar todo esto? -.
- Saltando, flaco – le dije y me dispuse a saltar -.
- Espera – dijo Martín – Si vas, podrías hundirte, abajo hay cámaras con nuestros peores miedos -.
- Claro que no – respondí si pasamos de dos saltos… -tomé a Rocío por la cintura – vamos – la monté en mi espalda -.

Di dos pasos y salté casi a la mitad de la gran piscina de oro hundiéndome casi hasta las rodillas, salté de nuevo y por poco caigo de nuevo en el oro, pero me agarré de la orilla y traté de subir literalmente rascando con mis pies. Nicolás saltó detrás de mí, pero tuvo que dar 3 saltos antes de llegar a la otra orilla también hundiéndose hasta las rodillas, pero llegando en el tercer salto hasta la plataforma donde yo trataba de abrir la puerta, Martín casi llego de un salto, por que de haber saltado más fuerte, habría acabado en el techo de la gruta y Karina con un fuerte dolor de cabeza, solo que se hundió un poco mas, casi hasta la cintura, pero no por el peso, si no por el impulso que tomó, así que salió muy desesperado del oro y nuevamente salto llegando con facilidad a la plataforma. Inmediatamente el candente magma comenzó a inundar el cuarto del tesoro, llenándolo casi en el acto en una cascada de refulgente lava. Echamos a correr nuevamente, pero la pared que había aprisionado a Martín y a Nicolás anteriormente aun estaba cerrada y el magma comenzaba a subir cada vez más y más, en cierto modo era espectacular ver como aquella roca candente llenaba el cuarto con una fluidez propia de agua. Martín golpeaba la puerta con todas sus fuerzas sin causarle mella alguna, solo despedía chispas doradas al chocar sus puños contra la infernal puerta, Nicolás y yo le ayudamos pero no pudimos hacer nada con la pared, ni siquiera arrancarle roca o algo mas que esas chispas. El magma estaba a un nivel crítico y unas lenguas de fuego se asomaban como niños traviesos desde la orilla esperando que nos descuidáramos para echa a correr. Nos pegamos a la pared con mucho miedo, pero tratando de pensar en algo, aunque en la desesperación todas las ideas nos vienen revueltas. Es difícil describir las ideas que pasaban por nosotros, pensamiento que nos hacían gritar en nuestras mentes, quemados, abrazados, pero al mismo tiempo esperando que algo sucediera para poder escapar bien, tratando de provocarlo, pero no podíamos poner orden.

- ¡Martín! – le llamé – lanza tu viento lo más fuerte que puedas -.
- ¡Ahí voy! – respondió y estiró los brazos - ¡Esta funcionando! -.
- Bien – le dije – Ahora, Karina: monta a Martín de nuevo, tú, Gisela a Nico y Tú Chío ven conmigo – acataron la orden -.
- ¡Tengo miedo! – gritó Gisela en el oído de Nicolás, que si no fuera por el casco hubiera perdido el equilibrio -.
- Resiste – le dije – ya verás que saldremos de aquí – de algún modo – dije casi susurrando -.

El magma comenzó a subir, pero el viento de Martín le impedía el paso, pronto hubo una pared de lava tratando de eliminarnos como una fiera que no puede alcanzar a su presa. Estábamos acorralados entre la lava y la pared indestructible. Martín se veía cansado y comenzaba a temblar, Nicolás solo nos miraba, como con ganas d ayudar a Martín, aunque sabia que no lo podía hacer y me miraba a mi tratando de descifrar mis pensamientos. Gotas de lava se escurrían a través de la pared de viento amenazándonos con tomarnos en sus garras. Mi respiración se hizo más relajada a medida que pasaba el tiempo y Nicolás me comenzó a imitar. Tocamos los dos el diamante azul y calmamos un poco a Martín.

- ¡Creo que ya no resistiré más! – dijo Martín temblando -.
- Aguanta un poco más, moreno – le dije -.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Gisela -.
- Lo que sea que estas pensando, Graham hazlo ahora – dijo Rocío – no creo que Martín pueda resistir más -.
- Aguanta, gordito – le decía Karina a Martín – recuerda que estamos contigo y ahora todo depende de ti – le pasó la mano por la cara -.
- Graham – me llamó Nicolás mas tranquilo - ¿Qué es lo que vamos a hacer? -.
- ¡Sentir! – respondí – Amigos: sientan, déjense llevar. Vamos a salir de aquí todos… juntos –.
- Ya entendí lo que debemos hacer – dijo Martín mas relajado y… se rindió a la lava… -.
En el monte a lo lejos se veía despuntar el sol, todo se iluminaba conforme el tiempo pasaba. No había viento ni vida. Todo era silencioso, aun el bosque. Las estrellas comenzaron poco a poco a desaparecer, durmiendo bajo el manto de al luz rosácea de la mañana, el alba asomaba tímida pro l as cumbre. El río corría silencioso, como temeroso de despertar a alguien.

Las luces de las cabañas alrededor estaban siendo encendidas, muy lentamente fue cobrando vida aquel silencioso cuadro. Entre la noche y la luz del día comenzaron a escucharse los animales, aun temerosos por alguna razón.

En una pequeña casita hecha de madera y hojas de lámina, los primeros alaridos de vida surgieron. Un campesino quien al levantarse de la cama despertó a su mujer con un beso en la frente, fue a un extremo de la habitación y abrió la ventana recibiendo en su cara el frío viento de la mañana, el canto de las aves no lo había disfrutado tanta hasta aquél día, esa mañana en particular.

- ¡Buenos días! – dijo el campesino de espaldas a su mujer -.
- ¿Y`ora – respondió la señora - ¿Por qué tan temprano? – se sentó -.
- Pos no lo sé – respondió el campesino dando media vuelta – Nunca antes había atenido tantas ganas de despertar tan temprano y abrir la ventana para escuchar a los pájaros -.
- Pero si eso lo haces todos los días – respondió su mujer -.
- Ya lo sé, vieja – y se rascó la cabeza – pero… vas a creer que estoy loco o algo así, pero… no lo sé… siento que hay una… una especie de… una magia o algo así, algo raro en el aire que hizo que viera la vida de otro modo… ¿me entiendes? -.
- Pues no muy bien, de hecho – respondió la señora – esta mañana me siento especialmente bien, como si alguien me hubiera dicho que todo estaba bien ahora -.
- Sí, ¡eso! – dijo el campesino alegre por el comentario – de verdad que algo así es lo que siento… vas a creer que estoy bien loco pero aún así hay algo que hace queme sienta muy bien -.
- Tienes razón – respondió la señora levantándose -.
-¿Tu también lo sientes, vieja? – la miró a los ojos esperanzado -.
- No que voy andar sintiendo ni que sintiendo nada – respondió – digo que tienes razón: ¡estás loco! -.

Los dos se pusieron a hacer sus tareas rutinarias, pero a pesar de haber estado haciendo lo mismo durante años, el día de hoy lo estaban haciendo de una manera especial, a pesar de lo que dijera la mujer ella también se sentía como el día de hoy hubiera lago en el aire que le hacía que este día fuera diferente.

Mientras se entregaban a sus labores, los dos hicieron el desayuno, pues a pesar de lo especial del día había que trabajar, en la magia del día había que seguir haciéndolo, pero en este día, este día en especial había una mejor disposición.

En las faldas del cerro, casi iluminado por los rayos del sol, comenzó a soplar el viento, los árboles cantaron y el río comenzó hacer la música para ese día, los animales callaron, pues ahora le tocaba su turno al bosque en esta estrofa.

De pronto, de la tierra comenzó a oírse un zumbido, se removió y tembló un poco, se cuarteó el sitio de donde provenía aquél sonido, tembló un poco mas como una advertencia muda para el que se encontrara en ese lugar. Tres esferas de luz surcaron el aire, provenientes de la tierra, como presas recién liberadas. Se detuvieron en el aire unos momentos, parecían platicar entre si, luego, en un instante bajaron su altura hasta casi el ras de suelo. Se fueron desvaneciendo y formándose a su vez seis figuras que fueron tomando consistencia de la luz ¡Eran nuestros héroes! ¡Se habían salvado! Cayeron uno encima de otro.

- Ay, quítense – se escuchaba – me aplastas, pobre de mí… auch – nos separamos como pudimos -.
- Creo que estamos completos – dijo Nicolás -.
- Como acaban de ver, chavas – dijo Martín – las hemos salvado -.
- Aún nos falla el aterrizaje – dije – pero estamos aquí -.
- Todavía - susurro Martín -.
- Bueno – dije poniéndome de pie – creo que ya podemos irnos a casa -.
- Sí – brincó Nicolás – creo que dormiré un mes -.
- ¿Y que esperamos? – dijo Martín mientras ayudaba a Karina a levantarse - ¿A que salga la luna? -.
- Pues ya párense, flojas – les dije a Rocío y a Gisela -.
- Ay, oye – dijo Rocío – no nos presiones -.
- Si – dijo Gisela – estamos muy cansadas -.
- ¿De qué? – preguntamos a coro -.
- ¿De esperar por nosotros? – dijo Nicolás - ¡No inventen! -.
- Pues si – dijo Gisela – ayúdennos – extendió sus brazos -.
- Ah, chale – dije – mejor descansen y nos alcanzan al rato -.
- Sí – me apoyó Nicolás – vamonos Dragón – dimos media vuelta -.
- Ahí nos saludan al próximo demonio – les gritamos Nicolás y yo -.

Se miraron entre sí y echaron a correr hacia nosotros y nos brincaron en la espalda y nos sonrieron, así que no tuvimos más remedio que llevarlas de caballito. Continuamos descendiendo el monte mientras les contábamos la historia de que fue toso lo que sucedió desde que nos quedamos dormidos. Por más que buscamos, no encontramos la roca por la cual nos mutismo para obtener los trajes. Llegamos a donde las chicas habían sido secuestradas por Zathmat, pero incluso en ese lugar las huellas del demonio habían desaparecido de la superficie de la roca, como si todo hubiera sido una horrible pesadilla… pero… ¡aún teníamos puestos los trajes sagrados! Bajamos pr el monte hasta nuestro campamento. Se veía tan solitario, sin vida, pero al mismo tiempo nos esperaba como quien ve sus esperanza.

- Miren – dijo Karina – Ahí está el campamento -.
- No´mbre – dijo Martín – si no me dices ni me entero -.
- Ay, payaso – dijo Karina y lo golpeó en el casco -.
- Creo que debemos recoger las cosas – dijo Gisela -.
- Sí – apoyo Rocío – no quiero estar aquí mas tiempo -.
- Pues bájense – dijo Nicolás – no las vamos a traer como changas -.

Comenzamos a recoger todo lo que habíamos hecho, desde aquél cercado de cuadriculado que nos tomó casi un día, hasta nuestra ropa sucia. Desmontamos la tienda de campaña y la empaquetamos, guardamos las cosas que habíamos sacado de las mochilas, colocamos la basura en bolsas para tirarlas en los basureros de la entrada al valle. Tomamos nuestras mochilas y nos pusimos en marcha hacia el camino de regreso.

- ¡Esperen! – dijo Rocío ajando su mochila - ¿Qué acaso no piensas quitarse esos trajes? – nos miró – serán poderosos, pero no los voy a llevar así en el camión, así que rapidito que ya me quiero ir -.
- Chío tiene razón – dijo Nicolás -.
- Pero… no sabemos como – dijo Martín – si no sabemos controlar los poderes de los que somos guardianes, menos los tristes trajes que llevamos puestos -.
- Y se ven mas sencillos – dijo Nicolás mirándose -.
- Pero lo deben intentar – dijo Rocío – te extraño – dijo mirándome -.
- Sí – se metió Karina – ye ves mejor si ese traje – se le acercó a Martín – además así no puedo acariciarte tu pancita – y puso su mano en su abdomen -.
- Pues hay que intentarlo – dijo Martín inmediatamente dejando su mochila en el suelo y quitándome la mía – Vamos -.
- Vengan – dije - nos quedamos mudos -.
- ¿Y ahora? – dijo Martín – ¿bailamos o que? -.
- No lo sé – dijo Nicolás -.
- concéntrense en sí mismos – interrumpí – Tal vez ayude -.

Se miraron y se recogieron de hombros, luego cerramos los ojos y comenzamos a recordarnos como éramos, además de recordar ciertas cosas que sólo nosotros conocíamos. Sentimos un cosquilleo. Un punto dorado brotó de nuestro pecho, como una luz en la oscuridad, agrandándose poco apoco y muy lentamente. El punto se fue delineando hasta hacer un circulo por el cual comenzaban a verse nuestras ropas, el traje se estaba disipando, como agua, dejando ver nuestros cuerpos, esto comenzó en el pecho, se siguió a las piernas y los brazos, luego el casco, pero sentimos un cosquilleo en el cuello por la parte de la nuca que era mas intenso que al principio.

Caímos de rodillas y salió un poco de humo de nuestros cuerpos, como si hubiésemos salido de las formas de Vulcano. Tosimos bastante. Las chicas se acercaron a nosotros y se nos aventaron.

- ¡Eres tú! – me tacleó Rocío – te extrañé mucho9 – me besaba sin darme cuartel – que bueno que estás bien -.
- ¡Espérate, espérate! – le decía Nicolás a Gisela – ¡¡¡Aquí en público nooooo!!! -.
- No… no… espera… - decía Martín retrocediendo – Kari, espera… espera… Kari, Espe… -.
- ¡Que te voy a andar esperando ni que nada! ¿Qué crees que voy a esperar otro año? ¡noooo! – se le aventó como si Martín trajera el balón - ¡Ven! ¡Pachoncito! -.


Después de un round de besos, abrazos y apapachos, nuevamente nos encaminamos por la senda por donde habíamos llegado. Caminando un poco lento, pues había un camino. Descendimos la montaña, más unidos y seguros que antes. Llegamos a la falda del monte cuando nos encontramos al buen campesino que había hablado con nosotros en el río apenas el día de ayer. Los saludamos y nos despedimos de él como si fuésemos amigos de muchos años, le dejamos nuestra comida, pues no tenía caso llevarla de regreso, además así pesarían menos las mochilas. Una vez que llegamos a la entrada del valle, junto a la carretera nos comimos unos tacos de cecina que disfrutamos verdaderamente. Saciado nuestro apetito, nos colocamos a un lado de la carretera para subirnos al autobús de regreso.

Cuando llego el autobús metimos nuestras cosas en el guarda equipaje y nos subimos, por fortuna no estaba lleno y nosotros terminamos de llenarlo. Todos estábamos cansados y no tardamos en dormir tan profundo como un bebé despreocupado. Después de platicar un rato Rocío y yo, también ella se rindió al sueño. Yo estaba junto a la ventana de verde cristal viendo las nubes y los árboles que pasaban a gran velocidad. Abracé a Rocío y la vi, tan inocente. La besé en su frente y cerré mis ojos.

Texto agregado el 07-12-2007, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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