Mi mano blanca te recorre la espalda, y percibo como comienza a temblarte la voz. La pálida luz que se filtra por la ventana, cuajada de gotas de lluvia, ilumina las cosas en el cuarto en penumbras.
Sube mi mano inquieta hasta tu cuello y te acaricio la nuca con uñas asesinas. Despacio. La brisa mueve mi vestido y lo pega a mi piel como se pegaron tus palabras. Despacio. En la constelación de lunares de la base de tu cuello puedo leer el futuro. Despacio. Anhelante, acerco mi boca a tu oído y volves a estremecerte con el roce de mi aliento. Apenas caricia, deslizo mis labios sobre el borde de tu oreja. Aferrándome por la muñeca la examinas como si mis venas fueran el mapa que conduce a tu Atlantis personal. A eso que no sabes si existe pero anhelas que si. Mis venas, el río donde quisieras sumergirte y nadar hasta las puertas del mismísimo deseo. Ladeando la cabeza despacio, sintiendo como se agita mi respiración, casi tímidamente, la punta de tu lengua se asoma por entre tus blancos dientes. Como una serpiente que asoma apenas la cabeza, se posa sobre la piel de mi muñeca dibujando un círculo pequeño. Al ponerte de pie, ya en silencio, giras despacio y me enfrentas: El torso desnudo al igual que la mirada, llorando deseo y perdón. ¿Sabias amor, que los colores de nuestros ojos forman los más bellos paisajes? Húmedas miradas, al enfrentarse cobran vida y se transforman en acuarelas vivientes, capaces de plasmar en el aire lo mas turbio y lo mas sublime de la creación. Mi prado en primavera y tu océano eterno. Festiva piel, la mía. La eliges como lienzo para tu arte. Y tus dedos – pinceles, y tus labios – cinceles, me desnudan y dan forma a un tiempo.
Durante el tiempo que dura un latido nada se mueve. Al cabo, la ciudad, afuera, retoma su incesante danzar sin música.
MarMaga (alias: Marianela Daraio) |