I- CÁNCER
Desde el día de hoy me he propuesto llevar un registro de lo que acontece en mi vida; dadas las circunstancias de que me someteré a una «técnica experimental» de preservación de la vida.
Desde hace algún tiempo que se han practicado distintas técnicas de bio-criogenia, algo parecido a lo que aparece en algunas películas antiguas, dónde a uno lo meten en un congelador al momento en que muere y entonces le dejarán congelado durante décadas o siglos, hasta que la ciencia del futuro logre encontrar la solución a la muerte el individuo, lo resuciten y la persona pueda tener una mayor calidad de vida que la de esta época.
Pues, la ciencia médica propuso que se aplicara la misma técnica para los pacientes vivos, que sufren alguna enfermedad sin cura o terminal. La técnica de congelar cadáveres es mucho más sencilla que la que se piensa usar para congelar personas vivas; una de las grandes diferencias, es que el cerebro no puede permanecer apagado por demasiado tiempo (o eso creen), por lo tanto se pretende usar una clase de «estimulador artificial del pensamiento» es una especia de computadora conectada al cerebro del paciente que mantendrá la mente del individuo ocupada, aunque no me han hecho saber, exactamente a que se refieren con ocupada.
Hace unos meses acudí al médico por una tremenda tos que no se me quitaba ni tomando los medicamentos más milagrosos, y así fue como me vine a enterar que tenía cáncer en los pulmones y que me quedaba poco tiempo de vida. A los pocos días, mientras comenzaba a entrar en una especie de trance y mi salud comenzaba a decaer, recibí un mensaje de un laboratorio experimental de loa Estados Unidos, dónde me ofrecían una oportunidad de ganar en mi lucha contra el cáncer, así que, en mi desesperación por intentar salvarme la vida de alguna forma, respondí al mensaje de los laboratorios y luego me enviaron un paquete electrónico con un boleto de avión y una serie de manuales y folletos donde se me explicaba de alguna manera lo que he explicado de la nueva técnica de congelación en vida.
El día de hoy llegué a las instalaciones de los laboratorios, llamados «Futurehead Prolive Laboratories» (FPL). Al llegar al aeropuerto tuve un serio problema con los guardias de seguridad, que por alguna razón que no comprendí, me detuvieron varias horas en una pequeña habitación, junto con un hombre de apariencia oriental y un niño de unos ocho años que dormía profundamente. El oriental no hablaba ni una palabra inglés y mucho menos de español, así que me dedique a seguir revisando los folletos de los laboratorios. Pasaron una horas y se llevaron al niño, y luego apareció un hombre vestido con un horrible traje gris, acentuado con una estúpida sonrisa que de solo recordar me produce escalofríos. El hombre me sacó de la habitación, dejando al hombre asiático solo.
El hombre me dijo que se llamaba James Bookman, y que trabajaba para FPL. Se disculpó por el incidente en el aeropuerto y me explicó que están aumentando alguna medidas de seguridad y que han habido varios de sus «pacientes» que terminan igual que yo.
Subimos a un auto negro y me comenzó a contar de sus aventuras para poder sacar a las personas que habían sido detenidas en el aeropuerto por mostrar el pase de FPL. Y que al parecer quieren evitar el avance de la ciencia. Yo miraba por la ventana, sin hacer mucho caso, solamente pensaba en lo que me estaría esperando al llegar a los laboratorios y prestaba atención a un nuevo zumbido dentro de mi pecho que no había notado antes y resultaba muy molesto.
Cuando llegamos a FPL, el auto negro entró en un sótano y nos dejó a unos pasos de uno de esos nuevos ascensores de cristal. Al subir, el señor Bookman me seguía sonriendo. Y cuando le iba a pedir que lo dejara de hacer, el ascensor dio un salto y escuché una especie de explosión afuera, pero Bookman no pareció sorprenderse –No se asuste señor, es normal, este ascensor viaja a velocidades supersónicas, y cuando superamos la barrera del sonido hay una especie de explosión– Cuando terminó de decirme esto la estábamos en el piso 130, y yo me quedé pensando en cómo diablos hacían para que las explosiones de los ascensores supersónicos no destruyeran el edificio.
Bookman me llevó hasta una salita de espera junto a una de las ventanas, desde dónde podía verse un enorme jardín abajo, luego muchos arboles y más allá la enorme ciudad. – Usted se queda aquí, yo debo retirarme, pero no se preocupe, sentase como en su casa, ya saldrán a atenderle en cualquier momento– dicho esto, se alejo por un pasillo y desapareció de la vista. Pasaron varios minutos y el paisaje ya había empezado a parecerme aburrido cuando una puerta ubicada cerca del ascensor se abrió y una atractiva joven me llamó por mi nombre. Me levanté y ella me entregó un formulario y me dijo en inglés que debía llenarlo y entregarlo de vuelta. Cuando terminé lo devolví y se lo llevó, cerrando la puerta por la que había parecido, así que volví a quedarme solo en la salita, camine un rato y luego en cuanto tomé asiento la misma joven me llamó de nuevo y me dijo que podía pasar, esta vez hablándome en español.
Dentro me llevó hasta una puerta de madera cerrada, tocó y luego volvió a mirarme de forma amigable; por lo cual yo me sentí un tanto nervioso. La puerta se abrió violentamente y un hombre de unos cuarenta años, con barba y el cabello largo se asomó; tenía una apariencia bastante simpática. Sonrío al mirarme y le dio las gracias a la joven que se retiró a un escritorio, luego me indicó con un gesto de la mano que pasara. Cerró la puerta tras de si y me ofreció una silla, –Tome asiento por favor –me dijo con un acento argentino –Yo soy el doctor Carlos Bag, y soy quién se encargará de usted –No pude evitar pensar en que al leer si apellido en inglés tendría a un doctor «Carlos Bolsa» por lo que dejé escapar una sonrisa que el Doctor Bag tomó por amigable o de aceptación. Me preguntó que si yo había leído los folletos y la información acerca de los experimentos que estaban realizando, yo le dije que si, pero que aún así no había la suficiente información. –Y dígame, ¿En este momento tiene usted alguna duda?– Me preguntó, alzando las cejas, con lo que aparecieron una serie de arrugas en su frente que lo hacían ver mucho mayor. –Quizás si doctor, me preguntaba por ejemplo, que pasaría con mis pertenencias y con mi familia y con mis conocidos... –El doctor me escuchaba con atención y asentía con la cabeza mientras mostraba una sonrisa bastante amigable. –mire– me contesto – Los objetos de valor que le pertenecen pueden ya sea, o ser repartidos según su testamento, o pasar a almacenarse a la cuenta de reserva de fondos que se le asignará. Sus familiares y amigos recibirán una carta de usted y de FPL explicando el «tratamiento» (por que nos gusta llamarlo así) que usted recibirá, y créame que ellos preferirán eso a perderlo a usted por una enfermedad que en realidad puede curarse. Se les seguirá la pista y se les pedirá su colaboración, ellos podrán venir a visitarlo, claro que no hay forma de que hable con ellos, pero lo podrán ver cuando ellos quieran. Desde luego que al momento en que usted sea descongelado, no podemos saber cuánto tiempo habrá pasado, es por eso que no garantizamos que vuelva a ver a sus familiares y amigos, pero tampoco estamos seguros de que los pierda a todos. Verá, nos costó trabajo conseguir el permiso para congelar personas «vivas» (entre comillas, por que en realidad, ante la ciencia contemporánea clásica, usted, en este momento es un cadáver), pero al final logramos obtenerlo. Y ahora vamos por más, estamos luchando por poder ofrecer la oportunidad de un viaje en el tiempo, de que una persona pueda someterse al proceso de conservación por congelación sin que esté enferma de forma terminal o muerta, así que será de forma voluntaria, y cabe la posibilidad de que algún familiar o amigo suyo tenga la magnífica oportunidad de ser uno de nuestros afortunados primeros clientes. –Yo no podía pensar en congelarme por voluntad propia estando bien de salud, mi caso era excepcional, y ni por mucho que me quisiera mi familia, dudo mucho que alguno de ellos se sacrifique de esa manera por mi. Luego me llegó una duda –Doctor, pero, ustedes explican que no garantizan nada, que esto aún es completamente experimental, entonces ¿Cómo se meterían con personas vivas y sanas? – el doctor no dejaba de sonreír – no se preocupe por eso ahora, mire, le mostraré las campanas de preservación y las instalaciones. Luego, le dejaremos dormir unos días aquí, para que medite su decisión, le daremos un lapso de unos seis días, luego, si decide aceptar ser voluntario en este tratamiento experimental, se puede invitar a un grupo de su familia y amigos para que vengan, se les explique el asunto y se despidan de usted. – Le comenté que creía que seis días era muy poco y que prefería volver a mi casa a meditarlo, pero me explico que en mi caso, mientras antes me congelaran mejor, ya que no sabían con certeza, cuanto tiempo me quedaba de vida, pero si, que el cáncer avanzaba cada día más y que eso implicaba, mayores complicaciones.
Luego de eso me llevó a conocer las instalaciones, son enormes, hay por ahora, 200 tanques de congelación y de los 200 ya hay 78 ocupados, yo sería el número 80, si acepto convertirme en voluntario. También me explico el doctor Bag, que la cuenta de reserva de fondos es una especie de seguro de inversión, que me serviría al despertar. Y que además de lo que yo depositara ahí ellos me darían una cierta cantidad de dinero «como pago» por mi valiente ayuda al proyecto. Así que según parece, transforman las pertenencias de uno en dinero, luego meten todo en una cuenta bancaria y depositan el «pago», ya luego la cuenta se convierte en un sistema de inversión que va creciendo con el tiempo y va funcionando para generar los pagos que se necesitarán para el mantenimiento de uno si es que el periodo de congelación supera los 50 años.
Hoy es mi segundo día aquí, y parece ser que tomaré la decisión de congelarme, la verdad, aún le temo a la muerte, más que al futuro, me siento como un niño pequeño temiendo a la obscuridad.
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