Y cuando el abuelo le preguntó a su nieto cuanto lo quería, el rapazuelo extendió sus cortos bracitos para tratar de demostrarle la medida de su amor.

Años más tarde, su madre quiso saber cuanto la amaba y él, jovenzuelo inexperto, le contestó que la quería de aquí a la luna y ese amor mensurable, dejó conforme a la madre, que no podía estimar que las naves espaciales recorrían esa distancia en apenas seis días.

-¿Cuánto me quieres?- le preguntó su abuela y él, con las mismas incertezas en su alma, sólo dijo: mi amor por ti, abuela, es inmenso. Ni toda el agua de los mares podría hacerlo naufragar.
Y la abuela sonrió satisfecha al saberse la diosa de los océanos.

Pero, el joven se convirtió en hombre y conoció a la mujer que se adueñó de su corazón. Entonces, cuando ella le preguntó cuanto la amaba, el consideró insuficientes, la medida de sus brazos, la distancia de la tierra a la luna y la vastedad de los mares. Por lo que, sin articular una sola palabra, cortó una rosa fresca y la depositó en el seno de su amada y luego, la besó con tal apasionamiento que la niña ya no necesitó referentes para conocer la medida de ese amor...