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Los grandes cerros de aquella tarde atrapaban su mirada y su risueñidad, mientras un lago besaba sus pupilas llevándola al ocaso más sublime que pudiera existir en toda la humanidad, ocultó su expectativa con los dedos, haciendo un rostro oculto, y beso los labios de aquel caballero celeste; floreció ese amor de pasto y lluvia en aquella gran ciudad de los santos y de los últimos días. El susurraba poesía enamorada a los tímpanos de su amada, entonces, a sus espaldas, un pueblo cantaba estridentemente canciones y charlas y ella no le daba partida al incesante humo de la poblada situación. Eran dos seres estériles de los cansados venenos de la sociedad que con sus verbos censuraban pacientemente sus miradas enamoradas. La dama de los ojos de naturaleza y el príncipe de la silueta de agua guardaban en el olvido los sucios adjetivos de la gente y se dedicaban en absoluto al calor de sus abrazadas almas. Cayó la luna y durmieron abrazados por el manto estrellado de la noche. Cuando entraron a las profundidades del consuelo soñador, ella nadaba por los cielos azules y celestes mientras él, tendido en las radiantes aguas de un rió multicolor, paseaba su sonrisa al divisarla con sus alas extendidas por lo alto del inmenso, cuando se cruzaron las sonrisas, ella descendió de las nubes para llegar al encuentro con aquellos ojos que perforaban sus pensamientos. Sucedió que al verse entre besos de sueño y un dulce sudor de amantes, la naturaleza del instante convocó a todos los Dioses del universo y estos desde su olímpica posición se sentaron a ver el encuentro enamorado de aquellos dos seres como encantados por algún poder sobrenatural y se encaminaron a originar, como premiando la situación soñadora, por lo alto una aurora boreal que con sus pinceladas hacía el eminente escenario de los excelsos amantes en la infinidad. Después de haber creído que el amor era posible, pues tanto ella como él reunieron sus almas para darle un bello final a la jornada, los Dioses llamaron a los más grandes árboles, unos verdes, otros muy de antaño y otros tantos chiquillos y resquebrajados, llamaron también a todas las flores que resplandecían por aquellas fechas, hicieron llamado a las aguas, los vientos, los soles, las noches y las estrellas, que casualmente no quedaban precisamente estáticas mas bien tiritadas como salidas del vigésimo poema. Por ultimo invocaron a la dama y al caballero, y todos los anteriores se reunieron, junto con los Dioses, en medio del mar de aguas dulces. Los grandes seres del Olimpo levantaron al unísono sus manos y como de la nada sonaron las melodías mas lindas que la humanidad pudiera haber presenciado alguna vez desde su cansada y vieja existencia. Entonces ella y él, desde su posición, empezaron a levitar e iluminados por una irradiante luz, que su destino se colocaba bajo las aguas del mar dulce, se quedaron estáticos, como sorprendidos por su elevación y de entre las flores nacieron dos vestimentas de terciopelo con bordes hechos de rosas blancas y detalles en rojo como curveando por el pleno de las vestiduras. Los Dioses hicieron una señal autoritaria y ella y él se vistieron de blanco, entonces un Dios, el más viejo de todos, los nombró Dioses del Amor de la Eterna Ciudad de las Albas y los Ocasos, ellos sonrieron y celebraron junto con todos los demás espectadores y al escuchar el nombramiento de aquel Dios, en sus pechos nació un corazón inmaculado y radiante; ¡ Eran los Dioses del Amor! |
Texto agregado el 06-12-2007, y leído por 84 visitantes. (0 votos)
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