Honegger Molina
El diecinueve de marzo del año dos mil cinco, a las ocho y sesenta minutos de la mañana partí por segunda vez para El Nula, parroquia San Camilo de Lelis, con la misión de acompañar a la gente de esa zona del Alto Apure durante los Días Santos.
El trayecto, San Cristóbal – El Nula, tuvo un sabor particular por la enjundiosa tertulia con el azuzante jesuita Wilfredo González, profesor de filosofía de la UCAT. Divagamos por temas sobre filosofía y pensamiento socio-político, la guerrilla, pasando por una visión de cara al futuro de la Compañía de Jesús en Venezuela, hasta llegar a compartir los recuerdos de nuestras infancias en dos extremos del país: oriente y andes.
El destino de Wilfredo era Ciudad Sucre, y el que yo llevaba era Caño Gaitán, situada a pocos kilómetros del río Arauca. En la casa parroquial del Nula nos encontramos con Jesús Rodríguez (Chuo), y Wuatakadi, en criollo Paúl. Es indígena Yekuana (makiritare) y mi hermano Jesuita. Pero en el lugar sólo conté con cinco minutos para cambiar de rumbo. El motivo fue la celebración de un matrimonio en la aldea Sirirí, a donde le correspondía llegar a Francisco Javier quien venía en camino desde Caracas. Por el temor de que éste se demorara, el padre Acacio Belandria sj, párroco, decidió ponerme en camino y dejarme allí, junto con Paúl, por el resto de la Semana Santa.
Viajamos con don Eduardo y su esposa María Pérez; una paisana sur merideña. El trayecto fue de dos horas por camellones de solitario aspecto, bajo un inflexible sol, con el alocado polvero que nos dejaba ensombrecidos por los remolinos de viento, o el cruce con otros vehículos. Cuando por fin llegamos, todavía la novia no estaba lista. El imprecavido novio llevaba quien sabe cuantos minutos destilando sudor, gracias a un discordante traje, que para el final del ritual estuvo a punto de dejarlo desecado. Confieso que es la boda más ampulosa que he celebrado en un ambiente tan criollo.
Al caer la tarde nos reunimos con el consejo de pastoral para revisar el programa. Lo acordado fue tal como a continuación les iré narrando. Lunes y martes, durante la mañana visitamos las familias de Las Parcelas y Valle Verde. Las confesiones y la eucaristía fueron a partir de la cinco de la tarde. El martes nos acostamos temprano por la intrincada faena que temíamos para el siguiente día.
El miércoles salimos antes de rayar el sol para Cinta Blanca, 12 kilómetros de camino (hora y media por una desastrosa carretera), ubicada entre los ríos Burgüita y Sarare.
Un poco antes de iniciar la eucaristía (diez de la mañana) en casa de Lelis se me acercó una mujer, golpeada por la dureza del campo y de los años, para soltarme la frase: “aquel hombre que está allá sentado es un espía de las FARC, y ayer miré pasar a dos más de ellos en un par de mulas por el frente de mi casa”. La confidencia me dejó impávido. Aunque para ellos es una convivencia habitual por la confianza que se tienen con la guerrilla.
Mientras veníamos de regreso, el chofer se detuvo en el único Mercal que existe en toda esa vasta región, del que además, él es su propietario. Mientras aguardábamos a que se desocupara se nos acercaron tres hombres, quienes solo para mi eran desconocidos. Muy cumplidamente me saludaron y el más lanzado se disculpó (en representación de todos) por no haber asistido a la misa. Éste bastante preocupado sermoneó: “la culpa fue del patrón de la casa por no participarle a toda la gente del sector. Si nos hubiéramos entera’o de que un padre nos visitaba mucha más gente hubiera esta’o”. Y agregó: “qué pena con éste padrecito, primera vez que viene, y lo dejamos tan solo. ¡Bueno!, pasaremos otra Semana Santa sin ir a misa”. Estando a punto de marcharnos nos ofreció un trago de ponche crema. Lo probé y me pareció muy fuerte, entonces de inmediato se lo devolví.
La despedida fue amigable, aunque bastante ofuscada de mi parte, pues tanta amabilidad me zambullía en un mar de cavilaciones. Puestos nuevamente a rodar, cuando aun mantenía fija la imagen del rostro de uno de los hombres desfigurado por la tasajeada de una cuchillada, la persona guía de mis afanes apostólicos, farfulló, “esos eran los bolivarianos”, y sin agregar otra palabra se silenció. Así les llaman a los miembros del las Fuerzas Bolivarianas de Liberación (FBL), nacidos en Venezuela. Entré en un sonoro mutismo, procurando registrar lo vivido en la memoria.
Entonces, para familiarizarme con lo que yo intuía como preocupación del conductor, parlamenté sobre las alternativas que debían propiciar, organizándose comunitariamente, para mejorar la vialidad. Supuse que lo aprendido como párroco de regiones campesinas en Mérida les podía ayudar. Y, por otra parte, así ahuyentaba las figuras aporreantes que me surcaban la mente.
Tiempo después, un caballero que se hizo el encontradizo nos detuvo para informarle al chofer que ya habían sido encontrados los cueros. El jinete le explicitó que inclusive aparecía el hierro (marca del propietario) que coincidan con las personas que tenían ganado extraviado. Finalmente remató: “Fue encontrado en el patio trasero de la casa de fulano, y en el cuero de su toro (el hierro) aparece muy clarito”.
Era la evidencia que estaban buscando para enviarle ese recado a las FARC. Éstos aparecen con prontitud, precisión, e inclemencia para ponerle “preparo” al asunto. Es la ley de la frontera colombo-venezolano. Allí tienen establecidos sus propios códigos de moral. Espacio donde el campesino legitima cualquier tipo de muerte cruenta con tal de ver vengado su animal, su renombre, o recuperado algún terrón de tierra, y además cree que es manera de erradicar los delitos en la región.
El problema es muy complejo puesto que a esos rincones no llegan con frecuencia los cuerpos de seguridad del Estado. El Ejercito Venezolano y la Guardia Nacional permanecen en sus comandos y puestos de control, y los territorios en derredor son “controlados” por los grupos irregulares. Y para colmo, aquello que los organismos de seguridad desconocen, el labriego se encarga de ocultarlo puesto que prefieren confiar en la guerrilla. La gente ve con temor a los militares. Les parece que su forma de actuar es prepotente, distante y demasiado técnica. Por eso no les resulta nada amigable. La clave del éxito de los guerrilleros consiste en su trato horizontal con todos, pero en especial con los que se sienten más desprotegidos.
Con la tarde al llegar a la casa cural nos esperaba un hombre de unos 35 años. Su interés era saber que había de cierto sobre el “secuestro” del padre Acacio Belandria. Después de llamar para El Nula el rumor se desvaneció. El mal augurio llevaba unos tres días rodando hasta en los ámbitos universitarios de San Cristóbal. Antes de partir para Barquisimeto, domingo 27 de marzo, al platicar sobre el tema con Acacio me dijo: “hasta el momento, ni por escrito, ni por llamadas he recibido ningún tipo de intimidación, alerta, o amenaza contra mi vida”. Está claro que en estos casos la guerrilla cuando quiere proceder lo hace sin muchos rodeos.
Ese miércoles santo completamos la jornada con la misa, y la bendición de la imagen del Nazareno a quien sacamos por vez primera en procesión. Además de las confesiones que en ningún día faltaron.
El jueves santo (por la mañana) optamos por mantenernos en Siriri. Almorzamos en casa de don Eduardo. Además de compartir con la familia pude cotejar impresiones con Térida Guanipa, ex-miembro del Servicio Jesuita de Refugiados (SJR) en El Nula quien lleva tres años en la zona. El mismo día (cuatro de la tarde), comencé a recibir a la gente para efectuar los oficios religiosos del día. Desde las ocho de la noche me quedé a solas con el Santísimo Sacramento en la capilla. A la salida del recinto, serían las diez, me extrañé al ver pasar frente a la capilla un camión fort-350 repleto de jóvenes en inusitado bullicio. Al momento me quedó un mal sabor y un breve tiempo de suspicacia. Sin apresurarme con inútiles cavilaciones me marché a descansar. Aquel sueño solo estuvo interrumpido por el croar de una rana que yacía en el espaldar de mi cama. La ahuyenté y saltó para la hamaca de Wuatakadi, quien ni pestañeo con su donosa acompañante.
El viernes muy de mañana cuando me dirigía a la capilla, lo primero que vi fue a cuatro jóvenes (entre 16 y 22 años), en dos motos, y con sus armas largas de guerra. En esta oportunidad, y a diferencia del 2004 cuando también los miré en el mismo sitio, no iban uniformados. Al parecer se disponían a proveerse de combustible y alimentos en la tienda de don Luís Soto; ubicada al frente de la residencia cural. Venían del Sector San Isidro y siguieron en línea recta hacia Valle Verde. Tiempo más tarde me enteraba que por esos lados (de donde salieron) tenían un campamento los miembros del FBL, y cuatro kilómetros más hacia el río Sarare estaban los del ELN. Inclusive me precisaron el lugar exacto y las horas de entrenamiento. Supe además de los acuerdos entre los dos grupos mencionados para fortalecerse en la zona y restarle protagonismo a las FARC, quienes acopian desde hace 18 años las mayores franquicias.
La liturgia del viernes se inició con el vía crucis a las cinco de la tarde, y culminó con la reflexión de las siete palabras a las nueve de la noche. Tiempo de sorpresas por la fuerte concurrencia de creyentes. La nota discordante la puso un borracho que entró a competir con mi sermón, y a quien, muy gentilmente, debimos acompañar hasta la salida. Después de todo, cuando reposaba en los pasillos de la casa cural, me enteraba de dos visitantes incógnitos (con pistola en pretinada) que habían estado entre el público cumpliendo “devotamente” alguna misión. En ese mismo momento volvieron a pasar los extraños ocupantes del camión en similares actitudes a las de la noche anterior. Allí fue cuando me refirieron que se trataba de milicianos del FBL que estaban entrenándose en las montañas cercanas.
El sábado, durante el día, santo hicimos una excursión para Caño Claro a la casa de Doris Villamizar. Aquel día permanece depositado en mi mente para el recuerdo por la belleza del lugar. Un paisaje para escribir poesía al extasiarse contemplado las sabanas del llano y las garzas picoteado junto al ganado. Paúl, por su parte, se lució con sus habilidades innatas para dominar lo agreste, cortando madera y abriendo corta fuegos. Ya con la puesta del sol, regresamos muy consolados y bien dispuestos para celebrar el canto de Gloria. Apostólicamente fue un remate esplendoroso. El cansancio humano estuvo ágilmente sublimado por la fuerza que brotaba del espíritu. Curiosamente, en la madrugada y con las distancias que mediaban, la gente parecía dispuesta a amanecer en Vigilia Pascual.
El domingo, 27 de marzo, muy temprano nos despedíamos de Siriri, por el calor infernal y la desolación de aquella hora era equiparable con Aracataca; pueblo donde nació Gabriel García Márquez y el que inspiró su prolijidad literaria. Al medio día nos encontrábamos de regreso en la casa parroquial de El Nula.
Allí pudimos intercambiar experiencias. Nos juntamos unas veinte personas; la mayoría eran religiosas que habían estado trabajando apostólicamente en los campos. Los cinco jesuitas jóvenes (haciéndonos a un lado) y en presencia del veterano Acacio Belandria, extrajimos la dos notas más resaltantes y coincidentes aunque bastante antagónicas. Primero: la gente es de una connotada raigambre religiosa, que además se ha coloreado y enriquecido con la mezcolanza de andinos y colombianos. Segundo: en los tres últimos años se ha visto una mayor presencia de la guerrilla en la parroquia, agravado por una intensa dosis de adoctrinamiento hacia los campesinos.
Además -por mi cuenta- observé que la motivación de los jóvenes (mayoritariamente varones) para ingresar a las filas de la guerrilla está incrementando considerablemente. Esto obedece a las siguientes razones: poder, armas y sexo. A los muchachos (con edades entre los 14 y 22 años) sin más horizonte que el machismo criollo, lo que más les atrae son las armas para sentirse importantes y poderosos, y una moto para mostrarse “libres”. Lo anterior va unido a las posibilidades de tener sexo desordenadamente en los prostíbulos.
Esto trae como consecuencia la falta de relevo en las jornadas laborales del campo, la baja de producción agrícola, el abandono de madres jóvenes y de ancianos, y en definitiva, más pobreza en un sector hondamente deprimido. También debido al fortalecimiento de la guerrilla se ha evidenciado en Táchira, Zulia y Barinas, el aumento de los secuestros y el sicariato. El resultado es la disminución de inversiones privadas en la franja fronteriza. En El Nula –para señalar un ejemplo- se encuentran paralizadas dos importantes obras de infraestructura social por las insoportables extorsiones a que fueron sometidos los contratistas quienes debieron abandonar sus compromisos.
Esos habitantes del Alto Apure se introyectaron la idea de que “pagando-vacuna” tienen asegurada la protección y la ejecución del castigo a quien les moleste, y que eso lo pueden lograr de manera directa y “efectiva”. Ante semejante cuadro la misión de la Iglesia Católica, y en especial de la Compañía de Jesús en el Alto Apure, es desafiante. Hay que ingeniárselas para hacerle entender a la gente que existen otras alternativas de digna convivencia humana. En éste momento sembrarles los códigos de la moral cristiana junto con la esperanza de un mañana sin grupos armados que los “custodien” es bien ambicioso. Se requiere de un amplio proyecto de desarrollo socio-cultural que les muestre un horizonte viable de transitar. Ciertamente que es una tarea muy apasionante pero también muy peligrosa.
Desde Barquisimeto, elevo una plegaria al Buen Dios, para que siga bendiciendo la quijotesca empresa apostólica del padre Acacio Belandria, junto al equipo que lo acompaña, en su encomiable misión de frontera. Un cordial saludo en la unión de nuestro hermano mayor Cristo Jesús.
* Caracas, 2 de mayo del año 2006.
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