Los jardines infinitos en el tiempo y el espacio van a ser concebidos ahora por vosotros. No va a quedar nada; después, no queda nada. Lo único que quizá persiste son las aspiraciones de nuestras almas. Puede que la muerte no sea más que lo que cada uno de vosotros queréis que sea. Un sueño, como cualquier otro. Ahora soñaré con un jardín infinito, donde podré vagar sin pausa y sin prisa, observando las estatuas de ceniza que lo coronan. Las estatuas de ceniza que lloran y se derrumban con todo el peso de un puñado de ceniza justo cuando dirijo hacia ellas la vista. Sólo puedo escuchar su llanto, que persiste como un eco en mi sentido. Al mirarlas, caen al suelo desplomadas, caen en el fracaso de no ser una forma. Todas lloran por distintas causas, porque distintos son sus gemidos en el jardín. Y el todo de sus lamentos suena a muerte, es el sonido de la fatalidad. Entonces recuerdo una misa de Mozart, un Qui tollis peccatta mundi, y consigo transformar sus llantos en un coro de lágrimas que me rodea y me penetra. Siento dentro la sal del llanto, ahora yo soy la música, me confundo en ella. Entiendo la rueda opaca del destino, y entiendo que no puedo moverla. Ahora yo estoy en la música, soy sonido, y me muevo en la cabeza de cualquiera que imagine y comprenda el destino. Ahora yo soy esa música y también una estatua, una estatua de ceniza que canta en el coro con sus llantos. Así permaneceré un instante, y puede que por toda la eternidad.
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Soy una figura sin dios y sin forma. Adentro de mí no hay nada, como tampoco lo hay fuera. Soy ceniza. Un montón, sobre el césped, de ceniza. Alguien me ha mirado. Y me he desplomado en sutil cascada de llanto. Ahora vuelvo a ser la música de otra forma. Sólo las tinieblas hacen de horizonte, deformadas quizá por la silueta verde-rojiza de algún árbol. Todo y nada es simétrico...el jardín es perfecto y a la vez imperfecto...sólo la música se oye, cayendo como una tormenta desde el cielo....Los rayos acompañan al sonido, y en los truenos se oyen voces...soy ceniza, sólo un montón, en el césped, de ceniza...y oigo al destino susurrarme al oído, y el trueno susurra...mi fatalidad, que me hace consciente con su confesión de su eterna presencia...ahí viene otra vez...como burlándose de mí, haciendo muecas de tristeza....Qui tollis peccata mundi...
8-10-99
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