Y aceleró como corredor de carreras. Él intentó incorporarse al carril, pero el idiota precavido de adelante no se decidió a lanzarse en medio de la fila de carros. A dos centímetros de causar un pequeño accidente reaccionó y frenó. El susto fue general: para él, para su amigo que venía fuertemente agarrado del cinturón de seguridad y para la dueña del carro de adelante. “¡Mujer tenía que ser!”, exclamó al ver que una cara delicadamente maquillada le mostraba su seño fruncido y un par de palabras grotescas.
Sin pensarlo mucho y olvidando todas las enseñanzas de caballerosidad que su madre intentó inculcar. El apresurado conductor sacó la seña universal con el dedo del centro de su mano, mientras se reía en la cara de la mujer y pasaba su auto hacia la incorporación que tanto estrés generó.
En ese momento, quiso escupirla, tomarla del pelo y gritarle: “¡¡es usted una pendeeejaaaa!!”… Al llegar a su casa, suspiró cansado y se limpió el sudor. Se acostó en la cama mirando al techo y caviló: “¡uf! Yo hubiera tenido la culpa”.