Imagínense un diente negro, completamente negro. Imagínense más pequeños que ese diente. Nos encontramos sobre él, en un fondo oscuro. Las formas cadavéricas de años, siglos y milenios pasados se enfrentan a nuestro asombro. A cuántos hombres habrá pertenecido: Piratas, escuderos, liberales, anarquistas. Un gángster persigue a un hippie y sólo por un diente. Imagínense que el molar abre unas compuertas y nos traga. A cuántos habrá tragado: Amos del calabozo, dragones, tripulaciones y aviadores. Pero adentro, es más negro. Ese mundo tenso, sin puertas, nos ataca sin piedad; no vemos nada, ni siquiera las cuerdas que esperan por una ocasión. Imagínense aparecer sin cuerpo en un lugar de cuerpos. Nuestras cabezas flotan en la tranquilidad de los únicos. Garúa y la pintura se desvanece. Y luego de este viaje, tan diferente, imagínense en la ciudad caminando entre gángsters, piratas, nobles escuderos y dragones. Observemos c{omo el dinero, tan negro, tan antiguo, pasa entre ellos como el aire y son succionados por el oscuro capitalismo de vivir.

Imagínense ahora en el medio de lo blanco, lo puro, o pleno. Nuestras manos son lápices que escriben nuestra ciudad, nuestros cuerpos, nuestras voluntades, y luego... despierten. Dormir es humano, admirar es sabio, vivir es escribir.