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DANIEL, GABY Y EL TREN MARAVILLOSO: 2006

Era un caluroso día de verano, 16 de Julio exactamente. Daniel se disponía a ir a la piscina de su mejor amigo, donde estarían todos los chicos de su clase.
Entusiasmado por esta idea se dirigió a la puerta, pero su madre le llamó:

- Daniel cariño, ¿puedes venir un segundo?
- Mamá iba a salir. ¿qué quieres?- preguntó enfurruñado.
- Tengo que darte una buena noticia, corre.

Atraído por la curiosidad subió las escaleras, donde tropezó con Gaby, su hermana pequeña, que con diez años era capaz de sacarle de quicio hasta extremos insospechados.

- Ya estoy aquí. ¿Qué es eso tan emocionante?
- Acaba de llamarme tu abuela- dijo Lucía alegremente- y me ha dicho que por fin han terminado la obra en la casa de la playa, así que mañana mismo cogemos un tren y vamos para allá. ¿Qué te parece?
- ¿Cómo? No no, yo me quedo, ¿para qué quiero una playa si tengo aquí una piscina donde están todos mis amigos?
- Mira Daniel, ya supuse que te pondrías así pero no me importa. Nos vamos y punto, a todos nos vendrá bien el aire de la playa.
- Pero…
- No hay discusión, haz las maletas.

A trompicones llegó a su habitación y, después de llamar a José y decirle que no iría a su casa, se echó en la cama.
No podía pensar en nada más que no fuera el dichoso viaje, no quería ir a la playa, no quería ver a sus abuelos en vez de a sus amigos, pero mucho menos le apetecía estar dos horas metido en un aburrido tren sin más compañía que sus padres y la latosa de su hermana.
No sabía lo que le esperaba…

Llegó la mañana siguiente y, con semblante serio, Daniel entró en la estación junto a su familia.
Nada más hacerlo percibió algo, no habría sabido explicar el qué, pero fue algo que no había sentido nunca, un escalofrío, sin embargo no era miedo lo que le recorría el cuerpo sino emoción.
Con esta extraña sensación llegó al tren, un talgo, modelo diesel de la serie 354, simple y corriente, sin nada que lo señalara como especial, pero lo era y pronto lo descubriría.

Los padres del muchacho se adentraron en primer lugar, no sin antes recordarle a Daniel que cogiera la mano de la niña no fuera a despistarse, lo hizo pero a regañadientes.

Por un error informático la empleada informó que los asientos estaban en vagones diferentes, así que su madre decidió que él y Gaby fueran juntos a otro vagón, esperaba así que se llevaran mejor, pues las continuas peleas entre ellos eran un suplicio.

Era lo que le faltaba, ya no serviría de nada el mp3 que había llevado, pues sabía que no iba a poder utilizarlo con ella a su lado. No podía haber peores perspectivas.
Daniel se dirigió despacio hacia el vagón que le había indicado la amable señorita: el número nueve.

Al llegar a la puerta del mismo, le volvió a invadir esa extraña sensación, pero no quiso seguir pensando en ella y cogió el pomo con brío.
Al abrirla, lo primero que él y su hermanita vislumbraron fue una especie de neblina brillante, la cual no dejaba ver más allá.
Gaby dio un grito de asombro y se acercó más a Dani que, desconcertado, no sabía qué hacer.
- ¿Estás viendo eso? -Dijo en voz baja la niña.
- Sí, es muy extraño, pero parece inofensivo. Entremos.

Y dando un suspiro se adentró en la espesa niebla, al hacerlo notó un ligero cosquilleo por todo el cuerpo, pero no ocurrió nada extraordinario. La pequeña lo imitó y puso la misma cara que su hermano mayor al ver la estancia a la que habían llegado.
No era como los demás vagones, era como el de un tren antiguo, los que se veían en las películas.
Tenía el suelo de parqué, una gran chimenea de ladrillo y junto a ella una confortable butaca con una mesa a su lado, en donde reposaba un enorme libro de tapa aterciopelada de color rojo. La luz entraba por unos grandes ventanales, con cortinas que llegaban hasta el suelo.
Era un lugar realmente acogedor, por lo que Gaby y Daniel entraron y éste se sentó de inmediato en la butaca.

- ¡Oye!, ahí me iba a sentar yo- Replicó ella.
- Aquí no pone tu nombre así que te aguantas, además yo soy el mayor y debes obedecerme.
- Eso es una chorrada, yo sólo obedezco a mamá y papá.
- Lo que tú digas. -Le contestó él, cansado de las continuas rabietas de su hermana por lo que, antes de que le montara un número, decidió sentarla en sus rodillas y entretenerla con el libro.

No tenía título, ni pesaba demasiado para lo ancho que era, y aunque no tenía ni idea de que trataba, Daniel sentía como si tuviera que abrirlo, que leerlo.
Así que eso hizo, dio la vuelta a la portada y comenzó a leer.
Era una historia de un chico y una chica, eran hermanos, juntos atravesaban una enorme puerta de roble escondida detrás de una cortina azul, y justo cuando iba a descubrir que había detrás de ella, Gaby dio un grito:

- ¿Pero qué haces? Estoy leyendo tonta.- Dijo enfadado.
- ¿No te has dado cuenta? En cuanto has dicho lo de la puerta me he fijado bien en esta sala.
- ¿y?
- Fíjate bien despistado.

Daniel recorrió con la mirada el espacio y no vio nada extraño, pero a la segunda vuelta… no, no podía ser.
Allí, en un rincón, semiescondida, estaba la cortina azul, igual a la que el libro aludía, pero ¿qué hacía allí? Era, como él había sospechado desde un primer momento, un libro que hablaba de él y su hermana.
Pasó las hojas y observó como estaban en blanco, era como si ellos debieran continuar la historia, pero no escribiéndola sino viviéndola.
Tanto él como ella lo habían entendido, pero no sabían qué debían hacer. En ese instante la niña se levantó y se dirigió rápidamente hacia la cortina.

- Espera Gabriela, ¿qué haces? ¿no sabemos que hay detrás de la puerta?
- ¿Y cómo lo averiguamos? Pues entrando. ¿Qué más se puede hacer?
- Pues… déjame pensar… de momento podría llevarte con mamá y no te volvería a dejar entrar aquí.- Replicó Dani gritándole.
- Eres un aburrido, no nos va a pasar nada.

Lo cierto es que la curiosidad le recorría, así que decidió que lo mejor era entrar y si pasaba algo siempre podían volver.

- Está bien, entraremos pero me tienes que prometer que me harás caso en todo lo que te diga, no quiero que te pase nada. ¿entendido?
- Sí de verdad, te lo prometo.- Dijo ella sonriente.

Y, de la mano, descorrieron la cortina y giraron el pomo de la puerta.
Al entrar por el umbral, fue cómo si entraran en otra dimensión, en otro mundo.
Lo primero que vislumbraron fue un pequeño vagón, con un hombre en su interior, el conductor.
Se llamaba Salvador, pues así decía en la placa que llevaba sobre su camisa a cuadros.

- Hola chicos, os estaba esperando. -Dijo éste sonriente.
- ¿A nosotros?
- Sí, Daniel. A vosotros. Verás, es que necesito que me ayudéis.
- Pues claro, dinos que quieres que hagamos.- dijo rápidamente Gaby.
- Espera, no sabemos ni quién eres. ¿Por qué íbamos a hacerte un favor? –contestó un receloso Dani.
- Yo no os voy a obligar es obvio, pero si queréis llegar a vuestro destino en el tiempo previsto…
- ¿Qué le pasa al tren? No me digas que encima se ha estropeado. –refunfuñó.
- No, los trenes no se estropean, sólo se ponen tristes. Lo que necesita es la esfera de alea.
- ¿Qué es eso?- preguntó la niña, desconcertada.
- Pues es un elemento mágico, que data de millones de años atrás. Unos maquinistas la recogieron, cuándo alguien la había dejado abandonada y ésta, agradecida, decidió quedarse a vivir en cada uno de los trenes y ayudar a su conductor a llegar a su destino.
Yo la he perdido, debe de estar por aquí, pero no puedo moverme para ir a buscarla, así que por eso os he llamado.

Tanto él como ella se quedaron sin saber qué decir, pero decidieron que era mejor ir a buscarla que quedarse sin hacer nada, y Salvador parecía un buen hombre, inofensivo.

- Esta bien, iremos. Pero ¿tiene alguna idea de dónde puede estar?
- Creo que deberíais empezar por el techo del tren Dani. Seguro que encontráis gente que os pueda guiar- y diciendo esto, se levantó y abrió una trampilla que daba a la parte de arriba del tren.
- ¿Cómo que nos van a guiar?, ¿quién va a estar arriba?
- Ya lo descubriréis, no seas impaciente muchacho. Mira, tu hermana ya está arriba.

Y era cierto, así que no le quedó más remedio que ir detrás de ella.
Al llegar a lo alto vio a la pequeña caminando hacia delante, hacia unas personas que había reunidas allá arriba, como si fuera lo más normal del mundo.
Lo que más llamó la atención de Daniel fue que, aún estando ahí, no había viento, no sentía el traqueteo del tren, por lo que podía andar con normalidad.

Se acercó a su hermana y contempló su cara de asombro, pensando que sería por lo extraño de todo lo que estaba pasándoles miró hacia el frente y se quedó pasmado al contemplar cómo lo que había tomado como personas, no es que pudieran ser clasificadas de eso precisamente.
Eran como, lo que en los cuentos populares llaman elfos, pero de tez azulina y sin orejas puntiagudas, más bien tenían largas cabelleras, y como si se hubieran maquillado con purpurina. Tenían aspecto benévolo, tal vez por eso, Gaby iba tan decidida y risueña hacia ellos.

- Hola, me llamo Gaby.
- Hola pequeña, ¿cómo estas? Nosotros somos las elfinas de este tren. –contestó una de ellas con una melosa voz.
- Muy bien, este es mi hermano Daniel. ¿Vivís aquí?
- Sí, en cada uno de los trenes de todo el mundo viven elfos, que ayudan a todo aquél que los necesita. Supongo que vosotros querréis algo porque sino no nos hubiéramos hecho visibles.- inquirió dulcemente.
- Bueno… nosotros… esto… una esfera…- Dani casi no podía articular palabra, tenía que estar soñando.
- No le hagas caso, está algo confuso. Sí, necesitamos encontrar la esfera de alea, nos la pidió el conductor.
- ¿De verdad? Debéis ser muy especiales para que se os encomiende esta misión. Yo no os voy a decir donde está, pero sí una pista.
- ¿Cuál?
- La manera de encontrarla la tenéis en vuestro interior, sólo cuando hagáis lo que la esfera de alea quiere de vosotros, es decir, cuando el motivo por el que desapareció ya no esté, la tendréis.
- ¿Quieres decir que la esfera esa desapareció aposta para que nosotros precisamente hagamos algo?- dijo un sorprendido y algo molesto Daniel.
- Exactamente, cuando lo averigüéis entenderéis todo esto.- Y sin más ella y las demás desaparecieron-.

Desconcertados tras la charla con la elfina, decidieron que lo mejor era ir hacia delante, por si encontraban alguna pista, o alguien más a quién preguntar y fuera más conciso en sus indicaciones.

Así que siguieron andando por encima de los vagones, saltando por los huecos que había entre ellos, la verdad era que Daniel no se sentía intranquilo por él, sino por su hermanita, lo último que quería era que le pasara algo, por ello la agarraba de la mano fuertemente, algo que desconcertaba a la niña que no estaba acostumbrada a muestras de cariño por parte de éste.
Llegaron a un punto donde estaba situado un cartel, este decía: abajo están las respuestas, arriba la confusión. ¿Qué camino piensas seguir? Ten cuidado, lo mejor no es siempre lo más fácil.
Había una flecha que indicaba una pequeña escalerilla que se introducía en un vagón.

- ¿Vamos a bajar no?- preguntó Gaby.
- No sé, no me da confianza ese cartel.
- Sólo nos intenta hacer que dudemos, venga ya, intentémoslo.
- Bien, pero iré yo primero, y no te separes de mí.

De modo que el primero en descender fue Daniel, temeroso pero decidido. Cuando ya estaban de nuevo los dos juntos vieron otro cartel, este decía: Para hallar la verdad, debes dejar algo en el trayecto.
Cada vez era todo más raro, pero ya que habían llegado hasta allí no iban a echarse atrás, así que siguieron adelante.
Oscuridad, eso era lo único que podían llegar a ver, así que caminaron despacio hasta tropezar con una puerta, por debajo de la cual, se veía un retazo de luz. La abrieron y se sorprendieron al ver una figura al final de la habitación. La figura tenía una bola de energía en sus manos, que era lo que producía aquella luz.
Se acercaron a ella hasta que pudieron ver su rostro, o más bien sus increíbles ojos verdes, puesto que el resto de la cara la tenía tapada por una capucha añil.

- Buenas tardes muchachos, ¿qué tal os va?- les preguntó con voz vibrante.
- Hola, perdone pero no sabemos muy bien qué hacemos aquí- contestó Daniel, que sentía a su hermana más pegada a él que nunca y es que a ella no le agradaba aquél ser, no le hacía sentirse cómoda.
- Yo estoy aquí para decirte la forma más fácil de encontrar lo que buscas y terminar ya con todo esto, que sé que no te gusta.
- ¿De verdad? Dímelo por favor- dijo ansioso.
- Yo te puedo entregar la esfera de alea si tú me prestas una cosa. – añadió con una malévola sonrisa.
- ¿Qué puedo prestarte yo? No tengo nada aquí de valor.
- ¿No? Yo creo que sí.- y miró con firmeza a Gaby que ya casi estaba detrás de Daniel.
- ¿Estás loco?, ¿mi hermana?
- No te preocupes, no le va a pasar nada, sólo estará conmigo. Y es más si aceptas haré que tus padres quieran volver a tu casa y podrás estar con tus amigos.

El chico quedó sorprendido, era cierto que lo que más deseaba era regresar a casa, pero… su hermana, era un trasto pero aún así…

- Lo siento pero ni hablar- hasta él mismo se sorprendió de la firmeza y la furia con que dijo esto, estaba indignado, no iba a entregar a su hermana a un desconocido.
- ¿Por qué?
- Porque es mi hermana y la quiero. Siempre la voy a proteger.

Tanto él como ella se miraron estupefactos y se fundieron en un tierno abrazo.
Gaby siempre le había adorado, pero él era más reservado con sus sentimientos y que los mostrara así era muy importante para ambos.

De repente una bellísima luz surgió de donde estaba el ser y se desprendió de su capa, sin previo avisó se convirtió en una preciosa esfera.
La esfera de alea les habló:

- Lo habéis conseguido, habéis hecho desparecer el motivo de mi huida, ahora podéis llevarme de vuelta.

Hicieron lo que ella dijo y volvieron a subir. El camino de vuelta fue mucho mejor, el sol brillaba, las mariposas volaban a su alrededor, era como si todo el mundo estuviera feliz por el regreso de la esfera.
Se encontraron con la elfina, que les felicitó por su trabajo y regaló a cada uno un precioso colgante hecho de cristal con forma de tren, en señal de agradecimiento.

Al regresar al vagón del maquinista. Éste los esperaba con una amplia sonrisa.

- Estoy muy orgulloso chicos, sabía que lo conseguiríais.
- Gracias Salvador.-Contestó un inmensamente feliz Daniel.
- Muchas gracias- le dijo Gaby- pero hay una cosa que no entiendo, ¿qué hemos hecho para que volviera la esfera?
- ¿De verdad que no lo adivinas?
- Pues no.
- La esfera desapareció en cuanto entrasteis en este tren. Lo hizo porque se puso triste al ver vuestra relación, cómo Daniel ocultaba su amor por su hermana y ella intentaba desesperadamente llamar su atención. Por eso retó a Dani y le obligó a confesarse a si mismo todo lo que le importas. De este modo ahora podéis disfrutar del mundo maravilloso que se esconde en cada ferrocarril.

- Entonces la esfera, ¿quería que nos lleváramos bien?
- Sí, ella está hecha de amor y amor es lo que quiere que haya en todos lados.

El resto del viaje, tal y como Salvador les prometió, fue maravilloso, jugaron con todo tipo de seres y juguetes, comieron dulces, pero lo mejor de todo era el precioso sentimiento que ahora experimentaban los dos hermanos.

Al caer la noche se despidieron de sus nuevos amigos y se dirigieron con pena a la salida.
Allí vieron a sus padres, que se quedaron pasmados al verlos tan felices y de la mano.

- ¿Qué tal lo habéis pasado?, ¿os habéis peleado?- preguntó su madre.
- ¿Nosotros? Para nada. La verdad es que ha sido un corto viaje. ¿Verdad Gaby?
- Sí, pero lo hemos pasado muy bien.
- Me alegro de que os haya servido para llevaros mejor.- dijo ella.

Se alejaron de la estación hacía unas vacaciones que prometían ser fantásticas, Daniel le echó un último vistazo y feliz como no se había sentido nunca, preguntó a sus padres:

- ¿Volveremos en tren, no?

Texto agregado el 05-12-2007, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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