El dia que supuestamente iba a ser mañana, llegó hoy. Llegó imperceptible cuando casi anochecía con ese olor a sahumerios de color verde que suelen tener los Jueves. Y de no haber sido por la llovizna mansa de las siete y del viento triste haciendo bailar las gotas, uno hubiera continuado normalmente su labor de Miecoles, como lo hace cada cuarto dia de la semana. Quizas si no me hubiera dado cuenta me hubiese decidido a escribir sobre la absoluta sordera de algunos arboles, que explica como es que pueden soportar el canto de pajaros desagradables como las viejas del monte*. Pero el Jueves habia llegado y golpeado con toda su insolencia y yo, desprevenido, no hice mas que dejarme arrasar por sus manos de rastrilleros infelices, como una hoja mas. Ahora no bastaba para salir ileso del percanse el solo darse cuenta, ahora uno debia armarse de valor y salir a rescatar el Miercoles perdido, o al menos era eso lo que improvisaba mi manual mental. Y es ese el mismisimo momento en que uno (uno cualquiera o uno conocido) se siente Capitan, se para con la espalda erguida y con las manos en la cintura, y dice un par de gastadas frases memorizadas de libros, en las que se destaca el arte de hacer notar las mayusculas y los acentos al hablar.
Yo que no soy nigun experto en almanaquesismo le puedo asegurar por pura obviedad que en toda la historia de los dias nunca hubo un adelanto tan brusco y deshubicado como el de hoy, aunque podia suponerse que tal cuestion debia ser protagonizada por el dia mas a contra mano de todos. Porque si de impredecible se trata, el Jueves es un experto en el tema. Un dia en el que la lluvia sale con el sol, como agarrados de la mano, y el arco iris se deja alcanzar facilmente por los niños, puede despistar a cualquiera. Y yo no soy quien para quedar afuera. Sus mañas de viejo andariego logran seducirme el inconciente, y hacer que mi parte racional hierva de incomprension. En el mismo momento, prendo con un golpe de emocion transneuronica las luces de mi hemisferio derecho, y empiezo a imaginar. Lo imagino sentado, en un sillón de madera, renegando sobre los mosquitos, el violeta y los barcos, y sobre lo fabuloso que es el mundo de los relojes de pulsera. Con un sombrero de copa, verde desepcion, y unos ojos que bien podrian confundirse con lentes de sol. Imagino sus manos descascaradas por el tiempo, y sus uñas remordidas eternamente en la espera de los siete dias para volver a dejar su marca a modo de fecha en muchos de los cuadernos del mundo.
El mundo de los dias debe ser muy organizado, uno puede compararlo con una empresa de siete empleados, en la cual todos deben llegar al horario justo de entrada, y debe irse a la hora justa de salida, pues, es este el hecho principal para que el trabajo este bien realizado, ademas de los toques personales que se encarga de dar cada dia en su turno, lo cual distingue a cada uno de los otros (colores, aromas, melodias). Claro que el Jueves no conoce de cuestiones empresariales, y uno debe acomodarse a su forma de trabajo.
Cada Jueves es un pequeño otoño, y a la vez una gran acuarela de colores opacos, que mide (generalmente) veinticuatro horas de largo, y catorce melancolias de ancho. Y pesa lo que pesarian siete espejos rotos, de mala suerte, en la conciencia de un supersticioso. Tales medidas, un dia como el de hoy, podia undirme varios metros bajo el piso. Cuando me decidí a buscar el Miercoles perdido, el Jueves ya habia arrasado con mis frases memorizadas y mi postura de Capitan. Ahora eran las nueve y el olor a sahumerios de color verde se habia impregnado en mi ropa, en mi pelo y en mi conciencia. El Jueves me habia atropellado con todo su poder, ya era imposible safarse de su seduccion. |