Las palabras que jamás pudo pronunciar fluyeron ese día sin ningún esfuerzo; era como si cada frase pronunciada estuviera contagiada de una vitalidad y una magia, que ni él mismo reconocía. Las oraciones de amor, cariño y sentimiento desfilaban una tras otra en una caravana de pasión desbordada.

Desde aquella mañana, en que supo mediante un anónimo la localización exacta de la Casa de las Palabras, la misma que describía Galeano en sus Abrazos, su actitud y su manera de enfrentar sus sentimientos había cambiado radicalmente.

Ahora se encontraba frente a ella, diciéndole todo lo que sentía, acariciándola con palabras de color aguamarina, confesándole sentimientos que hasta ahora desconocía. Mas ella solo lo observaba sorprendida. Incapaz de pronunciar palabra alguna, intentaba revelar de alguna manera lo que sentía, pues su mente no atinaba a encontrar frases de amor, de cariño o sentimiento que pudiera conjugar con su voz.

Él la besó y se alejó. Y aunque estaba feliz por haber podido confesar su amor después de tantos años, en su sangre corría un cierto sabor a amargura, pues su sentimiento no era correspondido por esa fulana, que prefirió callar antes de manifestar lo que sentía.

Ella cerró los ojos y se quedó quieta. Y aunque estaba triste por no haber podido confesar su amor después de tantos años, en su sangre corría un cierto sabor a alegría, pues su sentimiento era correspondido por su príncipe; a quien ayudó sólo un poco (solo un poquito), sacrificando sus propias palabras y dejándolas en un escaparate para que él las pudiera encontrar fácilmente en aquella Casa de las Palabras.