“Estas ideas crepusculares nos van a matar”. Tu cabeza sale despedida contra la cortina, y rebota elegantemente. Atraviesa la luz invisible que se desborda por los agujeros atómicos y casi míticos en las paredes de la habitación. Aterriza en alguna parte de la sala haciendo un ruido sordo.

“Nos estamos destilando la vida entre plegarias”. En un momento alucinado nuestras piernas se desvanecen en el aire de la misma manera que lo hacen las advertencias.

“Uy,” – dice tu cabeza desde la sala – “Nos estamos desbaratando” Un tren cargado con ideas despreciables aparece de pronto, inadvertido: Al igual que en los momentos íntimos posteriores, ninguno de nosotros sabe cómo diablos entró a la casa.

“Claro, con razón me cuesta trabajo alcanzarte: ¿Dónde están mis brazos?” La sensación del desmembramiento romántico es muy parecida a estar sumergido en arenas movedizas, salvo que puede percibirse una fragancia dulzona y relajante, y en ocasiones a uno mismo se le olvidan todas las preocupaciones.

“Ajá!” - dice una voz en algún sitio de la casa, que ya para estas alturas se está convirtiendo en un campo de batalla – “Lo que pasa es que el tren siempre nos pasa por encima antes de que nos demos cuenta…” Pero el vehículo embistió nuestras humanidades con tal velocidad que nos reventó: Todos los órganos se esparcen por las habitaciones. Es ahí donde hay que tener cuidado, porque al armarnos otra vez a veces nos queda faltando o sobrando una que otra cabeza o corazón.