Tuve que ir a hablar con el viejo bibliotecario de la Universidad para que me dejara consultar aquel libro. Un viejo volumen, facsímil de una copia de 1.444, uno de los tomos correspondientes a la Cátedra de Astronomía de la Universidad de Oporto. La copia digital era perfectamente fiel al original, y sentí una inmensa sensación de agradecimiento hacia aquellas personas que habían contribuido a la transformación en imágenes digitales de toda aquella arcaica fuente de sabiduría.
Conforme iba haciendo girar con el dedo la ruedecilla del ratón del ordenador para ir visualizando las páginas de aquel incunable, mi nerviosismo iba en aumento : En 1416, los esfuerzos de Enrique el Navegante para constituir en Sagres un centro de Cartografía Militar fueron decisivos para que Vasco de Gama, algunos años después, doblara por primera vez el Cabo de Buena Esperanza. Todo encajaba, todo coincidía. Estaba llegando al principio del fin, y por alguna extraña razón, yo podía percibirlo.
Y allí estaba, claro como la luna, insultante y descaradamente evidente ante mis ojos. Aunque la primera vez apenas lo ví, abrumado como estaba entre citas militares, referencias cartográficas y esquemas de formaciones de combate. Era un recuadro pulcro y proporcionado, casi aúreo, pensé. Todo está conectado, todo relacionado, ahora lo entiendo. Y allí estaba, evidentemente exhibido, casi desnudo ante mi mirada. Sólo tuve que leerlo una vez para darme cuenta de que aquello, al fin, era la fórmula que busqué durante tantos días y soñé durante tantas noches…
“RECETA PARA TENERTE :
Mezclar diez gramos de sensibilidad, un buen puñado de sonrisas, dos cucharaditas de ternura, una de dulzura y media de lágrimas. Batirlo todo bien hasta punto de nieve. Ponerlo al fuego de una vela que haya ardido por ambos extremos bajo la cara oculta de la luna en una noche de finales de invierno. Sazonar con sal marina del mar de la Esperanza y disolver lentamente un poco de impaciencia con energía y pasión. Antes que rompa a hervir, añadir una buena dosis de libertad e independencia, un poquito de individualismo, un buen puñado de amistad, una tacita de entusiasmo y media de terquedad. Dejar enfriar un tiempo, y antes que se enfrie por completo, rodearlo todo con una piel suave y tibia y ligeramente dorada. Dejar enfriar las manos y calentar un poquito el corazón. “
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