III
Temblando, no de miedo, sino por el desconcierto que aquellas palabras le habían producido, se quedó pegada al piso, mientras trataba de descifrar las muchas interrogantes que ese hombre le planteaba. Quiso modular un simple monosílabo, pero su boca se negó a obedecerle. Sintió sobre sí, el peso enorme de esas dos pupilas, que parecían querer envolverla. Después, todo se nubló en su mente y cayó en un profundo pozo de sombras.
Despertó agobiada, era como si una extraña fuerza la hubiese obligado a cerrar sus párpados. Había perdido la noción del tiempo transcurrido. Su empleada le dijo que eran las dos de la tarde. Entonces recordó que a las tres tenía concertada una cita con aquel extraño individuo. Se refrescó para quitarse la somnolencia, que persistía en su cuerpo. Recordó vagamente haber escuchado la voz del presidiario, le pareció que era muy suave, demasiado acaso para un asesino como él. Aún así, se sintió excitada, sin saber explicarse bien por qué motivo. Adquirir a ese tipo había sido un acto casi irreflexivo, del mismo modo que si hubiese comprado una pantera o un oso pardo, así era su naturaleza, muy propicia a estos arrebatos. Quizás, más tarde vendiera a ese tipo –la Justicia facultaba a sus clientes para que comerciaran con lo que era de su legítima propiedad, aunque se reservaba el derecho a supervisar la transacción. O talvez lo conservara por mucho tiempo, no lo tenía demasiado claro.
-Buenas tardes, señorita. Mi nombre es Rausiod.
El tipo, alto, elegante, vestido a la usanza de los vendedores de seguros, se presentó y Lasia le hizo seguirla a su recámara.
-Imagino que desea venderme un seguro- dijo ella, luego de ofrecerle un trago.
-No, precisamente- replicó el tipo, quien portaba un maletín rústico. Soy alguien que desea prevenirla. Usted se preguntará de qué.
-Tengo muchos resguardos, señor. Ahora mismo, si yo quisiera, articularía una alarma que ni usted imagina en donde la llevo y en menos de diez minutos, esta casa se rodearía de policías.
-No será necesario, señorita. Cuando le cuente el motivo de mi visita, usted querrá mantenerse a buen recaudo de esos que pretende convocar.
El tipo extrajo una serie de documentos de su maletín. Primero le hizo jurar que esto no lo comentaría ni con sus mejores amigas y que de filtrarse la información que pretendía darle, la vida de ambos corría serio peligro.
-Soy un ex funcionario de SUR (Esta sigla pertenecía al Sistema Unificado de Remates). Al retirarme de la entidad, fui sometido al SLR (Sensor de Limpieza de Recuerdos), paso obligatorio para todo empleado que abandone tal organismo. Pero, casualmente, uno de los que estaban a cargo del mecanismo, era un tipo muy proclive al soborno. Por lo tanto, hizo la vista gorda, previo pago de una jugosa cantidad de dinero. Y yo conservé mi memoria indemne, algo que será muy beneficioso para muchos, usted incluida.
Lasia, muda en su asombro, sólo contemplaba los documentos que el individuo había desplegado sobre su escritorio. Allí figuraba una larga lista de nombres e innumerables fotografías de peligrosos delincuentes, todos subastados en determinada época.
-Me parece que el sistema ha sido todo un éxito- repuso la mujer, más por decir algo que por intentar entender de qué se trataba todo aquello.
-Todo sistema que implique altos costos, es un sistema que promueve situaciones impredecibles. Nadie imaginaba las proporciones gigantescas que adquirirían las finanzas de SUR. Siendo, desde siempre, un ente deficitario, el sistema carcelario se transformó en la fuente de cuantiosos ingresos para el Estado. Y como todo es perfectible, no faltaron los personajes que vieron la posibilidad de derivar fondos para su beneficio. Todo eso me asqueó y por ello renuncié. Y ahora, temo que ese funcionario que me permitió la salida, sin borrar mis experiencias, me haya delatado por dinero. Y antes que me descubran, es menester que la advierta del peligro que se cierne sobre usted.
-Mire esto, Kanagan, ahora es Riples y mucho antes fue Sorpi.
-Fue vendido y revendido, por lo que veo.
-Peor que eso, este individuo, así como todos los de este listado, han cambiado de dueño, pero, curiosamente, estos cambios se han producido por el fallecimiento de los propietarios. Han sido muertes accidentales, suicidios, que sé yo, pero estoy seguro que detrás de esto, se oculta una verdadera mafia que está generando enormes ganancias para su beneficio.
-¡No lo puedo creer!-exclamó Lasia, que recién comenzaba a darse cuenta de la magnitud del problema en que se había involucrado.
-Si usted revisa su reglamento, se dará cuenta que existe un artículo que estipula que un presidiario no es un bien heredable, por lo que a la muerte del propietario, el individuo regresará a manos de SUR.
-Si lo sé, leí cada artículo y firmé conforme. Todo esto me está poniendo muy nerviosa.
Lasia se enteró, mediante estos listados, que Butirón, ahora apodado Aviliam, antes había sido Lernes, perteneciendo a una viuda que falleció por una sobredosis de estupefacientes. De esto, habían transcurrido ocho meses, casi nada.
-¡Estoy aterrorizada!- gimió la mujer. Rausiod nada dijo, pero tenía claro que debía tomar una medida urgente...
(Esto está que arde)
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