Deje de fumar hace 29 años porque a Berta no le gustaba. Solía acercarse suavemente desde atrás, me retiraba el cigarro, lo apagaba y me decía que mi boca sabia mal, que seguro me saldría cáncer. Luego me cambiaba cada uno de esos cigarros apestosos por un beso que me dejaba fruta en los labios.
En estos años, ciertamente, a mi boca no le han faltado besos.
Hace tres meses, por salud de mi padre, me separé de ella. Mi hermana, que conducía su 127 azul, lleno de colillas y boquillas de porros medio acabados, vino al aeropuerto y en el camino me ofreció uno. Lo cogí naturalmente, y lo encendí en dos hondas bocanadas. Desde el día que llegué he seguido fumando.
Berta ha llamado hoy. Parecía preocupada. Dice que hace ya un mes que falleció papá. Que si tardaré mucho con los papeles. Le he contado que he empezado a fumar, que hecho de menos su boca si no fumo. Volveré pronto. Un beso.
Enciendo uno y me dejo besar en el otro lado. Mi hermana me los da liados porque son 59 años y no estoy para aprender. Se que no los podré fumar cuando vuelva. No se si sus besos serán tan eficaces como entonces. Lo dudo. Algo ha cambiado. Quizá por eso me demore...