Observarte
Es que me gusta observarte, dijo mirándome a los ojos, de cerca, demasiado cerca.
Me encanta hacerlo, repitió. Sentía su respiración sobre mi piel, cálida, seductora.
Volví el rostro, alejándolo del suyo.
Y me arrepentí, pero no podía demostrarlo. Él casi se decepcionó, pero no lo hizo.
Me temes, dijo. No lo preguntó, estaba seguro de ello. Y era cierto. Pero no tienes porqué hacerlo, pequeño.
Pequeño. La gente suele respetarme, ¿por qué él me llamó pequeño?
Porque en ese momento lo era, no era más que un pequeño niño asustado. Quien quería que lo guiasen, pero sin atreverse a pedirlo. Sin estar del todo seguro.
A pesar de que volví el rostro, él se las arregló para encontrarse cerca nuevamente. No era tan difícil: a mi espalda tenía una pared.
Pero esta vez no sólo se acercó demasiado, sino que también acarició mi mejilla. Me estremecí.
E inspiró, inspiró fuerte. Sonrió levemente, pero no se detuvo ahí. Acercó su nariz hasta rozar mi piel, su boca hasta rozar mi mejilla, respirando lentamente, cerrando los ojos, sintiéndome. Me di cuenta de que tenía una de sus manos sobre mi pecho, sintiendo los latidos de mi corazón, que se aceleraban de forma evidente. Me di cuenta de que yo me aferraba de su espalda, por debajo de su abrigo. Quise soltarme, pero no podía hacerlo.
Bajó su boca hasta mi cuello, respirándome. Sin separar su piel de mi piel, rodó por mi cuello bajo mi barbilla, subió, llegó hasta debajo de mi oreja, donde me besó. Me estremecí nuevamente.
De verdad, dijo, no debes temerme.
Pero eres… eres tan… No pude terminar la frase, no sabía con qué adjetivo hacerlo. ¿Intimidante?
Es cierto, aceptó -qué, no sé-, pero esa no es razón para que me temas. ¿Me haces un favor?
Apenas asentí.
¿Me haces un favor?
Si puedo, dije apenas audible.
Sí puedes.
¿Y quiero?
No todos los favores que hacemos queremos hacerlos, pero no creo que no quieras.
¿Qué favor?
¿Lo harás?
Si es que puedo…
Entonces, sí.
Sí.
Yo necesito que… me beses.
Por alguna razón sabía que diría eso… sabía que era eso, pero no quería creerlo. Lo dijo, y yo le había dicho que sí… Pero eso era ridículo, no tenía porqué besarlo. Él era… simplemente él: un hombre. Si yo no quería hacerlo…
Me dijiste que lo harías si podías, y sí puedes. Dijo. Fue como si leyera una sentencia. ¿O no puedo confiar en ti?
Lo estaba haciendo, lo estaba haciendo otra vez. Intentaba hacerme sentir el dueño de la situación, el fuerte, el que no mentía, el que no quebraría su palabra, el valiente…
¿Y yo puedo confiar en ti?
Claro que puedes, sabes que sí.
Bajé la mirada. Eso era cierto.
Me manipulas…
Por favor… necesito que me beses…
Su boca, rodando por mi cuello; su cálida respiración sobre mi piel; sus labios casi rozando los míos; sus ojos que no dejan de mirarme; su mano sobre mi pecho, y la mía aferrada a él.
Pero no lo besé. Y no me arrepiento… o quizás sí.
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