El baúl es una presencia que te observa desde el fondo del sótano. Es grande, de madera chirriante y metal oxidado, antiguo, muy antiguo. Es oscuro y se diría que de él emana el olor a humedad que impregna toda la habitación. Siempre ha estado en la casa, y quien sabe si la casa se construyó a su alrededor.
-Mamá, que hay en ese baúl tan grande que hay en el sótano?
-Nunca se te ocurra abrirlo, hijo mío, si lo haces y me entero te llevaré al internado como hice con tu hermanita ya hará un año.
Pero el niño se levanta por la noche, coge una vela, la llave escondida en el cajón de la cubertería y baja las escaleras que conducen a la puerta del sótano. Abre la puerta poquito a poco, para que el ruido no despierte a su madre.
El sótano está más frio y más oscuro que nunca. La piel de madera del baúl parece absorber la poca luz que emite la vela, ya apoyada en una mesa para permitir al niño usar sus dos bracitos en la tarea de levantar la tapa.
El pesado baúl se abre, al fin. Al asomarse, se puede ver que el fondo del baúl, vacio, a la tenue luz del cirio, se transforma en unas escaleras que bajan. Y más abajo de las escaleras, casi parece entrever una manchita blanca. El camisón de una niña pequeña.
Una niña con una fría, húmeda y oscura voz:
-Juanito, mira detrás de ti. Has despertado a mamá. |