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II

Pese a haber transcurrido dos meses, la mujer nunca se había atrevido a dirigirle la palabra a su encarcelado. El criminal la miraba con sus ojos acerados, que eran dos cristales malévolos en medio de un rostro impenetrable.
Lasia le contemplaba absorta desde respetable distancia. Si bien la celda había sido construida con la mayor resistencia, ella no se atrevía a cruzar la línea trazada en el piso, que determinaba el grado de relativa peligrosidad. Pero se fascinaba al contemplar sus manos, esos instrumentos diabólicos que habían acabado con la vida de tantas mujeres y que ahora lucían como tenazas metálicas, listas para atrapar por el pescuezo a una hipotética víctima.

Nada prohibía que se entablase una relación con el encarcelado. Aún más, esto lo propiciaba la Justicia, no como un mecanismo de rehabilitación en sí, sino porque, en último caso –en esta aseveración no había cinismo alguno- tal individuo era un ser humano. Pero Lasia le temía, así como a algunos les provoca terror la presencia de un arácnido y aún así, insisten en fijar su mirada en su repugnante cuerpo, en tanto ellos se encuentren a buen recaudo. Del mismo modo, el sellado de la celda era hermético, a prueba de cualquier intento de evasión. Sólo existía una pequeñísima abertura, por la cual se introducían los alimentos.

Butirón permanecía casi inmóvil en un rincón de su celda. Ésta, cuyas dimensiones eran de seis por siete metros, con un pequeño baño y un camastro, le permitía al peligroso criminal, la posibilidad de desplazarse de un lado a otro, pero él prefería apegarse a los barrotes y contemplar el entorno, con su fría mirada. Acaso pensaba en alguien que había dejado huellas en su alma, si es que la tenía, o talvez sólo pensaba en escapar, después de despresar a su nueva dueña.

La mujer, excitada ante su costosa adquisición, no perdía oportunidad para vanagloriarse ante sus amigas. Si bien, ninguna de ellas hubiese pagado un cinco por algo tan exótico, todas, desfilaban por su lujosa mansión para admirar y temblar ante la pétrea figura de ese individuo.
-¡Pagaste la friolera de siete millones y medio por un ser que sólo se limita a mirarnos con esos ojos inescrutables! Más barato te hubiese costado un loro. Ese, por lo menos, te habría hablado.
-No se puede negar que es guapo, si obviamos su condición y le vendamos los ojos. No soporto su mirada.
¿Cómo dices que se llama?
-Aviliam. Ese es su nuevo nombre. ¿Sabías que a todo delincuente rematado se le rebautiza?
-¿Y cual era su verdadero nombre?
-Lo ignoro. Y jamás me atrevería a preguntárselo.

Cada seis meses, una comisión multidisciplinaria visitaba a cada uno de los reos rematados. Casa por casa, sin que se saltaran ninguna de ellas, los profesionales, custodiados por un aparataje de seguridad, auscultaban al individuo, se le tomaba muestras para analizarlas y se le extendía un certificado a la dueña, en el cual constaban todos los procedimientos realizados. En el caso de Butirón, todo estuvo en orden y cuando Lasia se quedó sola con él, se dijo a sí misma:
-Me gustaría saber algo de tu vida.
Sólo recibió por respuesta, una mirada aún más inexpresiva que las anteriores, mientras los labios del hombre se curvaban en un gesto de desprecio.

Varios meses después, cuando Lasia recibió aquel llamado, intuyó que ocurriría algo inusual. Era una voz cálida, masculina, muy agradable a sus oídos. El desconocido le solicitaba que lo recibiera, porque era urgente que la escuchara. No le quiso entregar mayores detalles, sólo que era imperativo que le permitiera hablar con ella:
-Mi nombre es Rausiod, lo que tengo que decirle es absolutamente personal. ¿Me recibirá?
Lasia titubeó, con un asesino en casa bastaba. Acaso esta fuese una trampa. Estuvo tentada de oprimir su sensor de ayuda. Ese aparato estaba conectado con la oficina de policía. Pero, el hombre pareció adivinar sus intenciones y ella, recapacitó ante su exagerada paranoia, exacerbada ésta por el hecho de tener un asesino bajo su techo.
-No acuda a nadie. Le repito, esto es personal.
-Mañana a las tres. Agradézcale a mi curiosidad dijo, al cabo, y cortó.

Ese día, toda su atención giró en torno a esa llamada, ¿por qué tanto misterio? ¿Qué pretendía aquel hombre? Una vez más ingresó a la sala en la cual se encontraba la celda. Algo la impulsaba a adentrarse en el recinto, era una fuerza imperceptible la que la atraía. Era algo que se superponía a su miedo y a todas sus aprensiones. A pasos de la celda, sintió una vez más el acero frío de esas pupilas. Y ella, envalentonada, dijo:
-Tengo todo el derecho a contemplarte, así no te guste, así me odies. No por nada pagué una fortuna.
-Mi nombre es Butirón- escuchó y esa frase se deslizó tan sorpresiva hacia sus oídos, que ella pensó que había sido su imaginación...

(Sigue)














Texto agregado el 30-11-2007, y leído por 234 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-12-2007 Muy bueno amigo, las descripciones son fascinantes, hay detalle en tu escrito, perfiles psicológicos fuertes y un morbo especial, esperaré el siguiente, me suelen cautivar aquellos textos en que se les puede recrear audiovisualmente, y éste es uno de ellos. on-line
 
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