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Despertamos vos y yo al mismo tiempo. Aunque ambos nos dimos cuenta, ninguno saludó con el beso habitual; tan sólo una vaga mirada que decía: ¡qui’ubo! Mientras yo me duchaba, vos preparabas el desayuno, que fue tan simple como mi estadía en la ducha. Mientras estábamos en la mesa, a poco más de un metro el uno del otro, se sentía como si estuviéramos en continentes distintos separados por un océano de indiferencia. Tus manos estaban tan lejos de las mías como si yo estuviese abajo en la orilla y vos arriba en la cima. Nos paramos tan rápido, que nuestras sombras aún estaban sentadas en la mesa. Mientras yo me vestía, vos te dabas un baño. Dejaste la puerta abierta, y no como lo hacías siempre para provocar en mí la chispa de sexo que tanto te gustaba avivar, sino que esta vez lo hiciste como si estuvieses sola. Las gotas de agua que corrían por tu cuerpo ya no eran tan cristalinas y brillantes como tu alma; más bien eran turbias y opacas como nosotros dos. Cuando saliste envuelta en la toalla, supe que era la última vez que veía tu cuerpo desnudo, y tu cabello mojado cayendo sobre tu espalda como un salto de ángel. Me puse el traje negro de siempre y la camisa azul que me regalaste aquella navidad. Vos te pusiste el vestido rojo que compraste en abril. También te pusiste los aretes de plata que te regalé; aún parecían nuevos. Te pregunté por mi zapato derecho, y antes de haber terminado ya me estabas señalando para el rincón donde siempre lo dejaba perdido. Luego de estar listo, vos te fuiste a la sala por tu bolso, y yo al estudio por mi maletín. Nos encontramos frente a la puerta, nos miramos a los ojos, aquéllos que ya se encontraban más lejos que nosotros. Por un instante, se dibujó en nuestros rostros la más triste expresión que nunca antes habíamos visto. Luego, mientras emprendimos nuestros caminos, de nuestros labios se vieron salir un par de adioses, tan suaves y melancólicos como la caída de una hoja en otoño. Desde entonces, desayuno solo todas las mañanas, y me demoro más en encontrar mi zapato derecho.

Texto agregado el 30-03-2004, y leído por 233 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-10-2005 Explicas súper bien algo que por desgracia me es cercano y conocido. Me gusta mucho. Embrujada
12-02-2005 Alejo está hermoso, triste, super cierto y hermoso... etherea
14-05-2004 .... Que mas te puedo decir??? creo que me has robado un suspiro con este cuento.... y de nuevo ....un suspiro... viyi
10-05-2004 El zapato, dichoso el zapato y quién lo calza, sobra decir más. luciernagasonambula
26-04-2004 Es el tipo de narraciones que te deja pensando en lo efimero que puede ser un amor,pasion y lujuria incluida...muy bueno alejo... Dammar
30-03-2004 Muy buen texto alejandro, me gustó sobre todo el final Que triste es esa soledad llamada costumbre. golpha
 
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