El tiempo corre atado a tu sabor, a tu deseo de hombre reptando las aguas de mi vientre. Lejos, taciturno, furioso o callado, tus labios anclan su tersura en el follaje de mi boca, tibio, pausado, como un cascabel tu lengua renace entre las sombras de mi ser, de la agonía de tenerte y no. Cuento los días y las horas, las copas de los sauces, tu sonrisa en mi semblante, el sol, las calles bajo el sonido de tus letras, el viento, la luna dibujada en mis suspiros como un mago que se esfuma entre la piel. Y corro por tus brazos enredada, ansiosa, cubierta por el zumbido milagroso de tu voz, punzante, sublime, ronroneando mis oídos. Amo la sabiduría que tu mente apresa, esa mirada tierna que juega como un niño, tus silencios y tus pausas ante alguna frase, amo la sal junto a tu esperma que nada dentro de mí, tu boca abarcando las laderas de mis pechos, un corazón que galopa desbocado, las noches y los días, amo tu cuerpo paralelo, erecto, incandescente ante mis ojos deslumbrados por tu ser. La tarde cae desde la finitud del cielo como una serenata eterna que naufraga entre los dos.
Ana Cecilia.
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