Los rasgos heredables entre sucesivas generaciones son producto directo de la carga genética y la interacción con el medio externo; obteniendo así, una manifestación visible del genotipo en un determinado ambiente, lo que se conoce como fenotipo.
María tiene rasgos similares a sus padres. Es rubia, de tez blanca, de contextura delgada. Además tiene particularidades que no sólo son observables en su línea parental, sino también en otros miembros de la camada; tal es el caso del esmalte amarillento en las piezas dentales, unos pies delgados y largos y un simpático lunar situado en su mejilla derecha. Todos estos ejemplos son expresiones directas del genotipo parental en María. Caracteres que pudieron haber quedado silentes o expresarse de forma inconexa de no haber interactuado en un medio similar al que los otros miembros del grupo fueron expuestos.
Pero María también presenta rasgos particulares, expresiones de un propio genotipo modificado por un proceso azaroso distintivo de la división que originó las gametas, que posteriormente se unieron para formar el cigoto. Divisiones subsiguientes y la implantación en el útero originaron un embrión que nueve meses más tarde se llamaría María.
Y María, con los caracteres de sus padres y su propia carga genética fruto del crossing over y la segregación de los alelos, crecería, interactuaría con el ambiente y se convertiría en María.
¿Hay algún gen, alelo, determinación cromosómica, interacción, expresión o silenciamiento génico que me convierta en María? No. Uno sólo no hay. Son infinitos.
Y el medio ambiente, ¿Es lo que me hizo lo que soy?, ¿O soy un digno representante de lo que mis genes dictan?, ¿Soy tan sólo información?, ¿Información destinada a codificar millones de proteínas que forman mi anatomía, cada estructura de mi cuerpo, mis órganos,… mi cerebro?
¿Acaso las palabras que conecto en un ínfimo pensamiento racional es al texto que vuelco en este procesador de textos, lo que mi ADN es a María?