Ella le explicaba que ya no lo amaba, 
y Juan insistía: “que no puede ser”. 
 Mas, ella implacable, le daba la espalda, 
dibujando en su boca el gesto de desdén. 
 Y Juan repetía”: que no puede ser”. 
 María, si temblaste, si me diste el alma, 
si en las madrugadas yo te hice mujer, 
si te palpitaban las sienes de gozo, 
y gritabas, loca de amor y placer. 
 Con sólo mirarte, leía tu mundo, 
tu entrega constante, tu vivir por mí, 
cómo puedes hoy declarar ufana, 
que no queda nada del tiempo de ayer. 
 Y Juan no entendía, se desesperaba, 
buscaba sus manos sin poder hallarlas, 
María miraba, sin decir palabra, 
escuchando triste las frases de Juan. 
 Y Juan insistía, rogaba, imploraba, 
yo te amo, lo juro y nunca lo dije, 
pensé que era obvio, que ya lo sabías, 
te herí muchas veces, pero sin malicia. 
 Y María pensó, lástima que es tarde, 
ya no viene al caso esta confesión, 
es verdad que lo amo más que al alma mía, 
pero él ha matado, poco a poco y sin verlo, 
todo ese universo de cosas perdidas, 
que era tan inmenso, tan hondo y profundo, 
y si sobrevive aún el sentimiento, 
le falta la base: mi fe ciega en Juan. 
 
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