Estaba desesperado, trataba de pensar en una buena forma de matar el tiempo acariciando las paredes de una casa mientras esperaba que pasara un taxi. Mi reloj de bolsillo marcaba las 2:36am y aun estaba sobrio ¡qué vergüenza!, me arrepentía de haber salido de aquella fiesta, después de todo, la morena de la blusa azul me flirteaba.
El taxi parecía no llegar, era muy raro porque siempre era muy transitada esa calle de ellos no importara la hora. Las estrellas, ese sería mi siguiente pasatiempo, las entrelazaba a manera de que me dieran una figura familiar: un gato, una guitarra, la morena de la fiesta, un taxi… un montón de luces como placebo en memoria de los muertos. Todo empezaba a perder sentido. El reloj: 2:56am; mejor caminaré.
El paso que daba era entrecortado por mirar atrás, talvez algún taxi me alcanzaría, no quería caminar, me invadía la lasitud, con suerte la morena tenía auto.
Dos siluetas se empezaron a dibujar delante de mí, con una serenidad que caracterizaba a los mejores cleptómanos me pidieron mis pertenencias, para qué dárselas, eran mías, que se consiguieran las suyas… era lo que estaban haciendo. Mi resistencia fue inútil y sentí cómo un golpe me atravesaba el abdomen, quemaba. Volteé a mirar el utensilio, era obvio: una navaja que medía más que mi jeme. Como si esto fuera insuficiente, mi agresor dio vuelta a esa arma aún dentro de mí, sentí como si me pusieran agua hirviendo en mi vientre y la sensación de debilidad acompañada de sudor frío y nauseas me suspendió en una burbuja de tiempo. Ahí fue el golpe final, miré como la sangre brotaba de mi garganta y luego se derramaba conmigo en el asfalto. Ellos huyeron con mi reloj y el dinero que tenía para el taxi.
Unas luces me cegaron, un hombre en un taxi por fin llegaba, me dijo que ya era hora de partir, le dije que no podía, me habían asaltado y no tenía con qué pagarle.
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