CARNAVAL DE SERPIENTES
Cuando aplastó con un golpe de palo la enorme cabeza del reptil, pensó que aquello era sólo un incidente aislado. Pero cuando extendió le mano para recoger el saco de patatas y volver a casa, vio horrorizado un grupo de otros reptiles acercarse y comprendió fugazmente que una larga pesadilla había empezado. No tuvo tiempo de retirar el brazo: dos ardientes y largos colmillos le perforaron las venas de la mano y otros dos colmillos se le hundieron en la pantorrilla izquierda, mientras que una tercera serpiente le atacó repetidas veces por la espalda. El dolor no tardó en aterrarle. Su estómago ardió como incandescente carbón y sintió el veneno corrosivo filtrarle en la corriente sanguínea y quemarle las venas del corazón. Su cara se contrajo de dolor y cayó al suelo, donde se quedó inmovilizado.
Otras serpientes enfilaron la senda que atravesaba un largo recorrido rodeando el lago, ahora seco, para desembocar en la aldea más próxima.
Hacía tiempo que no había llovido. La atmósfera era asfixiante y el cielo desapacible. Los pocos árboles que se erguían por el camino parecían unos esqueletos que la sequía de agosto amenazaba por incendiar.
En la aldea del campesino cuyo cadáver yacía ahora frío y cargado de veneno, las tres únicas viviendas estaban distanciadas por algunos centenares de metros y bastaba media hora para ir de una a otra. Eran de una planta, de barro blanqueado y construidas alrededor de un inmenso patio que servía a la vez para perforar un pozo, permitir a los niños jugar y a las mujeres cocinar. De las seis o siete habitaciones rudimentariamente amuebladas, que circundaban el patio, una estaba destinada para los animales domésticos.
-Mamá, ¿no crees que papá ha tardado bastante para el almuerzo?, preguntó la menor de las seis hijas del campesino fulminado por las serpientes.
-Aisha, cosechar patatas requiere mucho tiempo. Así que tardará un poco más. Mientras tanto, os voy a preparar una tortilla de huevos. Ve a llamar a Selwa y a Fuad.
Selwa, la hermana mayor, estaba en la pequeña habitación que servía de ocio y se disponía a vestirse tras hacer sus abluciones, cuando vio al reptil en un rincón de la sala. Era una víbora enorme, con la cabeza en forma de un triángulo aplastado. Empezó a erguirse con soltura, mostrando sus colmillos en forma de unos ganchos, dispuesta a triturar a su presa. La joven se quedó estu¬pefacta un momento y luego visualizó la situación: el monstruo había penetrado por la pequeña ventana pero se hallaba afortunadamente al otro lado de la puerta. Gritar sólo empeoraría la situación. Extendió cautelosamente la mano hacia su ropa colgada a un clavo para echarla sobre la bestia, saltar hacia la puerta y salvarse. Al mismo tiempo que extendía el brazo con coraje, la víbora se abalanzó sobre ella, alcanzándola en la nuca, donde le clavó los colmillos. Sus manos se crispa¬ron sobre el cuerpo pedregoso del animal e intentó liberarse de la mordedura. Pero sintió su yugular encenderse en un fuego tan abrasador que le provocó literalmente un vuelco en el corazón y su cuerpo desnudo cayó de bruces como si hubiese recibido una descarga eléctrica.
De la habitación que servía de establo salieron unos mugidos inhumanos.
A Aisha le pareció reconocer la voz de Fuad, su hermano mayor. Se acercó, abrió la puerta vio la serpiente enrollada al cuello de su hermano. Le estaba succionando la sangre. Aisha retrocedió, aterrorizada, tropezó con una piedra y cayó al suelo. Fue entonces cuando vio a Selwa con la cara desgarrada. La visión le golpeó la retina con toda crudeza. Se echó abruptamente atrás, se levantó con dificultad y corrió como una loca a avisar a su madre. Ésta le ordenó ir a buscar a su padre y franqueó el umbral, armada con un hacha. La escena le produjo náusea y hormigueos en todo su cuerpo: el cadáver de su hijo yacía encogido, los ojos desenfocados y la mirada fija. Las únicas dos vacas que poseían yacían también sin vida. Intentó localizar a los malditos reptiles. Mas, ni rastro había de ellos. Al menos en su campo de visión. Se arrastró como una autómata hacia el cadáver de su hijo. Se arrodilló para cerrarle los ojos. Iba a enderezarse cuando oyó en su espalda un ruido peculiar. Reconoció horrorizada el ruido ensordecedor de cascabel que producían las serpientes con la punta de su cola, antes de atacar a su presa. Empuñó el hacha, giró sobre sus talones para asestar el golpe salvador, pero no encontró al animal en su punto de mira. Éste, como si leyera el pensamiento de su víctima, había cambiado de sitio, girando hacia la derecha. La mujer sintió súbitamente los mortales colmillos hundirse en su pantorrilla izquierda. Lanzó un alarido desgarrador de dolor, que aprovechó para ordenar a su hija a que fuera a pedir auxilio, se sacudió convulsivamente y cayó sin vida, junto al cadáver de su hijo.
En su camino hacia la casa de su prima Yasmín, donde estaban los demás hermanos, Aisha topó con varios cadáveres (le horrorizó reconocer a los padres de Abdelali) que la impulsaron a correr como una loca pero al descubrir el de su padre se le heló la sangre en el corazón y se desmayó al ver a dos gigantescas serpientes dirigirse hacia ella.
Mientras tanto, en la tercera vivienda, la de Abdelali, el emigrante que había vuelto al país para pasar sus vacaciones, los acontecimientos traspasaron la barrera de la ¬pesadilla. Estaba almorzando él, su mujer, sus cuatro hijos y su hermana, Hanan, la futura novia de Fuad.
Sus padres habían ido al zoco más próximo y no volverían hasta la puesta del sol. El pobre ignoraba lo que les había ocurrido.
Era la hora de la siesta. Hanan se dirigió a su habitación y la pareja entró en la suya. Era una habitación acogedora y fresca en comparación con el infierno que hacía fuera, donde el sol achicharraba el campo y sembraba la desolación. Oyeron al perro ladrar y a las gallinas cacarear pero no podían saber que era a causa de las mordeduras mortales de las serpientes. Apenas se habían desnudado cuando tuvieron la impresión de que un intruso horripilante los estaba observando. La serpiente tenía unas proporciones que bastaban para estrangular simultáneamente a tres personas, triturarlas y luego engullirlas.
La mujer se llevó la mano a la boca para reprimir un grito y le costó ver cómo una serpiente podía ser tan gruesa, larga y erguirse con tanta facilidad. El hombre se sirvió de una silla para defenderse. Pero el monstruo se arrastró jadeando hacia el matrimonio, asestó abruptamente un tremendo golpe con su cola a la silla, que transformó en trizas y se enrolló alrededor del cuello del emigrante, estrangulándole al acto. Su mujer saltó desnuda de la cama y se vio acorralada en un rincón de la habitación. Vio cómo la bestia arrojaba el cadáver de su marido, cuya mirada se quedó vacía y extraviada, y se disponía a acercarse a ella.
Sintió terribles aguijonazos de dolor en todo su cuerpo y empezó a temblar espas¬módicamente. Luego ocurrió todo rápidamente. El reptil se irguió y se abalanzó sobre ella. Ambos cayeron al suelo en una lucha encarnizada. La mujer intentó con pies y manos desprenderse del reptil, pero éste se había enlazado a su cuerpo como la madreselva al árbol y parecía complacerse en estrangularla simultáneamente por la cintura y el cuello. La joven comprobó que no podía gritar ni moverse. El sudor perló su cuerpo. Terribles estragos de dolor la asaltaron. Empezó a ahogarse y súbitamente y se quedó sin respiración. Entonces el monstruo procedió a triturarle el pecho, antes de pasar a la siguiente habitación donde dormían profunda y plácidamente los niños.
A varios metros más lejos, en el ala oeste de la vivienda, descabezaba la novia de Fuad un sueño para recuperar fuerzas y ánimo antes de proceder a lavar el montón de ropa que la esperaba en el patio y que había previamente mojado en agua y con detergente. La habitación estaba sumida en una semioscuridad que aprovechó la serpiente para deslizarse fugazmente debajo de la única sábana que cubría el cuerpo desnudo de la joven. Esta sintió roces y cosquilleos en la parte interior del vientre. Estiró el brazo y cogió de repente en la mano algo grueso que se puso a dilatar desmesuradamente. Lo soltó disgustada al acto, se puso de cuclillas en la cama y comprendió que aquello que tuvo un instante entre manos era la cabeza de una víbora. Lo comprobó al vislumbrar el curioso y espeluznante dibujo que adornaba la cabeza del reptil que ahora la observaba groseramente. Sintiéndose traicionado, el animal se irguió hasta alcanzar un metro de altura y se lanzó con rapidez sobre su presa. La joven sintió calambres en el vientre y saltó de la cama, como expulsada por un resorte. Notó que sudaba profundamente y tuvo que frotarse los ojos para aclararse la visión. Cuando los abrió, se encontró cara a cara con dos reptiles. El que acababa de llegar tenía proporciones humanas. Volvió a cerrar los ojos creyendo que era víctima de una alucinación. Pero sintió al mismo tiempo unos colmillos que se hundían en la sien derecha y un cinturón de hierro cerrarse sobre su vientre. Un fuego mortecino estalló en su cerebro e inmovilizó la sangre en sus venas. Su rostro tornó en una máscara cenicienta y se contrajo en un rictus de sufrimiento.
El escalofrío le produjo tiritera, su respiración empezó a entrecortarse, entró en una fase de mareos oníricos, su corazón sufrió nuevos vuelcos, el veneno hizo efecto de forma fulgurante, su muñeca izquierda se dobló hacia dentro y quedó rígida, sus pies empezaron a torcérsele y un agudo dolor le recorrió la médula espinal y le paralizó toda la parte inferior.
Un débil gemido logró escapársele de la garganta. Se le desorbitaron los ojos. Cayó sobre la cama exangüe, a la merced de los dos monstruos.
Cuando Aisha llegó a la casa de su prima, le sorprendió encontrar aquel absoluto silencio inhabitual. Pero lo entendió todo cuando descubrió al perro, a las vacas y al burro muertos, hinchados y con patas arriba. No obstante, llamó varias veces. Nadie contestó. Aturdida, se acercó al establo y descubrió que todos los animales domésticos yacían inertes en el suelo. Sintió que caía en un abismo de desesperación y echó a correr hacia la habitación de sus tíos. Empujó le puerta, entró sigilosamente y vio los cuerpos, boca abajo. Pensó que dormían.
Se arrodilló para sacudirles y despertarles. Cuando les dio la vuelta, descubrió con espeluznante terror que sus ojos la escrutaban con absoluta vacuidad y fijeza, como si pidieran socorro. Sintió un vuelco en el pecho y se echó atrás, horrorizada.
Luego su mirada se paralizó. Al otro lado del patio yacían otros cadáveres. Observó como primos y hermanas estaban en la misma macabra posición.
Vio entonces como las serpientes abandonaban a sus víctimas, franqueaban el umbral y se dirigían ahora hacia ella, agresivas y hambrientas.
Cerró los ojos y mentalizó las muertes de sus padres y hermanos y comprendió que, después de todo, ella no tenía ninguna razón para seguir viviendo.
No merecía la pena luchar.
Abrió un momento los ojos para presenciar su propio fin y… vio cómo los reptiles se retiraban, sin más…
Ahmed Oubali
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