EL 0BSES0
Abdeltif salió de la Hacienda y se dirigió directamente al café Balema, donde solía merendar con sus amigos, antes de volver a casa.
Los encontró discutiendo sin son ni ton, como de costumbre.
-Aquí viene nuestro recaudador para zanjarnos el problema. Tú que tienes más experiencia que nosotros: ¿No es acaso la insatisfacción sexual la que induce a una mujer a cometer el adulterio? Kaled dice que no…
-¡Menuda pregunta! Desde luego, no es la única razón. Hay que considerar muchas cosas.
-Exacto, refunfuño Salem.
-Una mujer puede engañar a su marido por venganza.
-Puede que lo haga por dinero. 0 si trabaja, por promoción interna.
-0 por homosexualidad...
-Yo sigo manteniendo que si no la satisface el marido...
-Hombre, si es una ninfómana o si su marido es impotente...
-Olvidamos otro caso: si la esposa insatisfecha es además extremadamente hermosa y asediada por lobos sedientos...
Abdeltif sostuvo la mirada inquisitiva de Salem y éste se dio cuenta de que había metido la pata:
-Créeme, no pensaba en tu mujer...
-¿Y qué? ¿Qué más da? Estamos aquí de cachondeo, exteriorizando nuestras opiniones. Es verdad que mi mujer es demasiado hermosa. Pero tenéis que saber también que en los dos años que llevamos casados, en ninguna ocasión reñimos seriamente.
Se produjo un silencio plomizo, puntuado por unas miradas recelosas.
-La verdad, pensé en un embrollo conyugal determinado donde la esposa estuvo pringada con chanchulleros de poco abolengo.
-¿Era guapa?
-Hermosísima. La pillaron en fraganti con su jefe. El marido engañado le perdonó todo al saber que lo que ganaba él en muchos meses ella lo ganaba en un día. Le permitió reincidir a cambio de dinero. Pero pronto se las arregló ella para divorciarse de él y dedicarse a la profesión lucrativa más vieja del mundo.
-Ahora recuerdo otra historia similar¬-entonó Kaled-, pero donde el marido fue más maquiavélico. Comercializó por así decirlo, la hermosura sin par de su esposa induciéndola a prostituirse directamente entre gente adinerada selecta.
-Desde luego qué falsos musulmanes son éstos. El Islam te permite casarte con hasta cuatro mujeres para evitar cometer el adulterio.
Tras separarse de sus amigos y tomar el coche para volver a casa, Abdeltif se quedó pensativo. Aquella conversación intempestiva no le dejó indiferente. Condujo por la avenida Mohamed V, dobló luego por la calle Bagdad, rumbo hacia Agdal. Volvió a considerar las ocho causas de la infidelidad, planteándose la inevitable pregunta de si su mujer mantenía relaciones extra conyugales.
Le pareció una mentecatez formular dicha pregunta, pero pensó que tenía que zanjarla una vez por todas. Cuando se casaron, él renunció a tener hasta la más mínima aventura con otras mujeres, no por deber sino por convicción y satisfacción personales. Nezha le consentía todo. Pese a los años que le llevaba, ella también se mostraba satisfecha y colmada. En cuanto a su trabajo, que él suponía, no tenía ningún problema: siendo una secretaria de dirección, trabajaba a la luz del día y volvía al caer la noche para ocuparse del hogar. Ambos tenían sus coches y no sufrían de ninguna clase de privación. Lo de procrear, lo habían aplazado para más tarde, de común acuerdo.
¡Qué desfachatez! ¡Pensar que Nezha podría engañarle con otros! En cuanto a su hermosura, era ciertamente un incomparable maniquí, deseado por los hombres y envidiado por las mujeres. Pero era fiel como ninguna.
Rememoró su silueta, gustoso. Era alta, esbelta y con talle cimbreante. Pecho voluminoso y piernas perfectas.
Sus vestidos, falda o chilaba, le ceñían con elegancia, las sinuosidades de su cuerpo generoso y ágil. Su rostro irradiaba siempre una profunda alegría de vivir. Su melena era lisa y abundante. La mirada turbadora y vivaracha. Los hombres la devoraban con los ojos y sus colegas se mostraban solícitos. Pero nada de engaños.
Se detuvo ante un semáforo, cerca de la Facultad de Letras y, mientras tamboreaba sobra el volante, intentó expulsar para siempre de su mente la idea de un posible engaño por parte de su mujer. Cuando pasó a verde, maniobró y salió en tromba.
Sin embargo las misteriosas insinuaciones de sus dos amigos eran abrumadoras.
¿Qué pretendían? ¿Querían buscarle las cosquillas, leyéndole aquella cartilla lamentable? ¿Se propusieron, indirectamente y por amistad, hacerle ver que su matrimonio encerraba espinas mortíferas?
Rebuscó, desconfiado, posibles sospechas en algún rincón perdido de su memoria y vislumbró indicios insignificantes : la manía que tenía Nezha de cuidar su atuendo, despilfarrando cantidades exageradas de dinero; las múltiples escapaditas en que reincidía en su tiempo libre, alegando compromisos femeninos y profesionales; su negativa en la alcoba a practicar perversiones, alegando pudor y concupiscencia religiosa; sus visitas esporádicas al ginecólogo; sus misteriosos viajes a Tánger, para ver a su madre; las onerosas facturas del teléfono que pagaba ella misma…
Sin distraerse de la conducción, Abdeltif pensó de repente en posibles rivales.
Su jefe, Mulay Alí, era amabilísimo con ellos, insistiendo siempre en invitarles los fines de semana. Apoyó su promoción a cargos superiores en dos ocasiones y en presencia de Nezha, perdía todos los estribos. Había que verlo tan solícito y servicial en su finca de Temara…
De allí a pensar que él y Nezha…
Era absurdo, porque el aspecto del gordinflón repelía a las mujeres. Barrigón y cincuentón, llevaba gafas gruesas y tenía moretones en la calva.
El patrón de Nezha era aún más servicial que Mulay Alí. La autorizó a ausentarse en múltiples ocasiones sin pedirle tramitar papeleos. También insistía en invitarles a su vivienda en la alcazaba de Los Udaía. El pobre no soportaba la presencia de su mujer que, para ocultar su precoz vejez, utilizaba khul y llevaba pesadas alhajas caras.
Era imposible pensar que él y Nezha…Un hombre tan gordo y bajito, con, además, la horrible manía de hurgar y manosear la nariz con al dedo índice.
El ginecólogo de Nezha, un solterón de cuarenta años, era el más apuesto y gallardo de todos. La última vez en que ella fue a visitarle, le había colocado un dispositivo intrauterino para aplazar el embarazo. . .
En cuanto al cuarto rival, era el vecino impertinente, al que vio en varias ocasiones, rondar por la acera de su vivienda. Tampoco podía haber algo entre él y Nezha por la simple razón de que parecía un pelmazo fatuo, una especie de microbio que vive a expensas de las mujeres casadas. Además era delgaducho, bigotudo y de ojos maliciosos.
Los cuatro hombres eran, sin embargo, mujeriegos y muy reprimidos sexualmente.
Agrupando coincidencias y sacando conclusiones, Abdeltif se acordó súbitamente de unos hechos penosamente comprometedores: Nezha había visitado sola y en varias ocasiones las viviendas de sus respectivos jefes, por separado.
Decía que era para entregar recados a sus mujeres.
Recordó haberla visto también, aunque no podía jurarlo, con el vecino vicioso: más que discutían en aquella callejuela, parecían reñir… Tenía más de chantajista que de amante.
En cuanto al ginecólogo, las visitas se repetían de forma muy exagerada.
Otro remolino de imágenes y recuerdos aislados y desparramados ¬ se apoderó de su mente y sintió de repente que la vida de su mujer hasta entonces ordinaria era más enigmática y difícil de desenmarañar y recomponer.
Recordó con espanto que ella no había exhibido el tradicional paño para dar prueba de su virginidad. Más que eso: aquella noche hicieron el amor mientras él había estado borracho. Y fue ella quien insistió en traer cerveza ¡Menudo anzuelo! De haberlo sabido no se habría casado con ella.
¿Quién fue entonces el primer afortunado en desvirgarla?
Sus amigos no podían haber sido…
Recordó también a la médium que, de cachondeo, había visitado una vez con sus amigos: Le había vaticinado que su matrimonio se desmoronaría tras un largo periodo de engaños…
Cuando llegó a casa, pensó inmediatamente poner en marcha algunas estratagemas para cebar a su mujer, poniendo atención en no despertar ninguna sospecha.
Se sentaron a cenar y él le lanzó el primer cebo.
-Hace un minuto, me crucé con nuestro vecino y ¿me creerás si te digo que ni siquiera se dignó saludarme?
Ella se sobresaltó un instante, como movida por un resorte, pero pronto se contuvo y dijo, como si no le interesara el caso:
-A veces la gente está en la luna y no ve a los que pasan y saludan.
-Me pregunto en qué se ocupará este curioso personaje...
-Me dijeron que su mujer trabaja en un banco y él está empleado en el Hotel Hilton.
-¿Qué proyectos tenemos para este fin de semana?
-¡Ah! Ahora que me acuerdo: estoy invitada a un cumpleaños de una amiga, en la alcazaba de los Udaía.
-Eso queda cerca de la casa de tu jefe.
Ella dio otro sobresalto, como si recibiera una carga eléctrica.
-Claro...Es verdad. Bueno, ¿y tú qué vas a hacer?
-No sé. Ver la tele, o ir al cine...ya veré.
Ya tarde en la cama, Abdeltif pasó a la otra artimaña. Empezó a desabrochar el camisón de su mujer. Le puso los dedos sobre uno de sus pezones. Procedió luego a acariciarle las abultadas y duras nalgas y el pubis. Su mano derecha alcanzó zonas prohibidas, deslizándose por las ingles. Sus dedos emprendieron el sendero tan anhelado. Pero ella se movió, abrochó el camisón y dijo excusándose:
-Cariño, el ginecólogo me recitó otro tratamiento de quince días. Lo siento.
Acto seguido, le dio de espaldas y echó a dormir a pierna suelta, como un lirón.
Abdeltif apagó las luces y, en vez de dormir, se puso a juntar los pedazos desparramados del puzle.
La médium tenía razón y las insinuaciones de sus amigos le estaban destinadas. Hacía tiempo que su matrimonio había empezado a erosionarse, sin saberlo él, el muy idiota.
De pronto vislumbró una serie de escenas obscenas que harían palidecer de vergüenza al más atrevido de los perversos. Sintió que la razón se le abdicaba al comprender que el altar en que situaba a Nezha se desvanecía. La imagen del cuerpo desnudo de su mujer tomó proporciones inauditas. Lo entrevió jadeante y fogoso, acogiendo, gustoso, las torturas y el semen de sus amantes. El barrigón de su jefe se erguía y se encorvaba sobre el trasero de Nezha, gritando de dolor placentero; el jefe de ella soltaba risitas patológicas, enloquecido por los quejidos de su amante al eyacularle en la cara; el fatuo vecino transpiraba como un cerdo bajo el peso de ella, mientras que el ginecólogo, variaba a lo infinito sus asaltos y retozos eróticos más atrevidos.
Aquellas escenas le produjeron súbitamente una tremenda jaqueca y sufrió alucinaciones.
Miró despavorida y fulminantemente hacia el cuerpo ahora apacible y angelical de su mujer y le asaltaron deseos de estrangularla con la almohada pero temió desencadenar una lid con gritos que alertarían a los vecinos. Pensó en asestarle una serie de puñaladas con el cuchillo de la cocina, pero no era fácil hacer desaparecer el cadáver. Mas el reloj de pared del salón adquirió bruscamente una tonalidad inaudita y el tictac insistente taladró en sus oídos, enturbiándole los pensamientos.
Se deslizó de la cama, huyendo de aquella mujer a quien tanto amó y corrió a refugiarse en el cuarto de baño para vaciar vomitando sus entrañas del amargo licor del engaño. Echó la cabeza debajo del agua tibia del grifo, esperando borrar de su mente aquellas asquerosas escenas. Se secó y luego abrió el botiquín. Escogió tres frascos de color, uno de barbitúricos, otro de antibióticos y el último de sulfamidas. Los llevó a la cocina, donde se encerró. Dispuso el mortero sobre la mesa, vertió en él varias píldoras de cada frasco y las machacó silenciosamente hasta reducirlas en un maxún o pasta que bastaba para matar a un camello.
Tiró los frascos al cubo de basura y confeccionó el maxún para untar los ingredientes del desayuno y colocarlos cómodamente donde era necesario.
De dos cosas estaba seguro: la muerte será instantánea y sus amigos estarían orgullosos de él cuando descubran su cadáver y el de su mujer. Él no era como esos cobardes proxenetas que permitían a sus mujeres prostituirse a cambio de dinero. Divorciar hubiera sido una solución equitativa, pero de nada le habría servido porque se convertiría en el hazmerreír de todo el barrio. Había que destruir el vicio con la muerte misma.
Mientras pensaba en su tortuoso proyecto, una viva agitación le asaltó. Tuvo mareos y el delirio se apoderó de él.
Empezó a despuntar el día y llegó la hora del desayuno.
Nezha se duchó y al entrar en la cocina se sobresaltó al ver el estado de agitación en que estaba Abdeltif.
-¿Qué te pasa, cariño? Tienes el rostro abotagado y sin afeitar. ¿Estás enfermo?
-Tuve unas pesadillas. Además me levanté temprano para preparar el desayuno.
Nezha miró hacia la mesa y su preocupación desapareció y dio lugar a una afectuosa sonrisa.
-Mi vida, esto no es habitual en ti. Qué bueno eres hoy. Te mereces muchos besos.
Se irguió y abrazó a su marido, sin sospechar que todo estaba cuidadosamente envenenado.
Se tomó ella el zumo de un trago. Paladeó el té con hierbabuena al mismo tiempo que hincó sus dientes en la sabrosa torta untada con aceite de oliva y miel. Luego atacó los cruasanes con manteca y mermelada.
-Mi amor, ¿A qué es debido esta grata sorpresa? Parece un festín. Sin embargo, este olor a medicamento…
No terminó la frase. Sintió una quemadura en el vientre. Lanzó un agudo grito de dolor. Tosió y se retorció, presa de convulsiones. Finalmente cayó al suelo, donde se quedó inanimada, con los ojos abiertos, mientras que, de su boca entreabierta, empezó a brotar un hilillo de baba.
Entonces Abdeltif la imitó, comió igual que ella y luego cayó al suelo, boca arriba, fulminado a su vez por la muerte.
Mucho más tarde, en al hospital Ibn Sina, Nezha logró abrir los ojos y reconoció, atónita, a Malika, una colega de trabajo.
-¡Alabado sea Dios!-gritó la amiga, excitada, luego llamó al médico jefe, que no tardó en acudir-.
-¿Dónde estoy? -susurró Nezha-.
-Estas a salvo, querida mía. Te esperé, como de costumbre, junto a tu coche, para ir al trabajo y como no aparecías, pensé que te habías quedado dormida y, temiendo llegar tarde al despacho, llamé a tu puerta para despertarte. Oí muchos ruidos, algo pesado que caía al suelo, quejidos insoportables. Pedí ayuda, rompimos el cristal del dormitorio, entramos y...te descubrimos... ¡Era horrible!
Malika ocultó su rostro entre sus manos y prorrumpió a llorar.
El médico se aclaró la voz, explicó el final de la tragedia y luego añadió:
-Su marido tuvo un grave delirio y por razones que desconocemos, intentó envenenarla a usted y luego a sí mismo. Son las conclusiones del médico forense.
-¿Cómo está Abdeltif? -gimoteó ella-.
-Tomó una dosis muy elevada y no pudimos hacer nada por él.
Nezha volvió a cerrar los ojos y se hundió en una profunda tristeza. Suspiró hondo. Abdeltif lo era todo para ella. Su único amor. Tenía tantos proyectos con él.
Y ahora sin él, sola…viuda…qué sería de ella…
Oubali ahmed
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