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EL QUE PEGA PRIMERO

Salió a dar un paseo y de paso compró el periódico. Le parecía que en cualquier momento le llegaría de frente, con las manos moviéndose de arriba a abajo en cámara lenta y los dedos tiesos haciendo el saludo aquel de cuando eran hermanos, carnalitos del alma, parte de la misma bandera, brothers de caguama… Puta madre, tantos años echándose encima lociones y enfundándose en casimires de tiendas del centro y tanto tiempo bebiendo en vaso (jaibolero, por favor) y a la mesa, como para que de pronto todos sus intentos de olvido le escupieran en la cara desde el interior del sobre blanco.

Minuciosamente había borrado cada rastro de su barrio. La cirugía láser le sacó el tatuaje y colgó de la pared recién empapelada un título comprado en los portales de Santo Domingo para sacarse a fuerza de currículums imaginarios el estigma de ignorante. Dejó el periódico sobre el escritorio y pulso el botón rojo “Lupita no estoy para nadie” (…) “Para nadie. Nadie es na-die”

Nadie era él entre la banda. Le dijeron que era el más miedoso, el más coyón, el último en llegar. Y sí, el decía que sí y sonreía y salía con alguna bufonada que le reían y le aplaudían: si por eso nos caes bien chido y jajajaja y jejejeje y venga el trancazo afectuoso que ya lo tenía podrido a puro golpe de conmiseración. La única risa que no le dolía era la de Violeta. Supuso que quizá esa risa era un camino a algo más y quiso allanarle el recorrido con regalitos por aquí y por allá. El disco y el chocolate y ella que gracias, gracias, qué lindo, gracias. Qué lindo. Y él, un lindo imbécil, la veía bailar y bailar con El Caniche y con Quequi mientras le guardaba su bolsita y su suéter. “No, no hay bronca, Violetita” decía. “Aquí tienes a tu lindo pendejo” pensaba.

Subió los pies al escritorio y se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo diablos había dado con él? ¿De qué le había servido tanto cuento y tanto desplazamiento si al final, de todas formas, iba a llegar? Ni su madre sabía en dónde andaba, ni siquiera pudo darle el gusto de decirle que ya era “licenciado” aunque fuera a la mala, pero ella no se iba a poner a investigar y lo mismo le hubiera dado colgar en la sala un título falso que humillara al diploma técnico de su hermano. Se imaginaba su foto blanco y negro tamaño óvalo presidiendo el hogar mientras su hermano, el estudioso, el buen chico, desde su fotito tamaño infantil, tendría que conformarse con hacerle coros desde un rincón a su proeza académica. A la mera hora ¿quién iba a ser el don nadie? ¿Eh?

Ese día estaban sentados en la barda tomando unas chelas cuando se apareció un tipo que no era de ahí. Chicles se le quería poner al tiro pero los demás lo pararon. “Tranquilo, güey, si no sabemos ni qué onda” y lo dejaron pasar. Chicles dijo que no le daba buena espina, que algo se traía, pero los otros lo tranquilizaron, al fin y al cabo no estaban haciendo nada malo. La verdad es que no hacían nada malo. Tampoco nada bueno. Unas cervecitas, musiquita en la calle, la buena onda, pim pam, un churrito para pasar el rato, y cuando mucho uno o dos robos de estéreos allá por el rumbo de los ricachones. Pero se cargaban mala fama, nomás porque no tenían lana y porque sus casas eran tan pequeñas que los vomitaban hacia la calle. Qué se le iba a hacer.

¿Y si no venía nomás él sino venían tres o cuatro y lo linchaban? No. Eso era imposible. Había pasado mucho tiempo y ahora cada quien traería sus rollos. ¿Y si venía la Violeta? ¿Cómo estaría la Violeta? ¿Bailaría con él ahora que trae la cartera repletita? Quién sabe. Pinche vieja. No podía odiarla del todo porque, pensándolo bien, qué bueno que lo dejó plantado. Hubiera sido una carga para el lindo pendejo. Capaz que un día le entraba la nostalgia y le jodía el plan. Así que mejor se consiguió una linda pendeja. Una “niña bien” provinciana, que le moldeó los modales y lo introdujo a su sociedad pueblerina como el Licenciado Farías. Que lloró con él cuando le contó cómo perdió a sus padres, a sus hermanos y a su abuela en un accidente de coche y que finalmente se casó muy ilusionada con un hombre honrado y luchón.

Era de tarde y su mamá lo mandó a comprar el pan para la merienda. El Polar y Macanas se burlaron de él. El Caniche tomó a la Viole por la cintura y le gritó: “Mamacita, a qué hora vas por el pan”. No tenía la menor gracia, ni los volteó a ver. Siempre de su puerquito y con el coraje creciéndole por dentro. Dobló la esquina lanzando las monedas al aire y silbando cualquier tontería para alejar el mal rato cuando se encontró con el tipo que habían visto desde la barda. Cruzaron dos o tres frases y él le entregó algo. Llegó a casa con las mantecadas, las conchas, los bolillos y la tarjeta de presentación. Llamó al teléfono indicado y se quedaron de ver en una cafetería bien lejos de ahí. El hombre debía lucir más o menos como él ahora: trajecito modesto, corbata estampada y zapatos bien boleados.

Volvió a mirar el sobre que estaba encima del escritorio. Ni remitente, ni matasellos. Señal de que no andaría muy lejos. No era difícil adivinar que tantos años en la cárcel curten a cualquiera y que todo ese tiempo puede engendrar muchísimo odio.

Con menos odio y más ambición se había puesto de acuerdo con el fulano aquel de la corbata de dibujitos. Aunque más que ponerse de acuerdo, el licenciadillo de marras lo había acorralado. El trato iba más o menos así: El hijo de un diputado se había mandado una cagada bien grande y necesitaban culpar a alguien. A un cualquiera con pinta de malo y cuyo castigo ejemplar hiciera que la gente que mira la televisión se sintiera aliviada y protegida por haber encontrado entre las bandas de maleantes que azotan la ciudad, al culpable del asesinato. La cuestión, dijo el trajeado, es que si tú nos soplas el nombre de alguno de tu pandilla, del lidercillo preferentemente, y nos dices una hora y una fecha para hacer la redada, nosotros te soltamos un muy buen billete pero si te pones tus moños, pues el culpable vas a ser tú aunque tengas más cara de pendejo que de malo.

Violetita no le había hecho el menor caso. Él le dijo que no fuera al callejón, que lo esperara despierta y que se irían bien lejos y con mucho dinero. Pero cuando él llegó, ahí estaba la Violeta y por más que la apartó del grupo, ella sólo le dijo “Pus qué te traes, ya déjame en paz, estás bien loquito”. Qué imbécil había sido por confiar en ella, porque ahora además de recién bateado, le había dado todas las pistas para que supieran quién había sido. En eso llegó El Caniche con una cámara de fotos. Órale, pónganse, y todos se pusieron en actitud de foto. Rayas dijo que así no, que ni que fueran un equipo de fútbol que todos así, con el saludo de la banda, con cara de bien malotes. “¿Y ora quién toma la foto?” y claro, quién la iba a tomar sino él. El excluido de siempre, el que daba igual si estaba o no estaba. Pero esa vez no hizo ni chistes, ni reclamos. Ese gesto de sus compas, le servía como el último pretexto para justificar su actitud. Por el recuadro de la camarita vio a todos ellos, condenados, pobres diablos. A la Violeta con toda su coquetería recargada en la pierna de El Caniche y sus ojos retándolo. No había elegido mal al chivo expiatorio. En realidad, lo había elegido un poco al azar. Sinceramente, no quería culpar a nadie, pero si uno tenía que pagar la posibilidad de que él se largara, pues ni modo, no era sólo por la Violeta. De verdad que no. Tomó la foto con el pulso casi temblando. A los pocos minutos llegó la policía.

No hacía falta que viera de nuevo la foto que estaba dentro del sobre. Cientos de veces la reveló en su mente y la fijó a su memoria con dos chinchetas. La reina Violeta, sus apóstoles y el Judas apretando el obturador. No le sorprendió que Lupita, por el interfón le anunciara que afuera había un tipo que, ya sé que usted dijo que no estaba para nadie, insiste e insiste y dice que va a entrar por la mala, ay licenciado, no parece gente de bien… Y mientras le decía a Lupita que lo dejara pasar, de su cajón sacó una pistola. Ni hablar. De nuevo se lo tenía que chingar, y esta vez, para siempre. Total: el que pega primero, pega dos veces.

Texto ganador de la primera pelea del club Autora Santacannabis


Texto agregado el 26-11-2007, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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