Ella tenía quince y él diecisiete, sólo bastó una mirada y una conversación para darse cuenta que serían los protagonistas de una increíble historia de amor. Pronto fueron amigos y se abrazaron, luego, muy luego se besaron, una y otra vez. Con pasión y sinceridad vivieron cada uno de esos días, hasta que todo terminó, repentinamente...
Él se fue muy lejos, a estudiar; ella también se fue a otro lugar, a residir, estar juntos nuevamente sería muy difícil. La ciudad que los vió amarse, con una lágrima en su rostro, ya no los sentiría juntos nunca más.
Sus cuerpos cada día estaban más lejos, pero no sus corazones. Sin embargo, la razón finalmente acabó su maquiavélico plan y sus vidas comenzaron nuevamente desde el principio, hasta que se comunicaron por última vez...
¿Te quieres casar conmigo? ¿Quieres ser el padre de mis hijos? ella le preguntó muy decidida, él sólo atinó a silenciar, prontó se cortó la llamada.
Él sabía que el futuro de ambos se encontraba en la nebulosa más lejana y difusa, sabía que la distancia era imposible de superar, sabía que su amor era imposible, razón maldita razón...
Se encontraba sentado frente al museo más hermoso de París y contempló el paisaje alrededor, su vida había cambiado totamente. De un momento a otro se acordó de ella, como siempre lo hacía, luego miró su reloj. Aquel día se cumplían diez años de ese primer beso. Miró al cielo, al fin estaban las condiciones para hacerlo...
Comenzó a buscarla desesperadamente, al fin estaba dispuesto a ser el príncipe que algún día fue, estaba dispuesto a decirle que sí, al fin había llegado el momento que ambos deseaban en lo más íntimo de sus corazones, hasta que la encontró, en una ciudad lluviosa y fría, en una calle desolada, caminó lentamente con un ramo de flores en la mano, se arrodilló frente a ella y lloró desconsoladamente, entonces gritó:
¡Si, me quiero casar contigo, quiero ser el padre de tus hijos!... mientras colocaban el ataúd en el nicho de su muerte.
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