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Alegría de ver el sol que en la mañana estalla en esquirlas de sabiduría como regalo tardío de un Prometeo que burlo el castigo de los dioses.
Abro el gran ventanal que separa el adentro y el afuera y me paro en el alfeizar para saludar su magnificencia, tengo mis manos ocupadas, un libro reposa en mi siniestra, un vaso con agua que se consume poco a poco, en mi diestra.
Solo, estoy frente al sol que también me daña pues el saber duele y pienso en el castigo, pues prometí no inmiscuirme en asuntos inherentes al corazón.
Soy pura razón. Un mero, mísero y mecánico devenir que quiere sepultar sus pecados bebiendo de la pureza del agua y absorbiendo la áurea castidad del sol.
Dejo fluir mi mente para ser mártir de mi mismo, el sol me da fuerzas y estrujo el vaso hasta convertirlo en puras esquirlas transparentes que reflejan y refractan todo mi pasado y futuro.
No hay presente en mi pues siquiera sé si estoy y como un fantasma del tiempo que fui vomitado a una realidad que el vulgo denomina presente, yo solo divago y devengo en mismo, en un loop eterno e incesante como un abisal acorde que es un eco próximo del big-bang.
Mi mano esta levemente teñida de roja y sopeso mis acciones producto del pecado de inmiscuirme con los demás, y Ella que no se si ya esta.
En mi, la ansiedad es muy amiga del descontrol y dirige mis propios actos y me penetra susurrándome al odio propuestas teñidas del color de la fruta prohibida haciéndome diagramar mil futuros, todos utópicamente tristes o alegres.
Y es que mi mayor virtud, es poder predecir todas las consecuencias posibles de mis actos, poder leer todo lo que me va acontecer, tal es mi castigo por beber de la fuente prohibida para mí.
Miro mi mano derecha: sangre y un errático trozo de vidrio que dulcemente me mira desde su filoso promontorio donde el otro Prometeo, olvidado por los Dioses pero no por mi, me guiña un ojo.
Miro mi mano izquierda que sostiene el libro que llevo encadenado a mis muñecas desde el día que tengo uso de razón.
Miro mi ser replicarse en millones de partes, cuervos caníbales que comen de mi carroña aunque no sea más que un acto puro de orgía autofagica.
Soy uno con las ruinas que decoran los vastos dominios de mi mansión y poco a poco temo ser olvidado por mis dioses internos.
La sangre que mueve el cuerpo será la sangre que riegue el jardín de mis dominios para que las flores sean rojas, lujuriosamente provocativas y llenas de vida.


AZM
MMVII


Texto agregado el 26-11-2007, y leído por 122 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-12-2007 ¡Genial!. mis 5 estrellas. adiós. ninfadafne
 
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