¿Cuándo nací?

Levantar una mano siempre ha resultado una tarea fácil, simplemente es un impulso eléctrico del cerebro que le manda a un subordinado en este caso la extremidad superior derecha o izquierda a realizar un movimiento, pero qué pasa cuando este movimiento esta imposibilitado por una discapacidad, por una lesión o por estar muerto.

Muerto estaba y no me daba cuenta, mis manos y mis piernas ya no respondían con la agilidad de antes, el olfato y mi visión se habían desvanecido junto con mi audición, nunca me importó el daño a mi propio cerebro con la música de mi ipod a todo volumen directamente en mis odios, nunca me importó conocer el proceso de mi sistema nervioso para reconocer el sabor de una hamburguesa o el olor del perfume de mi esposa.

El egoísmo siempre fue mi característica principal, mientras yo este bien qué importan los demás, en realidad, en este mundo ¿a quién le importa la vida de los demás aún peor a quién le importa la muerte de los demás?

Y como dice la frase, “ahí estaba”, no, no hay frase que diga tal pero mi bisabuela siempre decía y como dice la frase y su siguiente enunciado era justo algo que nunca se había dicho, el punto es que ahí estaba, en el lugar donde yací hace más de 45 años, más solo que nunca, más inmóvil que nunca, con una daga en mi muerto corazón que no me permitía dejar esta maldita caja. No se que hay más allá, y por lo que me doy cuenta jamás supe realmente que había mas acá, estaba preso en el mundo medio de los vivos y los muertos, nadie me reconocía, para los vivos estaba muerto y para los muertos estaba vivo, ¿Dónde estaba y quién era?

Mis ojos no habían visto más que oscuridad durante décadas, mis oídos escuchaban sólo las suplicas de mis vecinos que se encontraban en mi misma situación mis pulmones inservibles desde mi vida terrenal por el exceso de cigarro suplicaban por una última inhalación de nicotina y los millones de químicos que los asesinaron antes de tiempo, mi lengua exigía además de un trago de cerveza y una agradable conversación de un beso de mi amada esposa a la cual traté peor que un trapo viejo y que siempre me soportó y que hasta que morí me di cuenta de que justo en el momento de mi entierro fue feliz.

Nunca supe lo que significaba la frase: vive como si fuera el último día, qué importa eso, mañana tengo que conseguir un nuevo empleo, una nueva aventura con alguna mujer fácil que la propia calle ofrece, un nuevo auto, una nueva computadora, todo mañana, mañana.

En ese día no había mañana, vivía, si a eso se le llama vivir, en una noche eterna desde el día que los enterradores me sumergieron en este sitio tradicional, he estado aquí antes y ahora también con mis recuerdos verdugos que me torturan por no ser lo que debí haber sido, creo que ahora me doy cuenta de lo que fui y lo que soy, fui nada más que un cadáver, además también fui un sujeto que vivió 70 años inconforme con todo el mundo, infeliz por no haber conseguido comprar ese auto deportivo por tener que pagar la universidad de mis hijos y que aún en ese momento seguía infeliz, inconforme por mas de 40 años y que nunca entendió el verdadero sentido de la vida.

Nunca creí en las oportunidades hasta que la propia vida me la dio, es por eso que estoy aquí, dejando flores en mi propia tumba después de entender en el momento mismo de mi nacimiento, que a esta vida realmente se viene a disfrutar todo lo que hay, desde el sabor más exótico hasta el dolor más profundo,

Por eso sigo aquí y me visito todos los domingos con la incredulidad de mi nueva familia y la ignorancia de no saber que me visito a mi mismo y que debo estar aquí agradeciendo haber salido de la penumbra, de ver de nuevo esa luz que me permite reconocerme muerto ahora en vida, no tengo nada más que decir solamente puedo decir gracias, gracias por esta nueva oportunidad.


R. Omar Monroy