Insensible. Creo que esa palabra la he escuchado más del par de veces razonable. Quiero explicarte todo, hiperventilar hasta que me falte el aliento, vomitar mis sentimientos uno por uno esperando un tibio y calculado abrazo de respuesta, más tu silencio cómplice y un estallido de cálidos besos que frenen el vertiginoso avance de la noche, si, esa noche, justo la que no tiene que terminar.
Creo que siempre he admirado en secreto la bendita capacidad de mis pares para engatusar a quien se les ponga al frente, y, peor aún, sustentar una relación estable de tincadas entre copas y tallitas de medianoche. No, yo no soy de esas, quizás para fortuna mía e idiotez del prójimo, mi obsesión por controlar todas las jodidas variables es más potente y me deja, sagradamente, con la mitad del camino por recorrer. Con esfuerzo hago de cada día una nueva oportunidad y cada tarde tú la destrozas con facilidad.
Insensible, bueno esa parezco ser yo. Te pregunto por el clima, el futuro, las pelusas bajo tu cama para luego parpadear y verme enrollada entre tus sábanas, meticulosamente vestida y tu agitado deshaciéndote de las ropas que molestan, la jodida rutina superficial que me incita a romper la barrera, o algo así. Por segundos parece no importarte y la proxemia es bastante cruel conmigo, me besas y acaricias con devoción yo respondo mientras pienso a mil por hora las consecuencias funestas de otro par de segundos así.
Miro alrededor y me concentro en absorber el momento, las sensaciones, tu delicadez al tocarme y verme contornear sin gracia, tu lengua recorriéndome y mis manos frenándote cuando desciendes demasiado. Veo al techo y te observo con gesto incomprensivo y un forzado respeto a la desgraciada que tienes a centímetros. Miro al techo nuevamente pero prefiero perderme en tu mirada, pidiéndote implícitas disculpas cuando el silencio se apodera de la habitación entera.
Sigues ahí, sobre mí, atento e inquieto pidiéndome a gritos romper el cuadro y dar rienda suelta al ritmo vertiginoso que nos convoca. Quiero estallar en llanto y derrochar los argumentos que vengo esbozando desde que nos subimos al taxi. Me encantas, ese es el real y único argumento. Me encantas tanto que no puedo dejar que el momento se banalice de esa forma. Tanto que no puedo dejar de pensar en tí y cada segundo me destroza. Demasiado para estrecharte la mano a la mañana siguiente, darte un beso en la mejilla y caminar hacia mi casa sin voltear. No, qué desgracia y que funesto cuadro maquiné!, así que invoco las últimas fuerzas que me quedan para rechazarte una vez más y quedarme viendo el techo fijamente para no reflejarme en tu mirada, seguramente incomprensiva y cansada de que las cosas se te pongan tan difíciles. Me respiras a milímetros como ahogando las energías y yo trato de no respirar para escucharte con detención, para saborear el triunfo de la razón por sobre el corazón en palabras simples. Cierro mis ojos y te abrazo…así nos dormimos, los segundos avanzan y esta dulce noche fue malgastada, una vez más, por la insensible desgraciada calienta sopa que parezco ser.
Entonces cúlpame con derecho por atesorar los segundos que gastamos en solitario, segundos que seguramente ya olvidaste entre las cervezas y los ensordecedores soniditos que compartimos. Como haces que esto parezca tan fácil, no lo sé…lo que sí se es que, a todas luces, insensible es lo que menos soy, dímelo tú.