“El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj...” (J. L. Borges)




Ella atinó a ver las manecillas del reloj en la pared, mientras acomodaba un alboroto de muebles en los espacios vacíos de la casa. Aún era temprano para comenzar el día, sin embargo se había levantado plena. Continuó lavando aquella ropa acumulada en el desván y organizando el almuerzo. Un baño caliente alejó su vida de esa cotidianeidad, relajada en la bañera. Volvió a mirar el reloj de la cocina que asomaba entre la puerta y la pared; el tiempo parecía haberse detenido esa mañana. Dentro del agua, su cuerpo era un ánfora de voces que la atormentaban. Encendió un cigarrillo para disipar antiguas penas, a la vez que se internaba en ese incierto mundo. Como un espejismo, el reflejo del pasado aparecía una y otra vez bajo aquel ensueño diurno. Ella sólo seguía con los ojos apretados en oscuras dilaciones. Las horas permanecieron lentas abrazadas al recuerdo, donde una increíble soledad había invadido el baño. Cuando nuevamente abrió sus párpados, se vio hundida en esa conjunción de males. Miró la pesada carga del reloj como dos estáticas agujas que aún aguardaban un encuentro con la vida, mientras el tiempo de ese ayer seguía creciendo dentro de su pena, hasta desvanecerse y ya no sentir nada...



Ana Cecilia. ©