Mientras pensaba en lo que había estado pensando, bajé la vista y vi dos líneas luminosas en la baldosa. Era de noche, y la luna se reflejaba en esta especie de telaraña brillante aplastada contra el piso. Intrigado me agaché y comencé a recorrerlas con la vista. Eran finos hilos relucientes y continuos que se extendían varios metros. No eran telarañas, ni agua, ni nada que mi mente pudiera explicar. Salí a la calle, y para mi asombro, los trazos se hacían cada vez más numerosos e iban confluyendo unos con otros, formando increíbles deltas que por poco me encandilaron. Unos pasos más alla el suelo estaba completamente inundado de luz, y entonces lo supe. Eran caracoles, miles de ellos dejando sus huellas mientras migraban. Nunca supe hacia dónde iban. Desde entonces jamás he vuelto a ver a uno de ellos...