Él la mira constantemente, tratando de descifrar que dicen sus oscuros ojos, tratando de entender el significado oculto de su silencio, tratando de estar más cerca de ella, él quiere hablar, mas no puede, ella se lo impide.
- “¿Qué quieres de mí?”- pregunta ella, después de esperar que la noche consumiera los ruidos de aquella envejecida ciudad.
Él la mira sorprendido, duda responder, piensa en la enorme gama de posibilidades y tonalidades que implica aquella fría pregunta, una pregunta llena de odio y temor, pero que no puede tapar bajo ningún manto de telarañas, esa calidez irresistible que le proyecta aquella mujer.
Él se pone de pie, sintiendo un punzante dolor de cabeza, mareado por el perfume de los temores, desgarrado por recuerdos, acorralado por cercanías olvidadas, usurpado por voces ininteligibles…sólo respira, mira al cielo, mira aquella contaminada urbe, con el afán preciso de encontrar aquellas millonarias palabras que lo transporten a otros mundos…
- “A veces quiero muchas cosas, pero tú no eres mía, no puedo hacer nada, ni pedirte nada…creo que no es el momento de replantearnos nada, nuestro tiempo, nuestras oportunidades se perdieron, la suerte está echada”-
Así responde él, sintiendo vergüenza de su altísima cobardía, sintiendo como se le recogen los vellos de la piel, sintiendo un profundo dolor en la base del cuello. ¡Cómo quisiera ser sincero con ella!, ¡cómo quisiera decirle cuánto la ama!, cómo quisiera tenerla cerca y consumir las delicias de su piel, en aquellas tardes de abril, como una exquisita copa de vino…
Aquella mujer sufre con lo que él acaba de decir, ella también lo ama, pero hay un obstáculo insalvable para expresar sus verdaderos sentimientos, una barrera indestructible, un cerco electrificado y rodeado de las más profundas armas mortales…es su propio orgullo…¡cuántas ocasiones ella ha soñando con el cuerpo, las palabras, la voz de aquel condenado hombre!, cuántas!...ella respira profundo y trata de articular alguna frase:
- “Si tu dices que no quieres exigirme nada, creo que perdemos el tiempo, creo que ya debo irme, y no volver más a esta puta ciudad, que lo único que me trae son problemas”- , logra decir, lentamente, marcando cada sílaba su propio sepulcro, firmando un contrato de lejanía y olvido permanente.
- “Si eso es lo que piensas, no hay nada más que hablar”- dice aquel varón, sintiendo una fuerte punzada en todo su cuerpo.
Él retrocede, comenzando a construir esa lejanía, ese rencor fantasma, ella también se aleja y prefiere no mirar a esos ojos castaños indescifrables…Ella avanza, se quiere despedir, se acerca al rostro suave de él, sintiendo que se le estremece todo su maldito cuerpo, y deseando tomar el cuerpo de ese hombre y revolcarse con él en cualquier lugar, sentir sus manos en su piel envejecida por tristezas….los labios de ambos se rozan, pero aquel será el primer y último contacto que compartirán en su escrita tumba…
Se alejan lentamente, se pierden, se olvidan, se esconden en la niebla espesa de la madrugada, tomando todas las fuerzas para no mirar nunca más hacia atrás…
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