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Querido primo, nunca te he pedido perdón por lo mal que me comporté contigo. Todo estaba dado para que hubiésemos sido los primos del alma, los casi hermanos que compartiríamos todos nuestros secretos. Al principio, parecía que esto se daría con naturalidad, cuando en nuestra media lengua del año y medio, nos concertamos para irnos de la casa y si no hubiese sido por una vecina que nos vio enrumbando para Matucana, con canastos y todo -parece que la travesía era en serio- quizás adonde habríamos ido a parar.

Pero no, nunca compatibilizamos, odiaba que aludieras a nuestro abuelo como “mi tata” cuando yo tenía demasiado claro que sólo me pertenecía a mí. Discutíamos por tonteras, tú siempre me lo contradecías todo, eras criticón y yo, sin talento alguno para rebatirte, me alejaba cada vez más.

Recuerdo esa tarde cuando jugábamos sentados en la ventana y por una discusión sin importancia, te empujé y casi te maté a causa del tremendo costalazo. A mí, ni me tocaron, -el niño no pudo haber sido- dijo mi dulce tía mientras recomponía a su adolorido primogénito.

Con esa claridad de ideas que yo no tenía, una tarde me dijiste: -Tú no sabís querer- y yo me quedé pensativo y preocupado, ¿cómo podía saber un mocoso de doce años como tú, lo que era no saber querer? En realidad, nunca había pensado siquiera lo que era querer y presumía que eso se manifestaba con los besos que yo le daba a mi madre o a mis abuelos. ¿Acaso el querer dependía de la fuerza que uno le imprimiera a un beso? ¿o decirles a los seres queridos cuanto los amaba todas las veces que fuese necesario? La duda quedó clavada como una molesta espina en mi imberbe corazón.

Pero yo me desquitaba. Al sentir esa primacía tuya en las cosas de la vida, inventaba fábulas asombrosas a las que tú eras muy vulnerable. Sólo en ese terreno comencé a sentirme superior y cada vez me perfeccionaba en mis embustes. Recuerdo cuando te dije que cerca de mi casa existía un tobogán gigante que llegaba casi a los pies de mi casa. Gocé al ver tu rostro alucinado, caminaba con enorme placer cuando nos dirigíamos a la cima de aquel artificio. Pero cuando ya nos aproximábamos al lugar indicado, comencé a creer que eso realmente existía y que yo nunca lo había descubierto.
-Para mí que son puras mentiras tuyas- dijiste y se acabó el encanto. Convine que era demasiado tarde y que ya lo habían cerrado. Y hasta a mí me quedó la duda.

Mientras en mi cabeza todavía revoloteaban juegos rezagados, tú ya comenzabas a experimentar sensaciones extrañas. Me costaba entender el motivo porque te metías debajo de la mesa del comedor, en donde conversaban mi tía y una vecina joven. Te veías tan extraño en esos menesteres, tú que siempre habías sido tan racional, tan lógico. Un poco después, cuando esa cosa extraña también comenzó a cosquillear deliciosamente en mí, me repelía de no haberte acompañado en esas excitantes aventuras.

Y después nos alejamos. No supiste más de mí como yo tampoco quise saber de ti. Y una tarde cualquiera, nos reencontramos. Ya no eras el primo soberbio del que tanto abominé. Ahora lucías más viejo, acaso tanto como yo, recién habías enviudado y ahora note algo místico en tus palabras. Lo entendí, era una buena manera de comprender los designios de Dios. Nos abrazamos, acaso inspeccionándonos mutuamente. Tú con tu dolor, yo con mis problemas. Nos despedimos, acaso no nos volvamos a ver de nuevo. Olvidé pedirte perdón y por eso lo escribo acá. No sé si esto llegará a tus ojos algún día, ojalá sea así. Tú siempre fuiste más maduro que yo. Por lo mismo, sé que me comprenderás...














Texto agregado el 25-11-2007, y leído por 232 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
30-11-2007 Qué terrible esa acusación de "tú no sabis querer", yo que conozco como escribes y sé de tu exquisita ironía al hacerlo no creo que te dieras cuenta de lo terrible que encierra esa pequeña frase y que para mi gusto es el núcleo del relato entero. Me dejaste pensando pues considero de una fuerza esas poquitas palabras y sí hay quienes definitivamente no saben querer y no lo aprenderan nunca, pero no es tu caso. anemona_
26-11-2007 Quién no ha tenido un primo o un hermano y movidos por nuestros celos de juventud hemos tratado de minimizarlo, de apocarlo de tratar de hacerlo desaparecer.. Bello escrito el tuyo de una humanidad de pensamiento que hace trastabillar la conciencia nomade
 
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