Pistas de mar calmo, grandes huertos, en que cada
palma cascada, revienta mi ceño fruncido.
Al máximo.
El sonido descuella por la garganta inútil
y la tonta reverberación, de aves quebradas
por ese azul infame...
Enfermas telas, rumiando el amanecer
con espanto
y algo
sólo a veces
una pizca
de ternura.
Daniel Rojas P.
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Texto agregado el 24-11-2007, y leído por 107
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